Si hubiera sido

Capítulo 1

La madrugada aún reinaba cuando sus párpados, vencidos por el cansancio, comenzaron a cerrarse. Sus manos, finas y delicadas, permanecían firmemente aferradas a la maleta que descansaba sobre su regazo.

De antemano sabía que nadie osaría en tomar su posesión, sin embargo, ser precavida, no estaba de mas.

,

Las horas se deslizaron con lentitud, y cuando el barco al fin atracó en el puerto de Marsella, ya amanecía.

Un hombre regordete, de abundante barba salpicada de canas, se aproximó a la joven rubia que aún dormia.

Carraspeó con suavidad antes de hablar:

—Señorita, hemos llegado.

Ella no respondió.

Impaciente, posó su mano sobre el hombro de ella y lo sacudió con torpeza.

—Señorita, despierte.

—Hmm… solo unos minutos más, madre… —murmuró, perdida en sus sueños.

—¡No soy su madre! —bramó él, alzando la voz—. ¡Despierte de una vez!

Julieta se sobresaltó y dio un respingo. Por unas horas había logrado olvidar el peso de lo sucedido.

—¿Dónde estamos? —preguntó, mientras sus ojos buscaban reconocer el entorno.

—En Marsella, mi lady. La segunda ciudad más poblada de Francia —respondió —. Aquí encontrará un sinfín de oportunidades para prosperar. Estará bien, eso es seguro.

Julieta reprimió una mueca de desagrado.

“Prosperar”… ¡qué vulgaridad! Si aquel hombre creía que Julieta Pembroke se rebajaría a trabajar, estaba en un completo error. Sus manos, hechas para deslizarse sobre el piano y el arpa, jamás conocerían el trabajo. Su piel suave y de porcelana no se ensuciaría bajo el sol de largas jornadas, ni su delicado porte se vería arruinado por la fatiga del trabajo.

No. Su destino era otro, sencillamente, encontraría un esposo atractivo y adinerado, un noble dispuesto a satisfacer sus excéntricos y costosos gustos. Que la alzara al lugar que siempre creyó merecer.

—Con su permiso —dijo con frialdad, apartándose de él sin dedicar la más mínima cortesía, y sin siquiera dar las gracias.

El aludido la siguió con la mirada, frunciendo el ceño.

—¡Qué muchacha tan maleducada! —murmuró entre dientes.

Ignorante de sus reproches, Julieta descendió del barco con el mentón en alto ,convencida de que Marsella sería su gloria.

El puerto se encontraba en plena actividad; gritos de mercaderes, el movimiento de carros cargados de vino y las risas de los marineros que descargaban fardos sobre sus espaldas.

El aire estaba impregnado de salitre, pescado y especias orientales, mezcla que a Julieta le resultó tan fascinante como insoportable.

También, pudo observar el mercado, un lugar colmado de frutas, telas y cerámicas.

Hombres y mujeres de toda condición social se cruzaban en un ir y venir constante. Para Julieta, distinguirlos era sencillo: los de clase alta los reconocía por sus trajes de corte elegante y telas costosas, los de clase baja, por la sencillez y desgaste de sus ropas.

La llamada “clase media”, no eran más que familias que se endeudaban para imitar a los ricos y que, tarde o temprano, caían en la ruina.

—Buen día, mi lady —saludó un joven de aspecto modesto, pero de porte amable, inclinando la cabeza con respeto.

Ella lo recorrió con la mirada de pies a cabeza, chasqueó la lengua y soltó con frialdad:

—¡Qué insolencia! Sin duda no conoces tu lugar.

El muchacho con la mirada herida, negó con la cabeza y siguió su camino. Él únicamente creyó que la chica necesitaría un poco de orientación, ya que la observó contemplando con fascinación todo a su alrededor. Era nueva en la ciudad, si para él fue evidente, también lo sería para los llamados "cuervos"; grupos criminales, cuyas víctimas principales eran los visitantes y extranjeros.

Si se tenía suerte, se adueñaban de sus pertenencias, si por el contrario, su objetivo es visto con otros ojos, de inmediato es secuestrado con fines maliciosos, y en tales casos, lo mejor es desear y suplicar por la muerte.

~Tal vez se lo merece~ pensó mientras se alejaba y se perdía entre la multitud.

Julieta, inconsciente del peligro, siguió su camino con paso lento, dejándose maravillar por la piedras pintorescas de las edificaciones. Al llegar a los acantilados que se abrían al borde de la ciudad, un vértigo insoportable le oprimió el pecho.

—¡Dios mío! —susurró, llevándose una mano al corazón antes de retroceder apresurada.

El abismo la aterrorizaba. Huyó casi corriendo hasta volver a las transitadas avenidas.

Ya encontrándose lejos de aquellas alturas, su respiración se ralentizó volviendo a la normalidad

Ordenó sus pensamientos, y la primera prioridad consistía en buscar alojamiento, un lugar en el cual hospedarse en lo que tardaba de llevar a cabo su plan.

Y cuando lo hiciera, su belleza, su gracia y su elegancia la elevarían hasta los brazos de un noble influyente. Sí, un Conde, o mejor, un duque, sin duda. Así demostraría a su madre y a Anastasia que siempre había estado destinada a lo mejor.

Recuperaría su orgullo, su hogar y su preciado lugar en la sociedad londinense.

Lo que aún ignoraba es que el pasado jamás se borra con facilidad, y que todo el mal que había sembrado aguardaba su momento para regresar a ella con una crueldad implacable y dolorosa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.