Si Me Dejas Amarte

Capítulo 3 - Isaías

𝐴𝑠 𝑎 𝑐𝒉𝑖𝑙𝑑 𝑦𝑜𝑢 𝑤𝑜𝑢𝑙𝑑 𝑤𝑎𝑖𝑡

𝐴𝑛𝑑 𝑤𝑎𝑡𝑐𝒉 𝑓𝑟𝑜𝑚 𝑓𝑎𝑟 𝑎𝑤𝑎𝑦

𝐵𝑢𝑡 𝑦𝑜𝑢 𝑎𝑙𝑤𝑎𝑦𝑠 𝑘𝑛𝑒𝑤 𝑡𝒉𝑎𝑡 𝑦𝑜𝑢'𝑑 𝑏𝑒 𝑡𝒉𝑒 𝑜𝑛𝑒

𝑇𝒉𝑎𝑡 𝑤𝑜𝑟𝑘 𝑤𝒉𝑖𝑙𝑒 𝑡𝒉𝑒𝑦 𝑎𝑙𝑙 𝑝𝑙𝑎𝑦

𝐼𝑛 𝑦𝑜𝑢𝑡𝒉 𝑦𝑜𝑢'𝑑 𝑙𝑎𝑦

𝐴𝑤𝑎𝑘𝑒 𝑎𝑡 𝑛𝑖𝑔𝒉𝑡 𝑎𝑛𝑑 𝑠𝑐𝒉𝑒𝑚𝑒

𝑂𝑓 𝑎𝑙𝑙 𝑡𝒉𝑒 𝑡𝒉𝑖𝑛𝑔𝑠 𝑡𝒉𝑎𝑡 𝑦𝑜𝑢 𝑤𝑜𝑢𝑙𝑑 𝑐𝒉𝑎𝑛𝑔𝑒

𝐵𝑢𝑡 𝑖𝑡 𝑤𝑎𝑠 𝑗𝑢𝑠𝑡 𝑎 𝑑𝑟𝑒𝑎𝑚!"

𝐼𝑚𝑎𝑔𝑖𝑛𝑒 𝑑𝑟𝑎𝑔𝑜𝑛𝑠.

 

Luego de todo el inconveniente con la hija de mi jefe, el camino de regreso a casa me lo pasé recordando detalles de aquel encuentro. 

Para ser sincero, ese momento nos había llevado a hablarnos por primera vez… Ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba siendo consciente de su existencia.

Pilar era una niña, no pasaba la mayoría de edad aún y yo estaba a unos pocos meses de cumplir los 21. Es cierto también que no lo parecía, sin embargo eso no quitaba el hecho de que todavía era menor. 

Pero mierda, sí que me había dado el susto más grande de mi vida. Sin ser pesimista, en cierto momento donde no daba con ella de ninguna forma, creí lo peor. Me imaginé testigo de aquello, teniendo que dar la peor noticia a sus padres; padres que resultaban ser mis propios empleadores. Un momentazo que recordaría por el resto de mi vida, vamos.

Me quité esos pensamientos horribles de la cabeza y recordé también sus comentarios fallidos luego de haber vuelto en sí. Porque no parecía de esas chicas lanzadas que sueltan lo primero que se les pasa por su cabeza sin medir consecuencias, o eso parecía. Más bien estaba de acuerdo en algo con Pilar, el rato de inconsciencia le había dejado en un estado grogui de lo más simpático y peligroso.

Luego de caminar unos cuantos metros bajo el atardecer del cielo rojizo de Pamplona, visualicé a Juan sentado en el cordón del umbral de la puerta de casa. Sonreí al notar que pese al mal tiempo, él nunca dejaba de esperar a que yo regresara.

La noche anterior, antes de darle el beso de la buenas noches y leerle el cuento que tocaba, le había prometido que al día siguiente al regresar de mi jornada de trabajo miraríamos una de sus películas favoritas: Jurassic Park. Al haber heredado muchos de mis juguetes de niño, todos los muñecos de dinosaurios que tuve habían pasado a ser suyos, compartiendo ahora el mismo fanatismo por los dinosaurios que de chico yo también tenía.

