" Yo sé que el mundo no es fácil
No lo es conmigo pero entiende
Que aunque no puedas verme
Estoy contigo
Se que lloras por las noches puedo oírte
Y aunque yo no pueda hablar te lo juro aquí sigo
Siento tu mirada triste
Y sé que tú te sientes sola
Mira yo te entiendo yo estoy solo a toda hora."
Cali y El Dandee.
Llegamos por fin al bosque en el cual acamparíamos los siguientes dos días. Para mi sorpresa se veía bien, al menos mejor de lo que esperaba.
Cuando niño solía pedirle a mamá para armar la tienda en el patio de casa y me la pasaba horas y horas imaginando con las sombras que provocaban las linternas que le robaba a mi progenitor, al menos para algo había servido el gilipollas.
Bajamos del coche y enseguida lo hicieron las chicas también junto a los niños. Por fin pudimos estirar las piernas después de casi tres horas de viaje.
No pude evitar buscarla con la mirada al instante, necesitaba analizar cómo se encontraba. Lo último que había notado de ella fue ese malestar por mi presencia. Y si bien, algo de diversión me dio, tampoco buscaba pasarlo mal el resto del fin de semana.
Para mi sorpresa nuestras miradas se cruzaron y Pilar no buscó apartarse, al contrario, podía jurar que había algo diferente en aquel par de avellanas que me miraban fijo ahora. Algo así como cierta calma, como si de alguna manera estuviera buscando transmitir que también necesitaba una especie de tregua durante la estadía juntos.
Sonreí sutilmente no sabiendo muy bien cómo reaccionar. Pilar era ahora una caja de sorpresas, cuando menos lo esperaba podía reaccionar de mala manera o mandarme a freír churros, así que opté por seguir mi camino enseguida e ir a darle una mano con los bolsos a Gael.
Una vez dispusimos todo en nuestro espacio de naturaleza para colocar las tiendas, llegó el momento de armar y preparar todo para dormir. La noche se acercaba con rapidez por lo que no había tiempo que perder.
Un par de horas más tarde y con el sol a cuestas perdiéndose en el horizonte del lago que nos regalaba aquel sitio, todo quedó listo para dar comienzo a la aventura del fin de semana.
Tres tiendas lo suficientemente equipadas se disponían en un gran espacio de metros cuadrados en los cuales armamos campamento, expresión que le había escuchado decir a Lina. A decir verdad no tenía demasiada experiencia con estos asuntos, pero como buen hombre amante del campo, me la rebuscaba para todo.
En una de las tiendas dormiría Gael con Lina y los tres pequeños, en otra bastante más pequeña Pilar y la restante sería mía.
Debía admitir que no me costó nada aceptar la invitación de Gael y Lina más temprano. Me tomó por sorpresa, sí, pues no tenía idea que tenían pensado salir, mucho menos en la condición de Lina. Pero según ellos, aquella tradición familiar le sería de distracción y ayuda para recobrar energías antes del nacimiento de los bebés.
Como buen tipo meticuloso y sobreprotector en el que me había convertido con los años, me resultaba algo peligroso e incómodo para ella pasar fuera de casa y durmiendo sobre un colchón inflable en el suelo. Pero no era asunto mío, por lo que solo acepté la invitación, tomando la escapada como una oportunidad para estar cerca de Pilar. Así no me quiera en su radar, haría todo lo posible por cuidarla sin romper su espacio personal.
Pronto se hizo la noche, cenamos todos juntos unos bocatas de jamón cocido y queso que había traído ya preparados de casa la esposa de mi ahora socio. La primera noche al parecer siempre buscaban picotear algo rápido para descansar y disfrutar sin demoras. Y debía admitir que estaban de muerte.
Pilar se la pasó metida en su tienda tanto tiempo que por un momento sentí la tentación de meterme dentro para traerla a la reunión familiar así fuera obligada, pero fue precisamente su hermano el que comentó a los niños que le dejaran espacio. Algo que llamó por completo mi atención ya que Gael suele ser bastante duro con ella, y con razón. Así que preferí no tomar las riendas de momento, la noche era larga y aún quedaba tiempo para que decidiera unirse.
Una vocecita chillona pero ya familiar buscó llamar mi atención al mismo tiempo que tiraba de la tela de mi abrigo, desviando mi mirada del fuego que ardía en el medio del camping, hacia ella.
— Tito, Ishaías pídele a papá las cosas para hasher malvaviscosh, él lo prometió, anda, Tito, por fa…
— Cariño, deja tranquilo a Isaías. Ahora tu padre irá a ayudarte.
— Quiero al tito, no a papá – la mediana del trío dinámico se quejó frunciendo su ceño y mirando de mala manera a su madre que disfrutaba del cielo estrellado de aquella noche mientras descansaba en una reposera que habían traído ellos de casa — dije tito, tito y tito…jum.
— Pequeña, cuida la manera en la que le hablas a tu madre. – Respondió tajante y frío Gael, denotando autoridad y tuve que morderme el labio para no soltar la carcajada al ver a mi colega ejerciendo el rol de padre molesto.
Aquello parecía una escena digna de ser grabada, la típica discusión de vacaciones familiares con niños pequeños que luego recuerdas de adulto.
— ¿Qué dices si mejor la tita te ayuda y dejamos a los mayores aburrirse solos?
La dulce y ahora taciturna voz de Pilar nos tomó por sorpresa a todos, a estas alturas y no habiendo salido a cenar había dado por hecho que no la vería hasta el siguiente día. Me giré para verla en el mismísimo instante que salía de la tienda.
Llevaba unos pantalones vaqueros claros, unas botas abrigadas en los pies y un abrigo a cuadros lo suficientemente grande como para llegarle casi a las rodillas. Tenía el cabello recogido en un desprolijo moño y en ese momento supe que aquella era la imagen más cercana a la Pilar de hace diez años que había visto hasta el momento desde que regresé a Pamplona. Era hermosa, despreocupada, pero al mismo tiempo sexy y atractiva.