ALEXANDER
No podía creer lo que salió de mis labios <<¿Qué me pasaba con esta chica?>> sus ojos no dejan de mirarme. Sin esperar una respuesta de su parte, salgo molesto conmigo mismo, subo a mi auto y manejo lejos de esa tentación que está en mi casa. No pude resistirme al verla disfrutar de una manera tan perfecta ese pastel. ¡Me dejó sin aliento! Mi mente no pudo detenerse al imaginarme en mi cama, mientras gime mi nombre…
Detengo el auto en el estacionamiento de una farmacia. <<¡No puedo perder la cabeza!>> ¿cómo voy a querer tener a esa niña sin una pizca de gracia en mi cama? Intenté calmarme y alejar su imagen de mi cabeza. Hoy tengo demasiado trabajo; tenía que sacarme sus labios de mi mente.
Desde Anne varias mujeres han pasado por mi cama. Algunas tienen claro lo que quiero; otras no. Por eso soy directo, para que no entreguen más de lo que deberían.
Soy un desgraciado y por ese motivo, jamás tendré una relación con nadie. Ninguna mujer merece poco, y eso es lo único que puedo ofrecerles si deciden arriesgarse conmigo. El auto se detiene frente a la empresa y antes de bajarme, me pongo los lentes y abrocho mi chaqueta. Salgo del auto y varios fotógrafos esperan por mi en la entrada; ruedo los ojos al verlos caminar hacia mí. Desde que llegué de Brasil no han dejado de perseguirme para que les de una entrevista, pero no soy tan estúpido. Sé lo que desean y no voy a hablar de mi vida privada con ninguno de esos buitres que solo necesitan migajas para comer.
Los guardaespaldas me cubren las espaldas y alejan a los que quieren invadir mi privacidad. El nombre de Serena sale de los labios de uno de ellos, y cierro los puños con fuerza. Detesto que hablen de ella. Entré a la empresa y me dirigí a mi oficina.
Entro y me siento, enciendo la computadora y comienzo mi día. No entiendo la manera en que mi hermano quería manejar la empresa familiar; solo hay problemas y más problemas que he tenido que resolver con abogados de por medio. El inconveniente que tuvimos esta mañana fue por qué le dejé en claro que dejara de involucrar a la empresa en sus negocios ilícitos. Tenía muy claro que la vida que llevaba no era buena y que solo mi madre le creía ese cuento del hijo que quería superarse. Si supiera realmente en qué estaba metido Diego, no lo protegería tanto como lo hace. No quería seguir gastando mi tiempo en él, no quería entender; pero cuando su boca pronunció el nombre de Anne, sentí que me hervía la sangre y no pude detenerme para agarrarlo del cuello y golpearlo.
Aunque sentía que se merecía cada marca que había dejado en su cara, la mirada de Ross al vernos me destrozó el alma. Siempre trato de que mi hermana no vea las discusiones entre Diego y yo, pero esa mañana algo explotó en mi y no logré detenerme.
La puerta se abre y mi secretaria se asoma.
—El señor Ignacio lo necesita en su despacho.
—Iré en un momento.
Asiente y cierra la puerta.
Agarro mi teléfono y lo guardo en mi bolsillo. Salgo de la oficina y me dirijo a la de Ignacio, que está en el segundo piso. Uso las escaleras para no tener que esperar por el ascensor, además que no me gustan los espacios cerrados. Llegó a su oficina y me sorprendió encontrarme con su hermana por parte de su padre. Sara es una mujer hermosa, es un año menor que Ignacio, y es sexy en todos los sentidos. Su mirada me observa con descaro y sonrió porque sé lo que quiere. Aunque es una mujer con la que me gustaría disfrutar, no es una buena idea. Es la hermana de mi mejor amigo y existen códigos.
Beso la mejilla de Sara y me siento a su lado.
Me concentro en lo que me está diciendo Ignacio, pero es algo imposible cuando la mujer que tengo al lado no deja de mirarme sin preocuparse en que su hermano la descubra. Cruza las piernas y me deja ver un poco de sus perfectas piernas en ese vestido azul que la hace ver deseable.
—¿Estás de acuerdo? —me pregunta Ignacio.
—Claro, lo que tú digas —me pongo de pie y arreglo mi chaqueta—. Tengo otros asuntos que atender y de verdad mi tiempo vale, amigo.
—Idiota —se ríe.
—Fue un gusto verte, Sara.
Ella espera un beso, incluso un abrazo de mi parte, pero no voy a ser tan descarado y menos delante de su hermano. Así que salgo de la oficina y me dirijo a la mía para buscar mis cosas e irme a casa. Por la hora que es, ya Violeta no debería estar allí. Entro en mi oficina, agarró el maletín y cierro la laptop. Apagué las luces y cerré con llave.
Al salir de la empresa, no hay ningún periodista por los alrededores y es algo extraño; siempre esperan por mí. Así son de insistentes. El guardaespaldas, Juan, me informa que fueron despejados hace media hora y se le ordenó que no podían ingresar ni estar a los alrededores de la compañía o, si no, serían demandados. Le palmeo el hombro en modo de agradecimiento; el chófer me abre la puerta y cuando estoy a punto de subir al auto, Sara viene hacia mí.
Me sonríe y sus ojos se dirigen a mi guardaespaldas. Le ordenó a Juan que me deje solo, y lo hace.
—¿Qué se te ofrece, Sara?
—¿Puedes dejarme en casa de Cristina? Ignacio saldrá tarde y no quiero permanecer un minuto más en la empresa —arqueo una ceja—. Lo haría, si estuvieras tú.
—Sube al auto.
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Editado: 26.08.2025