"𝐿𝑎 𝑣𝑖𝑑𝑎 𝑡𝑖𝑒𝑛𝑒 𝑚𝑖𝑙 𝑐𝑜𝑙𝑜𝑟𝑒𝑠
𝑁𝑜 𝑠𝑜𝑙𝑜 𝑡𝑖𝑒𝑛𝑒 𝑠𝑖𝑛𝑠𝑎𝑏𝑜𝑟𝑒𝑠
𝐻𝑎𝑦 𝑑í𝑎𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑎𝑚𝑎𝑛𝑒𝑐𝑒𝑛 𝑡𝑟𝑖𝑠𝑡𝑒𝑠
𝑃𝑒𝑟𝑜 𝑠𝑖𝑒𝑚𝑝𝑟𝑒 𝒉𝑎𝑏𝑟á𝑛 𝑚𝑒𝑗𝑜𝑟𝑒𝑠
𝑁𝑜 𝒉𝑎𝑦 𝑚𝑎𝑙 𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑙 𝑡𝑖𝑒𝑚𝑝𝑜 𝑛𝑜 𝑑𝑒𝑣𝑜𝑟𝑒
𝐴𝑢𝑛𝑞𝑢𝑒 𝑙𝑜 𝑏𝑢𝑒𝑛𝑜 𝑠𝑒 𝑑𝑒𝑚𝑜𝑟𝑒
S𝑒𝑔𝑢𝑟𝑜 𝑙𝑙𝑒𝑔𝑎𝑟á 𝑒𝑠𝑒 𝑑í𝑎
𝑃𝑜𝑟𝑞𝑢𝑒 𝑎𝑠í 𝑒𝑠 𝑙𝑎 𝑣𝑖𝑑𝑎
𝐻𝑜𝑦 𝑦𝑎 𝑑𝑒𝑐𝑖𝑑í
𝑄𝑢𝑒 𝑝𝑒𝑟𝑑𝑒𝑟 𝑛𝑜 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑟𝑜
𝑉𝑜𝑦 𝑎 𝑟𝑒𝑠𝑖𝑠𝑡𝑖𝑟
𝑌 𝑔𝑎𝑛𝑎𝑟 𝑒𝑙 𝑗𝑢𝑒𝑔𝑜."
𝑆𝑜𝑟𝑎𝑦𝑎.
El sábado desperté mucho más tarde de lo que acostumbraba. Supuse que el susto del día anterior me había dejado con un sobrecansancio físico además del mental. No solía ser demasiado dramática, pero haber estado al borde de la muerte dejaba detonado a cualquiera.
Mamá y papá al final no sospecharon de absolutamente nada. Me vieron llegar mojada pero intuyeron que era a causa de la lluvia, motivo por el cual pude evitar las mentiras, ya que sus únicos planteos fueron sobre si estaba bien, y mandarme a duchar. Si algo no me gustaba era mentirles, pero tampoco quería que el incidente del río llegara a sus oídos, o me estarían vigilando de por vida.
Salí de la cama finalmente, después de juntar todo el coraje necesario y me metí en el cuarto de baño para ducharme.
El día se presentaba caluroso, ya se podía notar por la intensidad con la que el sol quemaba a través de las ventanas. Así que luego de salir del baño fui directamente a mi guardarropas para elegir algo fresco que vestir.
Pasaban de las once de la mañana y mi estómago ya estaba haciéndose sentir por el hambre que traía.
Sin demoras, pasé la prenda elegida por encima de mi cabeza y me eché una rápida mirada al espejo. Amaba el vestido que llevaba puesto, me lo habían regalado mamá y papá al regreso de uno de sus tantos viajes de novios, que dos por tres solían hacer.
Era un vestido de verano confeccionado en algodón fino, de un color celeste pálido, lleno de pequeños lunares blancos. Pero lo que lo hacía uno de mis favoritos era el corte por encima de las rodillas, las mangas que iban cortas con un fino dobladillo, y el frente de la prenda con un delicado abotonado desde la boca del estómago hasta el comienzo del busto.