Estaba distraído observando algo en el suelo cuando me ubiqué frente a él. Observó mis pies (que dicho sea de paso, el trabajo y la lluvia me habían dejado los zapatos de campo hechos un asco) por unos cuantos segundos, luego levantó tranquilamente su mirada y al verme me regaló su sonrisa de felicidad. 

-    Tienes los zapatos muy sucios, mamá se enojará contigo. – Sonreí asintiendo. Por un lado, se había expresado muy bien, eso era un logro enorme de los últimos días. Por otro lado, siempre me gustaba verlo sonreír.

Siempre me sorprendía con sus comentarios inesperados. Esperaba que se abalanzara encima, o que me mencionara lo de la película, pero no, él reparó en lo que más le llamó la atención al verme. 

Así de natural y sincero era él, no le daba vuelta a los pensamientos, no analizaba tanto las cosas ni qué decir. Abstraído del miedo por él famoso "qué dirán". 

Y eso era una enseñanza para mí, que me la pasaba todo el día tan metido en mí mismo, ermitaño y solitario para algunos. Selectivo y cuidadoso a mi parecer. Todo depende del ojo crítico que me mire. 

En mi defensa, la vida misma me había obligado a ser así. Pasar por tantas situaciones de tensión, que escapaban de mi control y me dejaban en la cuerda floja de la inestabilidad emocional desde que tenía uso de razón, no era culpa mía. 

De pronto todo lo acontecido más temprano me había vuelto un tipo reflexivo. Maldije mentalmente al darme cuenta de que estaba perdiendo el tiempo con todas esas chorradas y me incliné hasta quedar a la altura de mi hermano.

-    ¿Qué dices si entras conmigo así los retos de mamá son menos duros? Siempre que estás cerca le ablandas el corazón a la viejita. 

-    Siempre hago reír a mamá. Yo solito. – Respondió con notorio orgullo y ya de pie los dos, despeiné los mechones de pelo que caían por su frente en un gesto tierno y entramos a la casa.

-    Mamá, ya estoy aquí. – Hablé en voz alta dirigiéndome al cuarto de baño para asearme. 

Juan se sentó enseguida en el sofá de dos cuerpos, tomó el mando de la tele señalando el mismo en mi dirección y yo supe enseguida que con aquel gesto quiso hacerme acordar, a su manera, que ya estaba listo para la peli. 

-    Vuelvo enseguida, campeón. – Levantó su pulgar en señal de afirmación y yo me apuré para entrar al baño, sin embargo, la voz de mamá me hizo frenar en seco. 

-    ¿Y a ti qué diablos te ha pasado? ¿Es que no sabes meterte bajo techo cuando se desata una tormenta?

Me giré para verle y sonreí solo con notar que aquellas manchas negras en forma de ojeras rodeando su mirada, iban desapareciendo. A veces me preguntaba cómo hacía para estar tan hermosa y sonriente a pesar de lo que dos por tres le tocaba vivir. 

Todos tenemos una historia, muchos o quizás la mayoría la tienen bastante jodida, pero mamá…mamá sí que las había pasado todas. Mamá sí que las pasaba aún. Y si a alguien le debía el hecho de estar yo en un buen camino, sin haberme desviado como tantas veces pensé o tuve facilidad de hacerlo, era a ella: una persona que vivió todo lo que mamá había vivido, y aún era positiva, aún sonreía y aún hacía todo por salir adelante. No me podía permitir bajar los brazos. 

Cada día al despertar me obligaba a pensar “hoy será un gran día” como ella me había enseñado, repitiéndome cada mañana sin falta al despertarme con un beso en la frente desde que era un niño. Y a día de hoy, era yo mismo quien lo recordaba, para Juan y para mí mismo especialmente.

-    Hola madre, también te he extrañado, estoy bien, gracias. ¿Qué tal tú? – Ironicé por su manera de recibirme y rompí la distancia dando un par de pasos hacia ella para estamparle un beso ruidoso en la mejilla.




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