"Dame una razón para amar
Dame un atisbo de paz
Brilla entre la multitud
Despunta en la oscuridad
Dame, dame, dámela
Dame una señal."
David Bisbal.
Corté la llamada con Isaías y me dejé caer sobre la cama ya tendida. Tan solo unos segundos mirando el techo blanco de mi habitación fueron suficientes para hacerle caso a ese lado de mi cerebro que me pedía a gritos ignorar a la otra parte más racional de mi cabeza.
Al final así era yo, y por más que en los últimos años la vida misma me había vuelto más introvertida, últimamente estaba siendo más fuerte que yo el hecho de contener mi verdadero sentir. El cuerpo me pedía a gritos dejarme llevar.
Tomé impulso para sentarme nuevamente sobre el colchón pero sentí como ese mismo impulso fue necesario para dejarme de tantas vueltas. Sabía mejor que nadie, que la vida era pasajera, que cuando uno menos lo espera todo puede cambiar y que los momentos en los que nos animamos a hacer eso que tanto queremos terminan siendo los que más dejan huellas en nuestra vida.
Y de una maldita vez necesitaba sentirme así, completa y audaz. Atrevida y libre. Impulsiva y auténtica con mi sentir.
Miré el reflejo de mi rostro en el espejo delante de mí y noté el cambio del último tiempo. Había cogido peso, las ojeras debajo de mis ojos se habían aclarado bastante y podía notarse unas pequeñas líneas a los costados de mi boca, esas que deja la sonrisa de tanto marcarse.
Me gustaba esta nueva oportunidad y es que se siente demasiado bien sentirse bien luego de haber pasado tanto tiempo hundida en la mierda.
Suspiré envalentonada y me puse de pie rápidamente no sea cosa que toda esa motivación reciente se esfumara y volviera a darle más atención a la parte racional de mi cabeza.
No quería pensar. No quería, así que apagué todo pensamiento dubitativo y sentí. Sentí sin parar mientras metía ropa en un bolso de mano, lo suficientemente grande como para guardar algunas prendas pero no tanto como para impedirme agilidad.
Una vez dejé pronto el equipaje de mano, tomé mi móvil y abrí el navegador para revisar los horarios de las aves, necesitaba tomar uno que me permitiera estar en Barcelona antes de la hora de la gala. Quería llegar para sorprenderlo y que las palabras no salieran de su boca a causa de la alegría de verme.
Es cierto que no sufría en demasía los días que él pasaba fuera, los años me habían vuelto fuerte en cierto aspecto y entendía a la perfección que el ir a Barcelona era tan importante para él como para su madre. Me gustaba verlo en ese rol protector con su familia, en algún punto me recordaba a papá…
Pero es verdad que verlo a él disconforme con la idea de irse, de dejarme, queriendo compartir aquello conmigo, pero a la vez sintiendo miedo de todo (que sabía bien lo sentía aunque no me lo dijera) me rompía el corazón a mi también. Y debía admitir que al principio de esto que teníamos Isaías y yo, no era algo que nos hiciera replantear nada. Pero últimamente, cada viernes que le tocaba viajar se hacía más difícil y a mi ya me costaba muchísimo motivarlo, quizás las cosas necesitaban un cambio.
Pensé en la gala, no estaba formalmente invitada, pero qué más daba si Isaías era el gerente de la empresa. Creo que eso es más importante que cualquier organizador de eventos que haya hecho listas. Digo yo, los puestos importantes tienen que tener algunos privilegios.
Hice caso omiso a cualquier alarma de mi cabeza que me hiciera replantear la idea de no ir o avisarle directamente para que me espere en lugar de sorprenderlo. La adrenalina de hacer algo tan gordo por alguien se sentía bien. Estaba segura que Isaías se volvería loco.
Salí de mi habitación directo a la sala y una Lina calma, con rostro sereno y mirada amorosa, luchaba con el llanto de uno de los bebés, al tiempo que le intentaba atar la zapatilla a Kiko (así le decían al pequeño Francisco de 3 años) y enviando instrucciones verbales a Esperanza para que dejara de pelear con Milagros.
Admiraba a esa mujer, todo se veía sencillo viéndola a ella, pero estaba en una maldita batalla campal y yo viniendo a decirle que me iba. Sentí culpa de dejarla sola.
— ¡Hey! Justo iba a buscarte para la comida, he pedido pizza. No tuve tiempo de cocinar y Gael llamó para decir que había acortado su viaje, está en camino.
Eso debía ser una señal, porque si no, no tenía idea de qué lo sería. Lina no estaría sola. Adiós culpa, hola oportunidad para pedirle a mi cuñada algo que llevar puesto a la gala de aniversario. Tenía años sin comprarme nada formal de vestir.
— ¿Pasó algo que Gael vuelve? ¿No que recién lo haría el lunes? — Pregunté al mismo tiempo que tomaba en brazos a Rosarito, que repentinamente rompió en llanto acostada en su carrito.
— Ha dicho que extrañaba, que hizo todo más rápido y delegó otros asuntos, al parecer nos tomaremos el fin de semana para descansar.
— Joder con mi hermano, extrañar esta locura no es moco de pavo.
— Pero si los niños están tranquilos hoy, ¿por qué dices locura? — Lina hablaba en serio.
— No, claro, todo tranquilo, veo… — automáticamente mis ojos divisaron una zapatilla volando por los aires hasta dar de lleno en uno de los ventanales. Afortunadamente nada se rompió pues mamá siempre había sido precavida a la hora de elegir materiales desde que nosotros éramos niños.
— ¡Kiko! ¿Cuántas veces te he dicho que no lances tus championes por el aire?
Reí sin poder evitarlo, Lina aún conservaba algunos modismos o términos uruguayos, seguramente para no olvidarse de sus raíces o también para transmitirle un poco de su patria a sus hijos pero a mí se me hacía demasiado dulce y gracioso escucharla hablar tan entreverado a veces.
— No sé qué tan inoportuna sea con lo que voy a pedirte, pero necesito un vestido de fiesta para esta noche, más bien para ahora mismo. — La miré como quién busca extorsionar al otro con ojos tiernos. Sabía que lo lograría.