Me gustó lo que el cristal me devolvió al verme por completo. Como no podía ser de otra manera, unas Converse blancas me calzaban y unos aros plateados que levantaban aún más todo el outfit fueron el toque final. Era coqueta, sí. Pero obsesionada, no. Me gustaba verme bien, sin embargo, no era muy fan del maquillaje o los cambios de color en el cabello, por ejemplo. Solía llevarlo siempre natural y suelto.
No perdí más tiempo y fui directo a la cocina a desayunar. No había nadie en la casa, o al menos eso parecía por el silencio llamativo que había. Llamativo ya que los últimos días había habido de todo menos silencio, y es que ninguna casa en medio de preparativos de boda podía estar muy silenciosa que digamos.
Mi hermano mayor, Gael, se casaba con la mujer de su vida, el siguiente fin de semana. La boda se celebraría en nuestro propio campo, y aquello me tenía demasiado entusiasmada. Mucho más teniendo en cuenta que Lina para mí ya era como una hermana.
Por la tarde llegarían por fin de solucionar unos asuntos en Madrid, tenían que estar en todos los detalles durante la semana anterior a su gran día, y por la noche teníamos la despedida de soltera de Lina. Irían mis hermanas también y nuestras primas, incluida Julia que viajaba con ellos desde Madrid.
Además debía poner al corriente de todo lo sucedido en el día de ayer, a Lina. Ella conocía de la existencia de Isaías y cuando se enterara del asuntito del río, de seguro se caería de espaldas
Recordar al chico de hoyuelos encantadores me provocó una sensación extraña en el vientre y no se debía al hambre precisamente. Todavía me seguía resultando extraño saber que habíamos cruzado palabra después de tanto tiempo sin hacerlo. Y no solo eso, me había salvado la vida de manera literal. Por ese mismo motivo, seguía sintiendo, pese al paso de las horas, que debía retribuirle aquel gesto de alguna manera.
Saqué de la nevera algunas cosas que necesitaría para prepararme unas tostadas con lomito y huevo. A pesar de ser más fan de lo dulce, me apetecía algo salado esta vez.
Desayuné rápido, al contrario de lo que tenía en mente al despertar, pero pensar en mi vecino me distrajo lo suficiente como para que el hambre pasase a un segundo plano.
Una idea cruzó mi cabeza y no pude esperar para hacerla realidad. Volví a mi habitación para tomar un pequeño bolso de mano y salí de la casa para encaminarme campo adentro. El sol estaba fuerte y hacía demasiado calor, por lo que agradecí enormemente haber llevado conmigo un lazo para recogerme el cabello en una coleta alta.
Caminé por unos minutos hasta visualizar el campo de girasoles. Llegué hasta ellos y con la ayuda de una pequeña tijera que también traía en el bolso (no, esto no fue coincidencia, sabía que la necesitaría) corté uno de los girasoles más abiertos y lindos de los que tenía a mi alcance. Era ideal para lo que quería y no podía fallar.
Habiendo obtenido lo que me llevó a caminar tanto bajo el arrasador día de verano, regresé por el mismo camino, sintiendo el mullido césped debajo de mis deportivas, mientras en mi cabeza imaginaba alguna frase inicial con la que sorprenderlo para hacerle entrega de mi obsequio como agradecimiento.
¿Quién no piensa qué decir cuando sabe que va a hablar con esa persona que es capaz de hacerle trabar la lengua con solo soltar un ‘hola’? Yo era la candidata número uno para ese papelón, hoy. Así que durante el trayecto, practiqué qué decir una y otra vez.
La casa de Isaías era contigua a la mía, pero no éramos los típicos vecinos que cualquier persona normal tiene. Nuestro campo era lo suficientemente grande como para estar separado de la siguiente casa vecina con casi la distancia de dos calles, motivo por el cual me tocó caminar durante un largo trayecto más.