"𝐴 𝑏𝑟𝑜𝑘𝑒𝑛 𝒉𝑒𝑎𝑟𝑡 𝑖𝑠 𝑎𝑙𝑙 𝑡𝒉𝑎𝑡'𝑠 𝑙𝑒𝑓𝑡
𝐼'𝑚 𝑠𝑡𝑖𝑙𝑙 𝑓𝑖𝑥𝑖𝑛𝑔 𝑎𝑙𝑙 𝑡𝒉𝑒 𝑐𝑟𝑎𝑐𝑘𝑠
𝐿𝑜𝑠𝑡 𝑎 𝑐𝑜𝑢𝑝𝑙𝑒 𝑜𝑓 𝑝𝑖𝑒𝑐𝑒𝑠 𝑤𝒉𝑒𝑛
𝐼 𝑐𝑎𝑟𝑟𝑖𝑒𝑑 𝑖𝑡, 𝑐𝑎𝑟𝑟𝑖𝑒𝑑 𝑖𝑡, 𝑐𝑎𝑟𝑟𝑖𝑒𝑑 𝑖𝑡 𝒉𝑜𝑚𝑒."
𝐷𝑢𝑛𝑐𝑎𝑛 𝐿𝑎𝑢𝑟𝑒𝑛𝑐𝑒.
Llevaba varios días en donde casi no veía la luz del sol. Llegaba al trabajo al amanecer y apagaba el ordenador para volver a casa cuando el atardecer ya daba paso a la noche.
Tampoco ayudaba en nada que fuera invierno. Muy pronto en la tarde ya estaba oscuro y los días se volvían aún más cortos. Motivo por el cual siempre prefería el verano.
Para ser honesto había momentos en donde de verdad mi trabajo se volvía interesante. Pero también debía admitir que había optado por esa profesión solamente para llegar a donde estaba hoy.
El sacrificio y la voluntad habían dado sus frutos. La carrera la había acabado en tiempo récord. Y las calificaciones fueron lo suficientemente buenas como para entrar a trabajar a la empresa más prestigiosa del rubro en Barcelona. No podía decir que no me atraía en nada encargarme del marketing y la administración de la empresa con más renombre en el área automotriz, pero no era mi pasión definitivamente.
Estiré mi cuerpo en el asiento. Un fuerte pinchazo me recordó la contractura de mi cuello y también el hecho de que debía regresar a casa con algún relajante muscular o mamá me las iba a cantar nuevamente.
Miré por la ventana observando el cielo oscuro y estrellado de aquella ciudad. Una ciudad que me había dado tanto y a la que comencé a querer con el correr de los años. Diez largos y lentos años en donde fui aprendiendo y aceptando, sanando y construyendo una nueva vida. Una vida con la que ahora me sentía satisfecho. No completo, pero al menos algo es algo.
Suspiré a causa de mis propios pensamientos y finalmente cerré el programa del ordenador en el que estaba trabajando para luego darle al botón de apagado. Suficiente para un viernes por la noche. Quería llegar a casa y estar un rato con mamá antes de que se fuera a dormir, cenar con ella y preparar los últimos detalles para la celebración de cumpleaños de Juan. Aún se me hacía increíble que ya estuviera a punto de cumplir 22 años. Era todo un hombre. Un hombre feliz y risueño.
Juan estaba estudiando un curso de cocina al que iba y volvía solo. Siempre se había interesado por el mundo culinario cuando mamá preparaba sus creativas recetas y aquellos tipos de cursos eran ideales para él. Dimos con un instituto cerca de casa donde enseñaban variedad de técnicas para niños y jóvenes con necesidad de un aprendizaje y atención más personalizada. Además de la oportunidad que tenía en dicho sitio, de conocer y socializar con más chicos. Diez años atrás nunca hubiese imaginado que llegaría a tanto. Pero su esfuerzo por mejorar y la compañía de mamá en todo momento lo habían hecho posible.
Salí de la oficina con rapidez, de pronto recordarlos me provocó aún más ganas de verles.
Me despedí de Jacinto, el portero del edificio donde trabajaba y fui directo al estacionamiento donde había dejado 12 horas antes, mi Audi estacionado.
No. No me iba lo suficientemente bien como para costear un coche de alta gama. Más bien había sido una atención por parte de la empresa. Según los directores, desde mi llegada a ellos, los números habían crecido favorablemente. No quise discutirles su apreciación, agradecí con mi mejor sonrisa el gesto y busqué seguirme superando en mi área días tras día.
Antes de encender el motor, saqué del bolsillo del pantalón mi móvil. Abrí la aplicación de mensajería rápida y revisé por arriba los mensajes recibidos y no chequeados en su mayoría.
Encontré entre ellos el nombre de Clara. Abrí el mensaje y sonreí con picardía al leer lo que allí ponía.
“ Te espero esta noche?? ”
Automáticamente tecleé una respuesta rápida explicándole que debía ir a casa. Mañana era el cumpleaños de mi hermano, pero luego de la celebración, por la tarde, podía pasarme un par de horas por allí.
No llegué a guardar el aparato nuevamente en el pantalón que el sonido de un nuevo mensaje me alertó de una rápida respuesta por parte de mi amiga.
“ Estoy contando las horas desde ya. Besos, muchos…”
Clara. Clara era una buena amiga. Una antigua compañera de trabajo con la que, conforme fuimos conociéndonos, comenzamos a pasar más tiempo juntos. Ahora llevaba unos pocos meses trabajando para otra empresa, de todos modos seguíamos encontrando nuestros espacios para vernos, disfrutando de momentos bastante íntimos concretamente, recreando escenas no aptas para menores de edad.
Extrañaba aquellos días de oficina y trabajo hasta tarde con compañía. Clara supo hacerme las horas más amenas. Mucho más amenas.
Pero era eso, una amiga. Una amiga con derechos como se suele decir en estos casos.
Finalmente guardé el móvil. Coloqué el cinturón de seguridad como correspondía y le di marcha al motor de aquel hermoso y costoso coche.
***
Media hora más tarde entré en casa. Había pasado por un local de comida china y por una farmacia en busca de relajantes para mi contractura.
Todo estaba muy tranquilo y desde el amplio recibidor no pude notar movimientos en la sala ni ruidos provenientes desde la zona de la cocina.
Pero aquel aroma… Sonreí. Mi olfato no fallaba cuando de los pasteles de mamá se trataba. Caminé con decisión hasta la entrada de la cocina y la imagen que recibí del otro lado me confirmó lo que había intuido apenas puse un pie en la casa.
Mamá terminaba de decorar el pastel de chocolate de cumpleaños de Juan. Aquel era su favorito. El elegido año tras año sin excepción. Era un pastel de 3 pisos, relleno de nata y chocolate y cubierto por un baño también de chocolate. No conocía el ingrediente secreto, pero daba fe de no haber probado algo igual en ningún sitio. Vamos, un pastel para los amantes del dulce en todo su esplendor.