"Tú me sabes desnudar sin quitarme la ropa
Tú haces dudar al que acierta y al que se equivoca
Eres la chica perfecta, ¿qué más te puedo decir?
Eres la chica perfecta para mí, para mí."
Melendi.
El día llegó con más rapidez de la pensada. Parecía mentira como los meses pueden irse perdiendo en el calendario cuando uno gasta los días siendo feliz. No recordé aquella sensación en mi vida nunca antes.
Tenía días de más alegría que otros, pero como me sentía hoy no se comparaba a ninguno de esos días en los que me sentía un poco menos perdido.
Los avances en mi vida me hicieron ver que no estaba errado, veía a mamá cumplir sus metas con Juan y sentirse segura en una ciudad, en una casa, que era lo que siempre había anhelado para ella, eso me daba tranquilidad.
Pero la felicidad, esa que te aflora por los poros y que no encuentras explicación alguna para intentar contar cómo se siente, esa había sido ajena en mi vida durante mucho tiempo.
Sin embargo ahora sería capaz de escribir un manual de las sensaciones que la felicidad provoca en el cuerpo y en el alma de una persona. Pilar había llegado una vez más para enseñarme que cuando uno siente no puede ir contra eso. Y ella me hacía sentir feliz.
Y no hablo de una felicidad por tenerla cerca, o por lo que es capaz de provocarme cada vez que la beso o por esas veces que me pierdo en sus ojos mientras mis dedos la leen en braille por todo su cuerpo. Era más.
Era la persona en la que me había convertido por quererla. Solo basta con recordar al Isaías de unos meses atrás para darme cuenta lo cambiado que me sentía.
Sentir ganas de hacer sonreír a alguien todos los días era algo que mi viejo yo jamás hubiera sentido. Aquel tipo frío, tosco y desinteresado por todo lo que no fuera su familia o el trabajo, era ahora un jodido enamorado incapaz de dormir solo una noche de nuevo. La necesitaba a ella.
Por un momento creí que pensar en todo eso iba a calmar lo jodidamente nervioso que me sentía. Estaba a punto de recibirme de padrino por primera vez y no estaba seguro de estar listo para eso.
Me miré en el espejo y quedé conforme con lo que el cristal me devolvió. Estaba acorde a lo celebrado. Sería una ceremonia íntima, elegante y sencilla a la vez. Pero si algo me habían dejado en claro, era que para ellos, esta celebración, era muy importante, sino la más, para transmitirle a sus hijos.
Estaría solo la familia cercana de Lina y Gael, unas veinte personas en total y yo. Seguía sin entender por qué me confiaban algo tan importante para ellos como lo son sus dos hijos, pero una vez más sentí que la vida me estaba dejando en claro que me quería en la vida de los Fernández. Y yo lejos estaba ya de negarme a eso.
— Toc, toc… — Miré por el reflejo del espejo hacia la puerta y la vi enfundada en ese vestido amarillo y casi quedo paralizado — no me hagas pecar a minutos de consagrarme como padrino por primera vez.
— Solo pretendo tentarte, no que peques — dijo acercándose a mí y me giré entonces para enfrentarla.
— No soy bueno evadiendo las tentaciones.
— Pues deberás mantener tus manos lejos porque nos esperan para salir a la iglesia — rodeó con sus manos mi cuello y automáticamente mis brazos la tomaron por su cintura sintiendo la fina tela de aquel vestido.
Pilar llevaba el pelo suelto, con unas ondas marcadas a la perfección, haciendo resaltar su rubio. El vestido era corto pero no exagerado, aunque no me hubiese quejado de que así fuera.
Estaba fina pero igualmente sexy, o quizás eran mis ojos que no podían verla de otra manera. Ahora mismo solo pensaba en pasar llave a la puerta de la habitación de huéspedes y quedarme a solas con ella durante horas.
— Han pasado dos meses ya… — mencioné en un susurro contra su boca mientras dejaba cortos besos, seguro de que entendería de qué hablaba.
— Lo sé, pero necesito tiempo aún.
— ¿De verdad crees que se lo puede tomar mal?
— No es eso… — respondió insegura.
— ¿Qué, entonces? — cuestioné acariciando los costados de su cintura con delicadeza.
Desvió su mirada hacia la nada misma y pude leer sus pensamientos en aquellos gestos indecisos e inseguros.
Sabía a la perfección lo que le pasaba y por eso mismo, en parte, no quería presionarla para hablar con Gael.
Debía admitir que dolía saber que aún se sentía insegura con lo que teníamos. No por lo que ella sentía, no por dudar de mí, pero hablar con su familia implicaba aceptar que esto iba en serio. Y Pilar aún no era sincera con ella misma, ni conmigo tampoco, acerca de sus sentimientos.
Durante los dos meses que habían transcurrido desde que decidimos enfrentar lo que nos pasaba, no hicimos otra cosa que dormir juntos casi que cada noche.
Sin ser por los fines de semana que yo viajaba a Barcelona para ver a mamá y Juan. Motivo por el cual también necesitaba con urgencia blanquear a todos lo que nos pasaba. Quería hacer que Pilar formase parte de mi vida en todos los ámbitos.
Pero de lunes a viernes, siempre encontramos excusas para estar juntos. Pilar se inventó nuevos horarios en su consultorio, salidas y quedadas en casa de amigas y otras tantas veces donde ni siquiera anunciaba que no iría a dormir.
Quitando lo agradecido que estaba de tenerla conmigo siempre, ya me estaba jodiendo demasiado tener que ocultarlo todo.
— Ni siquiera hablar de lo que nos pasa en voz alta con el mismísimo presidente hará que esto sea menos intenso de lo que ya es — mencioné haciéndole saber que conocía sus pensamientos de memoria, pero una vez más, Pilar no dijo nada — en fin…deberías ir yendo, después lo haré yo, así no nos ven llegar juntos.
— ¿Estás molesto? — Su pregunta me tomó por sorpresa, jamás me cuestionaba cómo me sentía, ni para bien, ni para mal.
— Jamás. — Respondí escueto pero siendo honesto, era demasiado tranquilo como para enojarme. Debía tratarse de algo demasiado serio para hacerlo.