Si Me Dejas Amarte

Capítulo 32 - Isaías

"Llevas años enredada en mis manos, en mi pelo
En mi cabeza
Y no puedo más
No puedo más
Debería estar cansado de tus manos, de tu pelo
De tus rarezas
Pero quiero más
Yo quiero más
No puedo vivir sin ti
No hay manera
No puedo estar sin ti
No hay manera."

El canto del loco.

 

Una vez más esa jodida sensación me invadió desde que desperté en la mañana. Podrán llamarme loco o exagerado pero se me hacia un nudo en la boca del estómago siempre que llegaba el día. Es cierto que solo eran 2 noches, pero esas escasas dos noches se volvían eternas cuando de separarme de Pilar se trataba.

Ella, en cambio, lo tomaba mucho más natural, o al menos eso demostraba. Era en esos momentos, donde me hacía quedar como un maldito dramático por ponerme mal al dejarla e irme a Barcelona, que lamentaba no ser al menos un poco como ella. Así como de loca iba por la vida haciendo según lo que sentía, desde niña, también entendía a la perfección que yo tuviera que viajar seguido para estar con mi madre y Juan.

Porque ahí estaba la otra cuestión del asunto: no estaba en mis planes dejar de visitar mi casa en Barcelona. Un poco por controlador, los años me habían vuelto un maniático del control, es cierto, otro poco por necesitar esa dosis de familia que solo en ellos encontraba.

Varias veces durante los últimos viajes se me cruzó por la cabeza proponerle a mamá que se volvieran a Pamplona, pero me sentía demasiado egoísta con el solo hecho de pensarlo. No es como si tuviera la autoridad de ir cambiando la vida de los demás a mi antojo solo para mi conveniencia.

Mamá había formado su grupo de amigas con las que cada martes se reunía para almorzar y ponerse a tiro con sus vidas. Juan, por otro lado, estaba por recibirse de ayudante de cocina. Sí, aún en su realidad, Juan me demostraba todos los días que no hay imposibles ni obstáculos, más que aquellos que nos pongamos nosotros mismos.

Mis propios pensamientos me llevaron al otro gran tópico en mi cabeza de las últimas semanas: la empresa. Solo bastaba con decir en voz alta lo poco feliz que estaba siguiendo en ese trabajo para poder tomar una decisión sobre ello, pero no lo hacía. A pesar de sus facilidades y de lo mucho que había crecido allí a lo largo de los años, no era lo que verdaderamente me apasionaba, estar detrás de un escritorio al mando de gente que ni siquiera conocía del todo se estaba volviendo tedioso aún a la distancia. Mucho más cuando me veía obligado a visitar la oficina los sábados que me encontraba en la ciudad, quitándome tiempo valioso para estar en casa.

Suspiré frustrado, agotado mentalmente por darle tantas vueltas al asunto de los viajes, el trabajo, Pilar y mi familia… Algunas cosas serían más sencillas si vinieran con manual de indicaciones sobre qué y cómo hacer.

— Todavía no entiendo cómo haces para viajar en coche tantas horas metido en este traje. 
Sentir su voz repentinamente me dio una calma momentánea ,digna de agradecer en ese instante.

Sonreí en respuesta mirándola a través del espejo, sus manos rodearon mi cintura mientras yo seguía en un intento fallido de anudar la corbata.

— Son esas cosas a las que me acostumbré sin querer y ahora se han vuelto más un ritual.

— ¿El ritual del hombre que deja a su doncella a la merced de una ciudad peligrosa?

— No empieces a burlarte, llevo mal toda la mañana. No lo pongas peor.

— Es que Isaías, cariño, hay que quitarle hierro al asunto, al menos fingir un poco y así llevarlo más sencillo.

— ¿Por qué coño debo sentirme menos mal por dejarte aquí? — Me giré rápidamente para mirarla y que así ella pudiera notar en mis ojos lo jodido que era para mí.

— No digo eso, solo…intenta hacerlo más sencillo. — Su labio inferior formó un tierno puchero, reacción que sabía perfectamente que me volvía loco. Más cuando surgía natural, como acababa de suceder.

— Pilar…mi niña — hice a un lado los mechones rubios que caían sobre su hombro y un par de mariposas aparecieron ante mis ojos desviando la atención — ya se ven mejor…

— Sí, ya no me molesta nada, creo que el tamaño ayudó a que se cure rápido.

Casi un mes había pasado de aquella noche en la que me sorprendió al tatuarse por primera vez con algo que le recordaba a nosotros.
Esa noche fue eterna y me encargué de agradecer su gesto con horas de atención personalizada, recordándole con cada beso, cada caricia, que iba a amarla por el resto de mi vida si ella me lo permitía.

Esa noche fue también, el comienzo de un cambio. Pilar poco a poco comenzaba a hablar de sus sentimientos con casi la misma facilidad y soltura que lo hacía cuando la conocí. Intentaba no interrumpir sus ataques de sinceridad y dejarla expresarse cuando se daban esos momentos, al mismo tiempo que grababa sus palabras para recordarlas cada día.

Pilar me quería, no solo me lo demostraba en sus palabras, sus hechos así lo dejaban claro y eso me hacía sentir el hombre más afortunado del maldito mundo.
Quizás por todo eso es que los días lejos de ella se me hacían eternos. Después de tantos años perdidos, no quería descuidar el tiempo que teníamos para estar juntos.

Esa noche del tatuaje quedó implícito nuestro amor, aún quedaba mucho por avanzar, pero para eso sí no sentía apuro. Siempre que estuviéramos a la par, todo iría bien. 
Sonreí mirando el tatuaje y luego a ella, la rubia de ojos brillantes que me tenía loco. Sonreí pero volví a la realidad que se acercaba y solo busqué alargar un poco más la agonía antes de irme a Barcelona. La busqué…

— Es perfecto — susurré mencionando aquello en alusión al tatuaje y descendí con mi boca hasta la zona de la piel marcada para comenzar a dejar suaves y tiernos besos sobre ella — te ha vuelto aún más perfecta a ti.

— Shhh, no empieces...

— Sabes tan bien como yo que los dos queremos empezar.

— ¿Ah sí? — Contestó en un tono juguetón que me hizo encender al instante.




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