Si fueras ella

CAPÍTULO 33

ALEXANDER

—¿Qué pasa con Violeta? —Le dije, sin mucha importancia.

—¿Tienen una relación? —Su pregunta me hace reir.

En mi vida no existe la palabra relación.

—No —Me levanto—. ¿Estás satisfecho con mi respuesta?

—Sí —Me sonríe—. ¿Entonces tengo una oportunidad?

—Si te hace feliz, claro.

No quería una relación con Violeta, pero odio verla con otro hombre. Violeta me encanta, de todas las maneras posibles, pero no podía decirle a Ignacio que se alejara de ella, aunque por dentro, quisiera gritarlo, no puedo. Cambié la conversación, me fastidiaba, la manera en cómo la idolatraba.

Me entrega los papeles firmados que le envié con mi secretaria y sale de mi oficina. Busco mi teléfono y lo encuentro entre todo el papeleo que tengo en la mesa, busco el número de Violeta y la llamo, pero no me contesta, veo la hora y son las dos de la tarde. Estoy cansado de estar en estas cuatro paredes, me recuesto en la silla y cierro los ojos un momento. Con Anne todo era más sencillo, todo era paz, una lágrima sale y dejo que todo el dolor que tengo guardado sea liberado.

No es fácil lidiar con un corazón roto y destruido, abren la puerta y es mi secretaria, avisándome que tengo visita, cuando voy a decirle que no quiero ver a nadie, aparecen las dos personas que le prometí a mi Anne cuidar, sus dos abuelos estan aquí. Mi amada Gloria, desde el primer momento que llegué a su vida, me trató como un hijo. Su dulzura ablandó un poco este duro corazón. Anne y ella se parecían tanto, el mismo color de ojos y cabello, pero con alguna diferencia. Gloria era una señora fuerte cuando tenía que serlo, más atrás estaba Don Claudio, un hombre amoroso y dedicado fielmente a su familia; lo admiraba por todo lo que había logrado en su vida. Me levanté y al abrazar a Gloria mis barreras se derrumbaron, con ellos no tenía que fingir y hacerme el fuerte, ellos me conocían más que nadie.

Los invité a sentarse, le ordené a mi secretaria que nos trajera café, asiente y nos deja solos.

—¿Cómo estás, hijo mío? —Gloria me sonríe.

—Todo bien. Perdón, sé que les prometí visitarlos, pero… —no podía terminar la frase.

—Lo entendemos, hijo. —Claudio me mira— A veces, somos el reflejo de lo que más amamos en la vida y sé que, al vernos, te recuerda todo lo que viviste con ella.

¡Cuánta razón tenían! Tantas cenas que compartimos con ellos, los domingos familiares, no es fácil olvidar eso. Aunque pasen los años, ella estará siempre presente en mi vida; ella es mi luz, no puedo olvidarme de la persona que me enseñó a amar.

Les prometí visitarlos, se despidieron, su visita fue algo sumamente gratificante para mí, me hizo sentir más cerca de ella. El teléfono anuncia un mensaje y es Violeta, decido ignorarlo, no deseo saber de nadie hoy. Llamo a mi madre para informarle que hoy no dormiré en casa, cuando paso por estos momentos mi ayuda siempre ha sido Serena. Su fuerza para seguir adelante era algo que me ayudaba, todavía era temprano, me levanté y salí de la oficina un momento, quería respirar un poco de aire. A veces, cansa estar en esas cuatro paredes a las que llamo oficina. Saqué un cigarro de mi bolsillo y lo prendí, no era común verme fumar, es más, lo odiaba, pero había días que me sentía estresado y mi único refugio, aparte de Serena, era el cigarro.

Estuve un rato así, pensando qué hacer con mi vida, no podía estar aferrado a una mujer que jamás volverá a mí; duele, estar atado a un pasado que te arrastra cada día. Cuando vi que el cigarro se estaba consumiendo, lo retiré de mi boca y lo boté, entré de nuevo a la oficina, un poco más calmado, comencé a ordenar los papeles. Tomé mi maletín y salí nuevamente, no sin antes decirle a mi secretaria que podía irse temprano hoy. Veo la hora en mi reloj, eran las seis de la tarde, justo a tiempo, el chófer me abre la puerta y subo, le informo que iremos al apartamento de Serena. Pongo un poco de música, mis dedos van al compás del ritmo, mi celular suena y era un mensaje de Serena para que compre pizza.

—Iremos por unas pizzas, sabes a dónde —el chófer cambia de ruta.

Pizza&Cristes, sus pizzas eran las mejores y el sabor era impresionante. Además, Don Diego era un gran amigo de mi padre, el chófer estaciona la limusina y se baja, entra al restaurante, solo tarda unos pocos minutos. Abre la puerta, entra y deja la pizza a un lado, llegamos al edificio de Serena, el chófer me abre la puerta, me entrega la pizza.

—Puedes irte a casa, te espero mañana temprano.

Cuando llego a su apartamento esta hablando con el vecino del frente, algo debió pasar porque no tenía buena cara, me ve y deja al hombre hablando solo y molesto. Agarra la pizza y entramos.

—Deseo comprarme una casa en medio del bosque y no tener vecinos fastidiosos —dice malhumorada—. Decido hablar con él, amablemente, para que estuviera pendiente de su perro, siempre viene a orinarse justo en mi puerta, cada mañana.

—No le des importancia —voy a la cocina a buscar unos platos— haz desaparecer al perro y asunto solucionado.

—A veces eres tan cruel.

Me río, abro la pizza y el olor me gusta. Serena se pone a servir los jugos en los vasos, llevo los platos a la sala, nos sentamos y le paso el suyo, busco algo para ver en la televisión, pero no hay nada entretenido y termino apagándolo.




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