Si Me Dejas Amarte

Capítulo 12 - Isaías

"𝑌 𝑦𝑜,

𝑄𝑢𝑒 𝑛𝑖 𝑎 𝑣𝑒𝑐𝑒𝑠 𝑚𝑒 𝑒𝑛𝑡𝑖𝑒𝑛𝑑𝑜

𝐶𝑜𝑚𝑜 𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑒𝑛𝑡𝑒𝑛𝑑𝑒𝑟𝑛𝑜𝑠 𝑙𝑜𝑠 𝑑𝑜𝑠

𝑆𝑖𝑔𝑎𝑚𝑜𝑠 𝑐𝑟𝑒𝑐𝑖𝑒𝑛𝑑𝑜

𝑃𝑜𝑟 𝑡𝑢 𝑏𝑖𝑒𝑛 𝑚𝑒𝑗𝑜𝑟 𝑠𝑒𝑝𝑎𝑟𝑎𝑑𝑜𝑠

𝑄𝑢𝑒, 𝑚𝑒 𝑐𝑜𝑛𝑜𝑧𝑐𝑜 𝑙𝑎 𝑝𝑒𝑙í𝑐𝑢𝑙𝑎

𝑌 𝑙𝑜𝑠 𝑏𝑢𝑒𝑛𝑜𝑠 𝑠𝑒 𝑚𝑢𝑒𝑟𝑒𝑛 𝑝𝑟𝑖𝑚𝑒𝑟𝑜

𝐶𝑜𝑛 𝑒𝑙 𝑡𝑖𝑒𝑚𝑝𝑜 𝑦𝑎 𝑙𝑜 𝑒𝑛𝑡𝑒𝑛𝑑𝑒𝑟á𝑠

𝑄𝑢𝑒 𝑚𝑒 𝑣𝑜𝑦 𝑠𝑜𝑙𝑜 𝑝𝑜𝑟𝑞𝑢𝑒 𝑡𝑒 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑟𝑜

𝑀á𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑡ú 𝑝𝑢𝑒𝑑𝑎𝑠 𝑖𝑚𝑎𝑔𝑖𝑛𝑎𝑟𝑡𝑒

𝑌 𝑡𝑒 𝑑𝑖 𝑡𝑜𝑑𝑜 𝑙𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑝𝑢𝑑𝑒 𝑑𝑎𝑟𝑡𝑒

𝑆𝑖 𝑚𝑎ñ𝑎𝑛𝑎 𝑡𝑒 𝑣𝑢𝑒𝑙𝑣𝑜 𝑎 𝑒𝑛𝑐𝑜𝑛𝑡𝑟𝑎𝑟

𝑄𝑢𝑒 𝑠𝑒𝑝𝑎𝑠 𝑞𝑢𝑒

𝑂𝑡𝑟𝑜 𝑑í𝑎 𝑚á𝑠, 𝑒𝑠 𝑢𝑛 𝑑í𝑎 𝑚𝑒𝑛𝑜𝑠

𝑃𝑎𝑟𝑎 𝑜𝑙𝑣𝑖𝑑𝑎𝑟𝑡𝑒, 𝑒𝑐𝒉𝑎𝑟𝑡𝑒 𝑑𝑒 𝑚𝑒𝑛𝑜𝑠

𝑃𝑒𝑛𝑠é 𝑒𝑛 𝑙𝑙𝑎𝑚𝑎𝑟𝑡𝑒, 𝑠𝑒𝑟á 𝑚𝑒𝑗𝑜𝑟 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑜

𝑉𝑜𝑦 𝑎 𝑙𝑎𝑠𝑡𝑖𝑚𝑎𝑟𝑡𝑒, 𝑝𝑟𝑒𝑓𝑖𝑒𝑟𝑜 𝑙𝑒𝑗𝑜𝑠."

𝐿𝑢𝑖𝑠 𝐶𝑒𝑝𝑒𝑑𝑎.

Hice girar el pomo de la puerta y entré en el piso siendo lo más cuidadoso posible de no despertar a nadie. Me estaba volviendo un experto en el arte del silencio. Mejor dicho, las circunstancias me habían obligado a ello. Mis horarios en casa no eran demasiado compatibles con la vida diurna. Mamá y Juan por lo general siempre dormían cuando yo recién llegaba.

Fui directo a la cocina, es decir, a cinco pasos de la puerta principal y tomé de dentro del microondas, el plato de cena que mamá siempre dejaba para mí. 

Sonreí al comprobar que había preparado aquella noche mi platillo favorito. La lasaña se veía estupenda y ni siquiera pensaba perder tiempo en darle una recalentada. Moría de hambre y también de sueño, así que cuanto antes acabase, más pronto podría tirarme en el sofá de la sala para por fin dormir algunas horas. 

Tomé asiento en la silla que rodeaba la pequeña mesa ubicada entre la cocina y la sala y comencé a disfrutar de mi cena en las tinieblas de aquel piso. 

