Si Me Dejas Amarte

Capítulo 21 - Pilar

"La última vez que me dejaron sola

Fue como el mar si le quitas las olas

Como la música sin voz

Como un hola sin adiós

Es sentir la soledad

Aunque hayan dos

No volveré a mentir (Uh -uh -uh -uh)

A decir que estoy bien

Si sobraron las lágrimas

Pero ya no más

Ya aprendí a decir que me tengo que ir

Si quedarme me duele más." 

Aitana.

 

 

 

Las siguientes dos semanas pasaron más rápido de lo esperado, algo que comenzaba a confirmarme que poco a poco la tristeza iba dando paso a la aceptación, o más bien a la costumbre de vivir con aquel dolor. Siempre había escuchado decir que uno nunca deja de sentir dolor, más bien aprende a vivir con él. 

En esa especie de limbo estaba hoy, entre el dolor y el aprendizaje de cada día. Sería injusto si me atribuyera todo el mérito a mi misma, por el contrario, en gran parte la compañía de Lina había logrado distraerme durante todo el tiempo transcurrido. Su condición delicada y sus ya casi 36 semanas de embarazo me habían obligado a estar más en casa, Gael trabajaba demasiado y con mamá aún fuera, mi cuñada no podía arreglarse sola con los niños. 

Así que allí me pasaba mis tardes luego de alguna que otra cita en el consultorio, cuidando de una embarazada casi a término, con cuidados especiales y tres terremotos vivientes que no dejaban de demandar y reclamar a toda hora. Hasta cuando iban a clase, pues en ese tiempo aprovechaba para dejarles la cena lista. 

En varias oportunidades había sorprendido a Lina mientras me observaba, sonriendo por verme lidiar como una ama de casa desesperada. Pero así de caprichoso era el destino, y a veces llegaba a creer que todo aquello era una especie de plan armado por papá desde donde fuera que esté, con la sola intención de mantenerme cerca de la familia y distraída. Punto para  él si así era, porque la casa, los pequeños y las incesantes conversaciones que Lina buscaba sacarme, me tenían agotada. Tanto que casi no había salido por las noches en los últimos días y eso ya era mucho decir.

Observé el bolso abierto sobre mi cama, repasando la lista mental de cosas que no podía olvidar, definitivamente había perdido la costumbre de ir de acampada. 

Durante años, casi sobre el final del invierno, toda la familia solíamos ir a un sitio a pocas horas de casa, un lugar lleno de verde y espacio permitido para camping. Ahí nos llevaba papá desde pequeños y a pesar de ir creciendo, nunca dejó de ser parte de la tradición de los Fernández. 

Sin contar que el último par de años no participé debido a la mala compañía que tenía en ese entonces como mi pareja. Ahora no me resultaba nada extraño que me haya dejado justo después de lo de papá. Debí darme cuenta mucho antes lo egoísta y desinteresado que estaba de ser parte de mi vida en todo. 

Resoplé recordando aquellos tiempos. Tiempos en el que ya estaba siendo una persona diferente, malhumorada y cambiante. Los recuerdos de mi ex solo me servían para entender que una persona no es buena cuando logra alejarte de quién eres, de los tuyos, de lo que amas hacer. Es cierto, no lo niego, no todo fue su culpa, por el contrario, yo había sido la gran culpable de permitirle llegar a tanto…

Unos pasos a toda velocidad provenientes del pasillo me trajeron nuevamente a la realidad, logrando que mi atención se desviara por completo a la puerta de la habitación que se encontraba abierta. La carita pícara y sonriente de la versión femenina y pequeña de mi hermano Gael se asomó detrás de ella, desviando su mirada desde el bolso sin acabar hacia mí, repetidas veces. 

- Dice papi que si no estás lista en cinco minutos te tocará quedarte… - sus hombros pequeños se encogieron quitándose responsabilidad por las palabras enviadas por su progenitor.

Sonreí en respuesta y me acerqué hasta ella inclinándome para quedar a su altura. 

- Ya estoy casi pronta. Ve corriendo a guardarme lugar a tu lado en el coche, ¿de acuerdo?

- ¡¡¡Siiiii!!! Sabía que papi estaba equivocado con eso de que ibas en el otro coche, iupiii, iré a tu lado, iré a tu ladooo… – La emoción en sus palabras me hizo reír, pero sin tiempo a más, se dio vuelta para irse dispuesta a cumplir mi pedido. 

Las últimas palabras de mi sobrina mayor me dejaron un poco confundida ya que en la camioneta había espacio suficiente para Gael y Lina, los tres pequeños y yo, por lo que dudaba mucho que mi hermano hubiera decidido usar el coche nuevo también. Quité importancia a eso finalmente y metí rápidamente las últimas cosas que quedaban por guardar en mi escueto equipaje. Eran solo dos noches fuera, no necesitaría más.

Colgué el bolso sobre mi hombro derecho y ubiqué sobre mi cabeza las gafas de sol negras que siempre llevaba conmigo. El sol comenzaba a hacerse notar un poco más en estas semanas y después de tantas lluvias y bajas temperaturas, se agradecía. 

Atravesé rápidamente la sala de estar y salí por la puerta principal de la casa donde Gael y los demás esperaban por mí para dar comienzo a la escapada familiar de cada invierno. 

No pude evitar fruncir el ceño al ver a Isaías de espaldas a mí, cargando la camioneta de Gael con los diferentes bártulos necesarios para la ocasión. Seguramente se quedaría en la casa para cuidar de ella y aprovechando el favor, trabajaría de cerca sin necesidad de ir y venir al hotel. Debía de ser eso sí, me reafirmé a mí misma. No podía existir probabilidad alguna de que…

– Oh…ahí estás, Isaías acaba de cargar su bolso, anda, trae el tuyo que es lo último que falta y así nos podremos marchar de una vez. Jamás creí que salir un fin de semana con 3 niños, una embarazada múltiple, mi hermana menor y mi socio podía ser tan complicado.

« ¡Qué carajos…! »

– Ja ja ja – Reí forzadamente en respuesta, esperando que aquello fuera un chiste de mal gusto. – Vale, ahora en serio. ¿Qué hace aquí Isaías? 




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