"Estoy enamorado de tus besos mariposa
De tus logros, tus sueños, de todo lo que tocas
Estoy enamorado de las cosas que no veo
Tus secretos, tu historia, lo que guardas dentro."
Axel.
Finalmente lo besé tomando la iniciativa por primera vez. Me sentí rara por un lado, sin embargo algo en mi interior se rompió, dando paso a una sensación de calma y paz que había estado ausente durante mucho tiempo.
Sabía a la perfección que todas las miradas estaban puestas en nosotros, pero poco me importó.
Tampoco es como si buscara recrear una escena no apta para menores, por el contrario, fui consciente de que necesitaba demostrarle con aquel beso que le quería tanto o igual que él a mí.
Así que fui dulce en aquel gesto, como quién besa por primera vez, buscando no perderme ningún detalle.
Pocos segundos después me separé de él, lo justo como para mirarle y devolverle una sonrisa de tranquilidad después de semejante impulso. Muy de la Pilar adolescente, pero poco usual en mi personalidad actual.
— No sé si quiero mirar para los costados, hacer como si nada hubiera pasado o salir corriendo. — Respondí cerca de su boca para que me escuchara a pesar de la música.
— Hagas lo que hagas, te seguiré — dejó un beso sobre mi nariz y me miró — me dejaste sin palabras, preciosa.
— Me quedé sin palabras también, al parecer funciono bajo rigor, me temblaron las piernas cuando quisiste alejarte recién.
Fui sincera con mis sentimientos por primera vez en mucho tiempo. De pronto me había vuelto demasiado verborragia.
— ¡Por fin blanquean, hermanos! — Las palabras de Gael nos tomó por sorpresa a ambos.
— Pensábamos decirles sobre…esto, de otra manera, pero…la situación se complicó. — Los nervios en la voz de Isaías casi logran hacerme estallar en una carcajada.
— Sí, nosotros… — quise excusarme pero las palabras no me salieron.
— Ya lo sabíamos. — dijo Lina apareciendo en la escena familiar épica que se había creado.
— Lo sabemos desde hace un par de semanas cuando los vi besándose en la cocina a hurtadillas.
¿Qué carajos? Saber eso de la nada me hizo sentir avergonzada con mi propio hermano.
— Gael, lo sentimos tanto, pensábamos hablar con ustedes pronto, solo buscábamos estar seguros.
Que Isaías no me atribuyera toda la culpa de no haber sido sinceros con ellos me resultaba tierno. Porque estaba segura que de haber sido por él, esto hubiese salido a la luz mucho antes y de otra manera.
— No debes explicarnos nada, Isaías. Respetamos sus tiempos por eso no dijimos nada. — Joder con mi hermano, parecía otra persona.
— ¿Entonces no están molestos? — Hablé por primera vez sin tartamudear tanto.
— Para nada, estamos contentos. — Respondió Lina con su sonrisa característica y Gael asintió abrazando a su esposa por los hombros.
— Así es. Además lo de ustedes viene de años…
Nos miramos y sonreímos en respuesta. De seguro nuestra complicidad confirmaba el pensamiento de Gael.
— Lo importante ahora es que no tienen que esconderse más. — Afirmó Lina buscando no indagar más en el pasado.
— Tita, tita, los vi, los vi. ¡Yo sabía! — La voz chillona de mi sobrina mayor de siete años interrumpió la conversación.
— ¿Qué cosa sabías tú, pequeña? — Respondí bajando lo suficiente para quedar a su altura.
— Que tú y el tito Isaías son novios. — Se cruzó de brazos y alzó sus cejas en señal de triunfo.
— Señorita, no sea chismosa, usted. — La retó mi hermano y me hizo gracia verle en aquella postura.
— Es verdad, se dan besos en la boca.
— Eso es porque se quieren mucho y son adultos ya. — La respuesta maternal y más detallista de mi cuñada pareció convencer más a mi sobrina.
— Por eso, son novios.
Me puse de pie nuevamente sin querer responder a eso y la mirada curiosa de Isaías me provocó ganas de besarle nuevamente sin importar que estuviera la familia presente. Pero ya había sido demasiado show para un solo día.
La conversación se disipó y los mellizos volvieron a ser los protagonistas de aquella tarde. Todos estaban disfrutando de la gigantesca paella que había cocinado un grupo de chefs especialistas, que mi hermano solía contratar para eventos como estos.
Observé con detenimiento a mamá. Jugaba con tres de sus nietos en el césped del campo, a pocos metros de la mesa larga perfectamente decorada con sencillos jarrones llenos de agua, en los cuales flotaban pequeñas flores de girasol.
El mejor rol de mamá era como abuela, no tenía dudas. Su mirada se iluminaba y su rostro tenía más vida. Mucho más después de la partida de papá.
Más allá de haber estado ausente durante los primeros meses, su regreso había sido renovador para todos. Ciertamente el tiempo alejada le había ayudado a hacer su duelo, aceptar el dolor y aprender día a día a vivir con él.
Es verdad que al principio la juzgué muchísimo. No podía entender cómo siendo madre de hijos que habían perdido a su padre, priorizara su dolor dejándonos atrás.
Ahora entendía. No se priorizó ella por egoísmo, al contrario, de haber sido egoísta no hubiese querido sanarse. En cambio mamá supo desde el primer día que jamás iba a lograr seguir adelante por y con nosotros, sin antes aceptar la pérdida ella misma.
Ahora entendía también que mamá no perdió a un padre, pero perdió al amor de su vida. Al hombre con el que quería envejecer y seguir disfrutando de la vida. Acompañando en las decisiones a los hijos, malcriando nietos, viajando como solían hacer…viviendo.
Ahora entendía que no todos actuamos como el otro espera. Y eso no nos vuelve malos en el rol que ocupamos, eso nos vuelve personas diferentes. Porque al final eso era lo bonito de la vida, ser distintos y aceptarnos en esas diferencias.
Mamá no se dejó morir con papá por nosotros. Todavía no terminaba de saber si fue la manera correcta ausentarse tanto tiempo, pero fue su manera y al final había funcionado. Porque no estuvo cuando más la necesité, pero quizás ese era el plan divino, que ella no estuviera para dar lugar a otras cosas. A lo mejor de haber estado mamá yo no tocaba fondo como lo había hecho, valorando ahora todo de una manera distinta.