𝑌𝑎 𝑠é 𝑞𝑢𝑒 𝑡𝑎𝑛 𝑠𝑜𝑙𝑜 𝑠𝑜𝑚𝑜𝑠 𝑑𝑜𝑠 𝑒𝑥𝑡𝑟𝑎ñ𝑜𝑠.
𝐷𝑒𝑗é𝑚𝑜𝑠𝑙𝑒 𝑒𝑠𝑜 𝑎𝑙 𝑝𝑎𝑠𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑎ñ𝑜𝑠, ¿𝑞𝑢é 𝑚á𝑠 𝑑𝑎?𝑇
ú 𝑡𝑎𝑛 𝑠𝑜𝑙𝑜 𝑑𝑖𝑚𝑒 𝑠𝑖 𝑡𝑎𝑚𝑏𝑖é𝑛 𝑙𝑎 𝑠𝑖𝑒𝑛𝑡𝑒𝑠...𝑙𝑎 𝑒𝑙𝑒𝑐𝑡𝑟𝑖𝑐𝑖𝑑𝑎𝑑"
𝑀𝑒𝑙𝑒𝑛𝑑𝑖 & 𝐴𝑖𝑡𝑎𝑛𝑎 - 𝐿𝑎 𝑒𝑙𝑒𝑐𝑡𝑟𝑖𝑐𝑖𝑑𝑎𝑑.
Dicen que cuando estás a punto de pasar a mejor vida, se ve una luz intensa al final de un túnel. Yo no sabía si era que me estaba muriendo, que ya estaba en el cielo o qué. Pero lo último que tenía como recuerdo era la imagen mía luchando por nadar contra la corriente del río que me arrastró casi sin darme cuenta.
La ley de mi vida, nadar contra la corriente hasta en mis últimos minutos. Tan joven era, tanto por vivir y ahí estaba, a punto de tocar el arpa y encontrarme con esos tipitos encargados de pasarte factura por lo malo que hayas hecho en la tierra.
Al menos no dolía, siempre fui miedosa en ese sentido con respecto a la muerte. ¿Dolería? ¿Me daría cuenta que estaba muriendo? ¿Me encontraría con mis parientes ya difuntos?
Hasta el momento no había logrado responder a ninguna de esas preguntas. Estaba experimentando la muerte como algo brusco y raro. Me movía involuntariamente y podía notar mi cuerpo terrenal aún luchando mientras era sacudido por alguna fuerza extraña.
De pronto una voz masculina se escuchó en mi mente, ¿era Dios? Joder no, no era lo suficientemente importante como para que el mismísimo Dios se me presente durante mi muerte.
Un cosquilleo en los labios me alertó. El sonido de mi corazón volvió a resonar en mis oídos y mis manos volvieron a reaccionar intentando moverse como si aún me encontrara nadando en el río.
Olía a menta. Olía a una menta deliciosa y no entendía de donde provenía ese aroma tan delicado y tentador.
De pronto el agua subió por mi garganta y una tos involuntaria con sensación de ahogo, me trajo de nuevo a la realidad.
Busqué desesperadamente llenar de aire mis pulmones y miré a mi alrededor buscando una respuesta a todo lo que había pasado minutos atrás.
Sentí al instante las gotas de agua caer sin parar y cuando busqué fijar la vista lo vi.
Sus ojos me hicieron agradecer el estar viva. Ni el ángel más especial y perfecto del cielo podía tener esa mirada verde tan penetrante. Joder, joder, joder. Que lindo se sentía estar viva.
Sonreí con esfuerzo y le dije lo primero que se me pasó por la cabeza.
- Gr-gracias por salvarme la vida… - me devolvió una sonrisa forzosa.
Si la memoria no me fallaba por mi débil estado a causa de la falta de oxígeno durante tanto tiempo, mi vecino acababa de salvarme la vida.
El mismísimo vecino al que miraba escondida desde casa, esperando cada tarde a la misma hora para verle pasar de regreso a su hogar luego de otro día de trabajo.
Mi vecino que trabajaba para papá y al que había cruzado de camino al río. Recuerdo haber sentido cómo mis mejillas se encendían al instante al verlo cortando aquellos troncos. No esperaba verle ahí, incluso recuerdo maldecir por haber pasado en traje de baño. Maldito calor que me hizo tomar aquella decisión al salir de casa. Al menos con un vestido por encima la exhibición hubiese sido menor.
- Joder, me acabas de dar un susto de muerte. Creí que te perdía.
Creí que te perdía, creí que te perdía, creí que te perdía. Repetí aquella oración 50 veces en mi cabeza. Mi vecino, mi ardiente vecino me acaba de decir eso y yo solo pude dar las gracias por casi haberme ahogado.
Bueno, está bien, eso sonaba demasiado intenso hasta en mis pensamientos.
Sonreí buscando qué decir. Su rostro se veía pálido y su pecho subía y bajaba sin parar a causa de la agitación que tenía.
Sus mechones empapados caían sobre su frente impidiendo ahora que pudiera deleitarme con aquel par de faroles verde esperanza.
Nunca le había visto tan de cerca, nunca había notado el color de sus ojos y madre mía de todo lo que me había perdido durante este tiempo.
Mordí mi labio con timidez y me afirmé en el suelo notando algunas puntas de tierra enterrarse en la piel de mis manos e intenté tomar impulso para levantarme fallando en el intento. Una sensación de mareo me invadió por lo que decidí mejor quedarme un rato más ahí sentada.
- Ve con cuidado, por favor, que casi te me mueres en los brazos. – Ahí estaba de nuevo con esas frases matadoras. ¿Es que este chico no sabía otra cosa que decir palabras con el poder de derretir corazones?
- Lo siento, lo siento mucho, yo…yo no quise asustarte. Joder, mira la cara de susto que tienes. – Me dirigí por fin a él diciendo más de cuatro palabras seguidas.
Sonrió en respuesta, esta vez una sonrisa verdadera y profunda, tanto que pude notar como un par de hoyuelos se formaban en sus mejillas. Vale, debía calmarme o entre sus ojos y aquellos pozos matadores de sus mejillas, me sería imposible seguir disimulando delante de él.
- No te preocupes. Me siento más tranquilo ahora que te he oído hablar. – Se sentó a mi lado flexionando sus piernas y dejando descansar sus antebrazos sobre las rodillas. Se veía agotado.
La lluvia comenzó a aminorar su caudal. Apenas se sentía la caída de gotas. Y es que estaba ya tan mojada que no era consciente de más nada a excepción del frío que me recorría de pies a cabeza.
Imaginé que se debía al fuerte descenso de temperatura debido a la lluvia. Sumando a esto la cantidad de tiempo que estuve en esa especie de limbo. Dios, de esto no podía enterarse nadie o de seguro a mamá le daría un síncope y papá me dejaría encerrada entre cuatro cristales de por vida.
Papá: mi compañero. Papá era mi persona favorita en este mundo. Y no es que fuera más que mamá o que le quisiera por encima de ella. La cuestión era que con él teníamos una conexión que no sentía con nadie más. Siempre estábamos juntos cuando no me encontraba en el instituto, o cuando él salía de viaje por negocios.
Pasábamos horas entre los animales, me había enseñado a alimentarlos, darles sus medicinas y hasta aprendí junto a él a trabajar el campo lo suficiente como para encargarme de eso algún día.