ALEXANDER
Llevo a su departamento a Serena. Cuando me aseguro de que está tranquila, cierro bien y vuelvo a casa; una cosa llevó a la otra y terminamos teniendo sexo en mi oficina, ella lo deseaba y yo igual, así es nuestro juego, sin dañar a nadie. Solo calmar un poco el vacío que había en nuestro corazón. Bajé del auto y al entrar me llevo una gran sorpresa, mi querido hermano está aquí, lo que me faltaba.
—Buenas —Me acerqué a mamá.
Ross estaba en sus piernas profundamente dormida, beso su mejilla. A mi hermano ni lo miré, no soportaba lo pedante y sínico que podía llegar a ser a veces; me incomoda esa clase de gente y más viniendo de él. Me fui a mi habitación antes que mi madre empezara a querer un acercamiento entre nosotros, me quité la ropa y fui a darme un baño. Cuando salí, mi madre estaba sentada en mi cama; me informa que estaremos juntos en la cena e invitó a Serena, pensé que le había dicho que no. Era mejor que tratara de calmarme. No entendía su insistencia de querer un futuro entre nosotros; tenía que dejarle las cosas claras, pero no hoy, estaba agotado y solo quería terminar este día sin problemas. Respiré, me dio un beso en la frente y se fue. Para colmo tenía que soportar a mi hermano, ¡bonita noche será! Terminé de arreglarme y bajé.
La mesa ya estaba lista, solo esperábamos por Serena. Tocan el timbre y una de las sirvientas va a abrir, me ve y se acerca; sé lo incómoda que debe estar por esta situación, mi mamá queriendo emparejarnos ¡Qué locura! A Ross mamá la dejó en su habitación para que siguiera durmiendo. Pasamos al comedor, mi querido hermano quedó frente a mí, Serena a mi lado; mi mamá nos veía y sonreía, todos comimos en silencio hasta que mi hermano decidió abrir su sucia boca y decir una estupidez.
—¿Y la cena es por qué? —Una sonrisa cínica aparece—. No creo que para revivir la hermosa familia que éramos —Mira a mamá.
—¿Por qué mejor no te callas? Si no querías venir, nos hubieras ahorrado tu horrible presencia aquí.
—Eres tan agradable hermanito. ¿O será que decidiste dejar a tu estúpida esposa muerta atrás e intentar algo con Serena? —Había odio en su mirada, pero no para mí, veía a Serena.
Cuando intenté levantarme para cerrarle esa boca a punta de golpes, Serena me jala y me pide que no le haga caso.
—¿Estás celoso? —Serena lo mira y se ríe— Que jamás llegaste a ser lo suficiente hombre para atraparme. ¡Qué mal! No deberías estar dolido, querido, pensé que a estas alturas ya lo habías superado, pero ya veo que no.
Por suerte, las palabras fueron suficientes para que no hablara en toda la noche. Al terminar la cena, se levanta furioso y sale de la casa, sin despedirse de mi madre. Me acerco y la abrazo.
—¿Qué hice mal con él? Tu papá y yo le dimos todo, pareciera como si nos odiara.
—Nada hicieron, él está mal, pero su orgullo no lo deja ver que tan desgraciado puede llegar a ser a veces.
Mi mamá se despide de Serena y se disculpa por tan desastrosa cena, sube a su habitación y quedamos nosotros dos solos; pasamos a la sala y nos sentamos.
—¿Con qué no ha superado? Jamás me contaste eso.
—No vi necesario hacerlo —Se ríe—. Fue en el casamiento tuyo con Anne, se me acercó y me confesó que siempre había tenido un amor hacia mí, como lo vi muy emocionado, le dije que estaba enamorada de ti y que jamás estaría con él. Pensé que lo olvidaría, pero me equivoqué.
—Me molesta su actitud. Papá antes de morir me hizo prometer que cuidara, pase lo que pase, de Diego, pero estoy cansado de él. No quiere cambiar y quiere llevar a la familia al infierno que él está viviendo.
—Cuando caiga en un pozo donde ni él mismo pueda lograr salir, ahí entenderá muchas cosas. Horita está cegado por el odio y el rencor, no puedes hacer más, solo déjalo.
Serena tiene razón, no es un niño, debe madurar y tomar las riendas de su vida. Mi mamá y yo no somos sus niñeras, él tiene que aprender y hacerse cargo de sus problemas. Iba a llevar a Serena a su casa, pero me dijo que no, había traído su auto. Además, pasaría a buscar a una amiga; me despedí y la acompañé hacia su auto. Abro su puerta y entra, baja el vidrio, jala mi corbata, me da un beso, me guiña un ojo y se va.
Me quedé un rato en el despacho, respondiendo unos correos, hasta que un fuerte dolor de cabeza me hace dejar el trabajo por hoy. Le dije al ama de llave que me llevara a la habitación una pastilla y un vaso de agua; subí y el dolor estaba peor. Sentía mareo y mi vista estaba fallando, me agarro de la pared, mi mamá sale del cuarto y se acerca, me ayuda a entrar a mi habitación y me acuesto.
—¿Estás bien? —Toca mi frente—. Tienes fiebre.
La sirvienta entra y coloca un vaso de agua junto a la pastilla en la mesa de noche, la agarro y me la tomo, cierro por un momento mis ojos.
No soportaba mi cuerpo. No sabía qué me estaba pasando, me sentía muy mal, el dolor se hacía más fuerte. Mi madre entra al baño y sale con una taza y unos pañuelos, me los pone en mi cabeza y cuerpo; quería dormir, pero mis ojos ardían debido a la fiebre que tenía en ese momento. Así pasamos parte de la madrugada, eran las tres y mi madre se estaba durmiendo en una de las sillas, toco su mano y ella se levanta.
—¿Estás mejor? ¿Quieres algo?
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Editado: 22.08.2025