Si fueras ella

CAPÍTULO 67

VIOLETA

Sus labios eran el cielo, me agarra de la cintura y así poder estar más juntos, creo que no podemos más, además estamos en una clínica, pongo mis manos en su pecho y me alejo, debemos controlarnos.

—Estamos en una clínica, además ya deben venir Serena e Ignacio —Le digo.

—Me importa lo más mínimo, quiero besarte hasta cansarme, no sabes lo mucho que te extrañé, déjame disfrutarte —Me besa de nuevo.

—Para… —Escucho unos pasos afuera y me alejo lo más que puedo.

Entra la Señora Daniela, al verme, se molesta.

—¿Y Serena, hijo?

—Salió mamá —Le responde Alexander, sumamente molesto.

—Ella debería estar aquí…—Alexander no la deja terminar su discurso.

—No mamá, no es su obligación —Le corta su discurso —Es mi amiga, no es mi novia, así que será mejor que ya dejes de fantasear que en un futuro me case con Serena, porque jamás pasará.

Mi corazón se alegró tanto al escuchar a Alexander decir esas palabras, su madre pone su mirada en mí y si antes me odiaba, ahora mucho más. Cuando decido irme, con este momento sumamente incómodo, entran Serena e Ignacio, están riendo, se quedan viéndonos al ver nuestras caras.

—Creo que es mejor que nos vayamos, Violeta —Miro a Alexander y asiento — Espero que te mejores amigo.

—Gracias, Ignacio. Cualquier cosa que pase en la empresa, me avisas.

Miro a Alexander.

—Espero que te mejores, Alexander —Ignacio toma mi mano y salimos de la habitación.

Nos subimos al auto, me llevará a casa, necesito hablar con él, pero no sé cómo empezar, no quiero lastimarlo y que se aleje de mí. A pesar de todo, valoro su amistad y no quisiera perderla, me sonríe, toma mi mano.

—No pienses tanto, solo sé feliz —Dice.

—Perdóname, en verdad quería que las cosas funcionaran y lo estaba intentando, pero… —No podía seguir.

—Pero estás perdidamente enamorada de Alexander y quieres estar con él, como él también lo desea, aunque quiera aparentar que no —Se ríe.

—¿Cómo lo sabes? Lo siento, no quiero perder tu amistad, me importas Ignacio, he llegado a quererte —Le digo.

—Lo sé, pequeña Rubia —Se estaciona y me abraza —Solo quiero que seas feliz y si es al lado del idiota de mi mejor amigo —Me río— Lo aceptaré, pero si te llega a hacer daño se las verá conmigo.

Vuelve a encender el auto y nos vamos, ahora me siento mejor, creo que a partir de hoy las cosas serán mucho mejor. Creo que es momento de poner mi felicidad primero, ya es tiempo de pensar en mí.

Llegamos, beso su mejilla y salgo del auto. Cuando estoy por entrar al edificio, escucho que me llaman, al voltear, por poco me desmayo ¿Qué hace Rodrigo aquí?

Lleva en sus manos flores, una sonrisa adorna sus labios, al estar cerca, me las ofrece, las tomo, mis vecinos estarían encantados de recibir flores nuevamente.

—¿Qué haces aquí Rodrigo? Si se entera Fernanda, nos matará a ambos.

—Terminé con todo. Anoche le pedí el divorcio a tu hermana —Agarra mi mano — Te amo a ti, Violeta, quiero que volvamos.

La risa que salió de mí me sorprendió, la gente que estaba afuera en ese momento me miraba sin poder creer lo que me pasaba. Pero es que me daba mucha gracia lo que este hombre me estaba diciendo, estoy segura de que él pensaba que con esto yo iba a salir corriendo a sus brazos y estaba más que equivocado.

—Perdón —Poco a poco estaba regulando mi risa —Pero es que toda esta situación me parece algo extraña.

—No entiendo por qué, Violeta. Quiero que formemos esa familia que siempre quisiste —Me dice.

—Nada de familia, solo era una niña estúpida que se enamoró de su cuñado, pero ya no soy así, ya maduré y no cometeré ese mismo error dos veces, así que será mejor que te vayas y no me busques más. Pero me alegro de que decidieras separarte, porque estaban viviendo una mentira, no vuelvas a buscarme Rodrigo. Lo dejo solo, sin querer luchar por algo que ya estaba perdido.

Entré al edificio, cuando vi al portero, le entregué las flores.

—Serán las últimas —Le comento.

—¡Qué mal, Señorita! —Me sonríe— Ya nos estábamos acostumbrando.

Le doy una sonrisa y sigo mi camino hacia mi apartamento.

Al entrar, estaba Talía comiendo una pizza, al verme, sus ojos por poco salen, me crucé los brazos.

—Talía Domínguez, ¿se puede saber qué estás haciendo, comiendo chatarra a esta hora? —Le quité las tres piezas que quedaban.

—Por favor, no le digas nada a Marcos, tenía hambre. Además, —Me mira— la comida que me hace es... —Hace una mueca de asco —No tiene sabor, es horrible, es una tortura comerla.

Sabía que Marcos cocina horrible, hasta él lo sabía, por eso jamás probaba su comida, pero sí obligaba a otros a tal tortura.

—Lo sé, pero deberías cuidarte, por ti y por ella —Comienza a llorar.

—Soy una mala madre, lo sé.




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