-    Feliz cumpleaños, hijo.

La voz suave de mamá hizo que levantara la vista de mi plato. Sonreí al verla allí de pie, con cara de dormida pero su sonrisa intacta. 

-    Creía que estabas durmiendo. ¿Qué haces despierta tan tarde?

-    Sabes que aún no me acostumbro al ruido de la ciudad, mucho menos sabiendo que estás allí fuera a altas horas de la noche. Además, mi chico cumple 21 años. ¡Felicidades!

Me puse de pie para abrazarla. Me llegaba por los hombros y su cuerpo menudito encajaba a la perfección entre mis brazos. Inhalé profundo sintiéndome a gusto, olía a mamá.

-    Gracias, viejita. Pero prométeme no desvelarte más por mí. Necesitas descansar o te pondrás enferma.

-    Lo intentaré. – El tono en su voz quebrada hizo que la separe de mí lo suficiente para poder mirarla a los ojos.

-    Sabes que estaremos bien, ¿verdad?

-    Gracias a ti, así será. – Respondió con confianza.

-    Nada de eso, somos un equipo. Tú debes estar aquí en casa, Juan te necesita.

-    Lo sé, pero es injusto que tú debas trabajar doble además de asistir a las clases por la mañana.

-    Todo sacrificio tiene su recompensa, mamá. Todo se irá dando. Tranquila y confía en mí. – Sobé su espalda con la palma de mi mano para consolar sus miedos.

Llevábamos dos meses viviendo en Barcelona. Dos largos y difíciles meses. Habíamos pasado de vivir toda nuestra vida en el campo, alejados del ruido y en contacto directo con la naturaleza, a pasar a hacerlo en un piso de una sola habitación, que no solo nos quedaba chico, sino que además daba a una de las calles más concurridas de la ciudad. Su alquiler no era algo que se pudiera pagar fácil, por lo que debía trabajar doble turno para hacerlo y también mantenernos. Con suerte lograba ahorrar algo si las propinas de la noche eran buenas. 

No era fácil, cada noche al regresar a casa ansioso por lograr dormir más de 5 horas, la cabeza me daba vueltas una y mil veces. No podíamos regresar. Pero tampoco quería asumir completamente que mi vida había cambiado. Sentía que ninguno de los tres nos merecíamos aquello. 

-    Tengo algo para ti. 

-    Mamá… Sabes que no me gustan los regalos. – Me quejé aún a sabiendas que le importaría poco lo que diga.

-    Y tú sabes que me importa poco lo que digas. 

Sonreí por eso, la conocía demasiado. Extendió un paquete pequeño envuelto en papel de regalo azul y lo tomé algo confuso al no poder descifrar de qué se trataba.

-    Joder, no tengo ni puta idea de qué sea.

-    Esa boca, jovencito. – Me retó molesta poniendo sus brazos en jarra a los costados de su cintura.

-    Tengo 21 años, déjame ser. – Bromeé.

-    Mientras vivas bajo este techo deberás respetar las normas.

-    ¿Sabes que te pones más guapa cuando te enojas, verdad?

-    Cierra la boca y abre de una vez el maldito regalo. Jolines, ya ves que hasta a mí me haces maldecir.

Sonreí negando mientras me disponía a abrir el paquete. Rompí el envoltorio pues dicen que da suerte y vaya que la necesitábamos.

Cuando por fin descubrí de qué se trataba, el corazón comenzó a latirme más fuerte. No entendía del todo pero sí de algo estaba seguro, era de que aquel regalo solo me hizo pensar en una persona.

-    Mamá, esto…

-    ¿Recuerdas el día que nos fuimos de casa?

«Cómo no hacerlo…»

-    Creo que será difícil de olvidar.

-    Ese día en el tren, viajando para aquí, con la tristeza más grande que jamás había sentido. Estaba Juan dormido en el asiento de en medio y tú estiraste tu brazo con dificultad para poder abrazarme por los hombros. Sin darte cuenta hiciste que la poca luz de esperanza que me quedaba, volviera a tomar fuerza. – Pasé saliva escuchándola. No quería llorar. No iba a hacerlo. Pero joder…me lo estaba poniendo difícil.– Me hablaste de la esperanza, de los cambios y de que a veces duele salir del cascarón, me contaste todo eso haciendo referencia a las mariposas. Comparando su metamorfosis con nuestra situación familiar. No he podido olvidarlo, hijo. Siento que la vida nos ha golpeado tanto, pero a la vez me siento orgullosa y afortunada de tenerte. De ver en el hombre que te has convertido y lo buena persona que eres. Mereces tanto… - se llevó una mano a la boca intentando esconder un sollozo, pero fiel a su espíritu guerrero, no se quebró. Respiró hondo profundamente y continuó.- Sabes que no tenía mucho dinero, pero esta mañana he salido a caminar un poco con tu hermano y al pasar por una tienda lo vi. 




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