Si fueras ella

CAPÍTULO 8

ALEXANDER

Era mejor no acercarme más a esa niña en toda la noche, solo me traería problemas y lo que menos deseaba, era eso, ya tenía muchos en mi vida para agregarle uno más.

No sé qué me paso por la cabeza al ir hasta donde ella estaba, pero no pude resistirme, al verla bailar de esa forma tan sensual, hizo que algo en mí despertara; si saben a lo que me refiero, mi cuerpo la deseaba, necesitaba sacarme a esa chiquilla de la cabeza. Serena llegó, la tomé del brazo y la senté en mis piernas, busqué sus labios con desesperación, ella me recibió más que gustosa. Serena era la indicada, no tenía que buscar a otra persona para calmar mis deseos, teniéndola a ella, la noche pasó tranquila, no volví a ver a Violeta nuevamente y era lo mejor.

Serena estaba ya pasada de copas y decidí llevarla a casa. Con ayuda de mi chófer, la subimos al auto, no la dejaría sola, sé qué se siente estar así de tomado y no tener a nadie para hablar de lo sucedido; no haría eso, ella es una de las pocas personas que se ha quedado conmigo en mis momentos de rabia. Llegamos a mi casa, la sirvienta abre la puerta y entro, subo a mi habitación, la dejo en la cama, comienzo a quitarle la ropa, beso su mejilla; salgo y voy a la cocina, decido prepararme una taza de café, siento unos pasos y al voltear, era mi madre, se sienta en una de las sillas y me sonríe.

—¿Serena está contigo? —Me mira.

—Sí, está en la habitación.

—¿Por qué no te das una oportunidad con ella? Hijo, es una buena mujer, se conocen desde niños, y te quiere muchísimo.

—Mamá ya hemos hablado de esto miles de veces y la verdad, el tema me tiene cansado. Sé de sus sentimientos hacia mí, pero como un amigo, al igual que yo a ella. Además, ella no busca esa clase de relación, así estamos mejor —Le paso una taza a ella y me agradece.

—Pero hijo...—Me toma la mano —Ya han pasado años desde que Anne se fue, no puedes vivir en el pasado y... —Tiro con furia la taza.

—¡Ya basta mama! —Le grito—. No la voy a olvidar jamás, solo déjame vivir mi vida a mi modo, no tienes derecho en meterte en ese tema. No me da la gana de olvidarla.

Sin percatarme si le dolieron o no mis palabras, salgo de la cocina molesto. Ella sabe muy bien que el tema de ella era sumamente delicado para mí, me harta que todo el mundo crea tener el derecho de venir a opinar sobre mi vida, como si fuera la suya; no, no soportaba eso. Entro a mi habitación y tiro la puerta, sin acordarme que Serena estaba durmiendo; se levanta y me mira, me acerco a ella y la beso, quería sacar esta rabia que me consumía por dentro, la única manera era esta. Al principio no entendía, pero se dejó llevar, sin preguntas ni nada, solo dándome lo que necesitaba, sin esperar explicaciones de mi parte, me dejó disfrutarla. Solo ella me calmaba.

****

La luz entraba por las cortinas, me levanté. Serena no estaba a mi lado, escucho ruido en el baño, ella sale, con esa alegría que la caracterizaba, se acerca y besa mis labios, sale de mi habitación. Serena merecía más, pero yo no era el hombre correcto para ella.

Me quité la ropa y entré al baño, el agua caía por mi cuerpo, no pude detener mi mente cuando recordé a Violeta, bailando de esa forma tan provocativa, mis manos picaban por sentirle, por saber que tan suave era su piel. Abrí mis ojos y alejé esos pensamientos.

Salí del baño y comencé a vestirme, al estar listo bajé a desayunar. Estaba mi madre leyendo una revista, tenía que arreglar las cosas con ella, me acerqué y ella levantó la mirada.

—Lo siento por lo de anoche, no debí… — Agarra mis manos.

—No tienes por qué pedirme perdón, todo está olvidado —Me abraza — ¿Vas al trabajo?

—Sí —Veo mi reloj—. Voy tarde, nos vemos luego madre.

Salgo de la casa, subo al auto y manejo hasta la oficina; enciendo la radio, como si quisieran revivir cada momento con Anne, pasan nuestra canción. Mis manos van a la radio y le subo el volumen. Soy un estúpido masoquista por seguir recordándola, pero no me importa, esa es la única manera de que mi corazón y mi mente jamás la olviden. Llego a la oficina, Ignacio me había mandado un mensaje que llegaría tarde, no espero más y comienzo a trabajar. Hice varias llamadas con unos inversionistas, tenía fe que podíamos volver a la empresa que mi padre con mucho esfuerzo levantó y que mi hermano hechó a tierra todo. Mi secretaria me informa que la señorita Sara desea verme, no pude ocultar mi sorpresa. Abre la puerta y ella entra, me sonríe, no puedo evitar mirarla, estaba guapísima, me acerco y la saludo.

—¿Qué te trae por aquí? —Ella se acerca a mí—. Tu hermano no está, me dijo que llegaría un poco tarde.

—No vine a verlo a él —Me sonríe—. Solo quise traerte un pequeño regalo.

—¿Regalo? No entiendo… —Mis palabras fueron calladas por sus labios.

Mis manos van a su cintura, dejándome llevar. Sus labios no dejan de moverse al compás de los míos, no podía negar que besaba bien, la tomé de la cintura y la senté en el escritorio, acariciaba sus piernas, ella solo se pegaba más a mí; esta mujer estaba logrando que la promesa de mejores amigos no me importara. Sus labios dejan los míos.

Se baja del escritorio, mientras se acomoda el vestido me sonríe.

—Espero que, con esto, quede demostrado que soy una mujer y no la pequeña hermana de tu mejor amigo —Toma su cartera y se va.




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