"𝑆𝑒 𝑚𝑒 𝑗𝑢𝑛𝑡𝑎 𝑡𝑢 𝑚𝑖𝑟𝑎𝑑𝑎 𝑐𝑜𝑛 𝑙𝑎 𝑚í𝑎
𝑆𝑒 𝑗𝑢𝑛𝑡𝑎 𝑙𝑎 𝒉𝑜𝑛𝑒𝑠𝑡𝑖𝑑𝑎𝑑 𝑦 𝑙𝑎 𝒉𝑖𝑝𝑜𝑐𝑟𝑒𝑠í𝑎
𝑆𝑒 𝑚𝑒 𝑗𝑢𝑛𝑡𝑎 𝑐𝑎𝑑𝑎 𝑟𝑎𝑠𝑡𝑟𝑜 𝑑𝑒 𝑖𝑔𝑛𝑜𝑟𝑎𝑛𝑐𝑖𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑦𝑜 𝑖𝑛𝑡𝑒𝑛𝑡𝑜 𝒉𝑎𝑐𝑒𝑟 𝑝𝑎𝑟𝑒𝑐𝑒𝑟 𝑠𝑎𝑏𝑖𝑑𝑢𝑟í𝑎
𝑆𝑒 𝑚𝑒 𝑗𝑢𝑛𝑡𝑎𝑛 𝑙𝑜𝑠 𝑟𝑒𝑐𝑢𝑒𝑟𝑑𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑡𝑢𝑠 𝑏𝑒𝑠𝑜𝑠, 𝑒𝑠𝑜𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑦𝑎 𝑝𝑒𝑟𝑡𝑒𝑛𝑒𝑐𝑒𝑛 𝑎𝑙 𝑝𝑎𝑠𝑎𝑑𝑜
𝑌 𝑡𝑒 𝑒𝑥𝑡𝑟𝑎ñ𝑜 𝑐𝑎𝑑𝑎 𝑛𝑜𝑐𝒉𝑒, 𝑙𝑜 𝑐𝑜𝑛𝑓𝑖𝑒𝑠𝑜
𝐴𝑢𝑛𝑞𝑢𝑒 𝑗𝑢𝑟𝑒 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑜 𝑒𝑠𝑡𝑜𝑦 𝑒𝑛𝑎𝑚𝑜𝑟𝑎𝑑𝑜."
𝑀𝑒𝑙𝑒𝑛𝑑𝑖 + 𝐵𝑒𝑟𝑒𝑡.
Me levanté temprano por la mañana, aún cansada y con un dolor de cabeza de muerte. Miré la hora en el móvil y quise volverme a dormir cuando vi que apenas eran las nueve. ¿Por qué jodido motivo me había despertado?
Enseguida lo supe cuando los ruidos provenientes de la sala llamaron mi atención. Gritos, carcajadas, más ruidos, más gritos…
- Maldita sea. – Me puse de pie y al ver la camiseta que llevaba puesta los recuerdos de horas atrás se abalanzaron en mi memoria uno tras otro.
Por algún motivo que no recordaba, Isaías estaba en la casa. Me había visto llegar, me había cargado hasta la habitación y me había espabilado la ebriedad bajo la ducha.
Lógicamente no era del todo yo. Porque de haberlo sido jamás hubiese permitido que siquiera me ayudara a llegar a mi cama. Pero a diferencia de otras veces, en esta oportunidad, el alcohol me había jugado una mala pasada.
Cuando bebía no solo olvidaba, también me desinhibida de todo y todos. Podía ser yo misma o incluso ser eso que nunca me animaba a ser. A lo largo de mis 26 años, siempre busqué la aprobación del resto. Siendo lo políticamente correcta que se suponía debía ser e intentando contentar a los míos. Pero hacía ya dos meses que mi propósito era otro, de hecho si lograba desilusionar a la gente, mejor.
Recostada sobre la cama y dando vueltas a los pensamientos, no pude evitar esforzarme por recordar más de la madrugada anterior. Alguna parte de mi cuerpo se encontró deseando recrear aquello nuevamente.
