ALEXANDER
En mi vida había pasado por esto. Estaba desesperado por tener su hermoso cuerpo gimiendo mi nombre, ver la forma en que me estaba recibiendo me volvió loco, pero mi hermana… Salí de la casa, el chófer estaba limpiando el carro, al verme, deja todo a un lado y me abre la puerta, me subo. Le envié un mensaje a Serena informándole que iría a su departamento, daba gracias que había regresado está mañana de su viaje; espero que no esté cansada, no esperé una respuesta.
Violeta me había dejado como un adolescente, necesitando más de ella. Llegamos al edificio, sin esperar al chófer abrí la puerta y salí del auto; mientras caminaba hacia su departamento, pensaba en lo que esa niña con un cuerpo de infarto me tenía así, me estaba matando no tenerla. Llegué y toqué varias veces, escucho ruido.
Al abrir la puerta la encuentro con una bata diminuta que se le veía un poco el encaje color negro que tenía puesto, la tomé de la cintura y la besé, cerré la puerta. No quería caricias ni mucho menos palabras románticas, solo deseaba terminar esta sensación de soledad que me dejó Violeta. La llevé al cuarto y la hice mía, pero no sentí nada, porque en el fondo sabía que no era ella; que mi cuerpo a la única que deseaba en este momento era a la pequeña rubia que tenía en casa. Salí de ella sin la menor delicadeza y comienzo a vestirme, ella me mira y seguía cada uno de mis pasos.
Me acerco y le doy un beso en la mejilla.
—¡Estuvo maravilloso! —Salgo de la habitación.
No podía herirla con mis palabras, ella no tenía la culpa de mi fracaso con Violeta. Camino fuera del edificio, el chófer abre la puerta y subí; todavía era temprano así que mejor voy a la empresa. Hoy no quería caer en las manos de ese Ángel que tiene mi mundo de cabeza. Al llegar, mi secretaria me informa de las reuniones que tenemos para la próxima semana.
—Señor —La miro—. La señorita Serena tiene rato llamando a su teléfono, pero al ver que no contestaba, decidió hacerlo aquí.
Me parece extraño, acabo de salir de su departamento y no me dijo nada. Bueno, jamás le di esa opción, salí de ahí y ni siquiera le pregunté cómo estaba, soy un completo imbécil.
Le pido que se retire, busco mi teléfono. Al encontrarlo marco su número, pero suena apagado; trato una vez más, pero es la misma respuesta, espero que, al percatarse de las llamadas, me la devuelva. Dejo el teléfono en silencio y obligo a mi mente a trabajar y no pensar en cierta rubia. Le ordeno a mi secretaria que me prepare una taza de café. Unas video llamadas con socios de otros países me motivan a seguir mejorando cada día más la empresa; sus ideas y ayuda me han gustado mucho.
Así paso todo el día, entre reuniones, vídeo llamadas y firma de contratos; llevo cinco tazas de café y jamás pensé llegar a esa cantidad, pero lo agradezco. Me siento más activo a pesar de la hora. Mi secretaria entra, ella muy nerviosa me dice que si puede retirarse.
—¿Qué hora es? —Sin apartar la mirada de mi computadora.
—Las nueve de la noche, Señor.
—¡No pensé que fuera tan tarde! —Dije en un susurro— Ya puedes retirarte. Buenas noches.
Me estiro un poco en la silla y mis huesos lo agradecen, tomo lo que me quedó pendiente para mañana y terminarlo en casa. Mañana es sábado, podré descansar de este fin de semana fuerte. Camino hasta la salida, subo a la limosina, mis ojos se cierran, solo quiero llegar y poder dormir. La conversación con mi madre sería después, porque no tengo ánimos.
Llegamos y salí del auto. Al entrar a la casa, mi mamá está en el mueble leyendo un libro, al verme, se levanta y se acerca a mí.
—Hijo —No me gusta ese tono— Debemos hablar.
—Madre —Estaba muy cansado —. Hoy no, otro día será.
No la dejé hablar y me fui a mi habitación, no estaba de ánimos, solo quería descansar; me quito la ropa como puedo y me acuesto a dormir.
*****
La alarma no para de sonar. Veo la hora y me quejo, son las ocho, todavía es temprano, me acomodo mejor para seguir durmiendo. Abren la puerta y siento un peso en mi espalda, al voltear, hago que Ross chille y se agarre de mi cuello, como puedo la agarro y la acomodo.
—¿Qué haces despierta a esta hora, pequeña Huracán?
—No me digas así —Me saca la lengua— Los sábados siempre salimos al parque.
—¿Te parece si invitamos a Violeta? —Es una oportunidad que no iba a desaprovechar.
—¡Sí, quiero! —Grita de la emoción. —iré a vestirme, hermanito.
Me recuesto nuevamente en la cama y cierro los ojos, el sueño está completo; al igual que el cansancio, me duelen los huesos. Me levanto y voy a darme un baño, necesitaba relajarme, termino y comienzo a vestirme, me veo en el espejo. Bajo a desayunar.
Ross está con mi madre desayunando, les doy un beso a las dos y me traen mi desayuno, empiezo a comer. Al terminar, apuro a Ross que fue a buscar su chaqueta y a lavarse las manos. Mientras la espero, hablo con mi madre de lo que me quería decir anoche.
—Diego tiene una semana para desalojar el departamento, no tiene dónde ir y pensé… —No la dejé seguir.
—Sabes que no me gustaría que estuviera aquí. Pero es tu hijo y por desgracia, mi hermano. Además, la casa es tuya.
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Editado: 11.09.2025