Sus manos acariciando mi pelo, sus ojos en los míos observándome en detalle y haciendo que con esa intensidad llegara a sentirme como si estuviera desnuda frente a él. Sentí el recuerdo vivo del deseo por besarle e incluso de ir a más. Todo lo recordaba intenso, pero rápido, como si en aquel momento no hubiese sido capaz de disfrutarlo como de verdad quería.
Anoche solo fuimos él y yo, todo mal recuerdo y todo dolor se había logrado camuflar. Llevaba semanas inmersa en un sufrimiento que solo desaparecía cuando el alcohol se volvía el protagonista de mi cuerpo, al punto de dejarme en la inconsciencia. Pero anoche, anoche experimenté ese alivio estando con él.
Abrí los ojos de golpe y me reclamé mentalmente por estar pensándole así. Con tanto deseo y necesidad por revivir esa escena en la ducha.
- No vas a joderme de nuevo. Esta vez no. – Bufé en voz alta mientras terminaba de levantarme. No podía dejar que me hiciera daño, no más del que ya sentía.
Me dirigí hasta el baño para asearme. Tenía el cabello alborotado, seguramente por haberlo recogido cuando aún estaba húmedo. No me importó. Lo solté y volví a sujetarlo en un moño desprolijo, cepillé mis dientes y salí dispuesta a volver a la cama.
De pronto analicé la situación con los pensamientos en frío. Si Isaías tuvo que pasar la noche aquí y ahora le podía sentir riendo desde la sala con los niños, entonces algo debió pasar con Lina y Gael.
A pesar de mi mala relación con mi hermano durante los últimos días, no pude evitar sentirme preocupada. No quería, sin embargo debía salir y averiguar el motivo por el que no estaban en casa.
Miré el reflejo de mis pintas en el espejo y me reproché al darme cuenta que estaba buscando verme bien, o al menos no como una piltrafa mal dormida y con resaca. Si algo debía importarme poco, era la manera en la que Isaías pudiera verme.
Decidida, me dejé puesta la camiseta de la noche anterior, cubría lo suficiente como para que no se viera más que un poco de mis piernas. No me iba a vestir o duchar para él. Además, una vez me explicara lo que estaba pasando, volvería a mi habitación sin rodeos.
Caminé por el pasillo hasta doblar en la sala y entonces los vi: Isaías había movido la mesa central hacia un costado y ahora era él quien ocupaba ese lugar. Estaba tirado sobre la alfombra que cubría el piso de la sala y tenía a los 3 niños saltándole encima a carcajadas limpias. Se veían felices. Felices aunque estaban sin sus padres y con un casi completo extraño.
- Buenos días. – Musité intentando acaparar la atención de los disfrutones.
Ninguno de los niños se contentó por escucharme o verme allí. Por el contrario, señalaron a Isaías con sus deditos de la misma manera que un niño enseña a su juguete favorito.
- El tito Isaías nos ha venido a cuidar durante unos días. Ven, tita, ven, queremos que tú también juegues con nosotros. – Pidió la mayor de los tres entre risas.
Atónita, observaba la escena. Resultaba ser que aquel tipo al que jamás antes habían visto, ahora era su tito favorito, a juzgar por la emoción con la que lo presentaron.
Isaías sacó su bonito rostro de entre un par de piernas infantiles y me miró con incertidumbre durante unos segundos. Segundos en donde también luchó para que dos niñas ya creciditas y un niño de casi dos años, no le quitaran un brazo del lugar o le dejaran sin un ojo.
Cuando aceptó que no iba a decir nada, se removió entre los pequeños con algo de dificultad, pero finalmente logró escapar de ellos.
- ¿Qué les parece si tito Isaías les deja mirar un rato los dibujos animados?
- Mamá no nos deja mirar la televisión tan temprano en la mañana. – Cómo no, siempre hay una cumplidora entre los hermanos, entre mis sobrinos era Esperanza, la del medio.
- Algo me comentó tu mami, peeeeero, ahora están bajo mi cargo y se han portado tan pero tan bonito desde que se han levantado, que se lo han ganado. Ya luego hablaré con tu madre para hacérselo saber. ¿Vale? – Vi como mi antiguo vecino le picaba la nariz con ternura a mi sobrina.