"No sé si pensar si eres el ángel que cuida mi camino
No sé si pensar si merezco todo este cariño
Qué has visto en mí, que me regalas tu verdad
Y tu cielo, que en esta vida ya no quiero otros besos
Y cada día tú me das tu total."
El canto del loco.
Pilar estaba en mi casa. En esa casa que años atrás prometí hacerla mi hogar, algo que creí demasiado difícil por no decir imposible.
Sin embargo, el tiempo fue ayudando, las mejoras en todo sentido también lo hicieron. Y aunque nunca olvidé del todo a la niña rubia de ojos avellana que se me había declarado con total valentía aquel día en la boda de su hermano, mi vida comenzó a funcionar sin ella.
El tiempo ayuda a aceptar el dolor. O eso dicen. En situaciones más complejas sólo se aprende a vivir con él. En mi caso, donde creí haber perdido a la chica con quién sentía el deseo de formar algo, entendí que todo debía seguir su ritmo.
Veía a mamá y a Juan salir adelante aún con todo en su contra y me obligaba a seguir. Un día, dos, tres…y cuando quise acordar, los años fueron pasando y con ellos nuestras vidas cambiando.
Fueron infinitas las noches que me dormí en esta misma habitación pensándola. Jugando a ese juego peligroso de imaginar qué hubiese sido si… Joder, recordaba ese sentimiento y los pelos se me ponían de punta. No hay peor sensación que la de creer que has fallado en algo tan importante al punto de haber cambiado el destino de tu vida para siempre.
Me sentí así durante años. Años en los que intenté erróneamente apaciguar ese vacío con el placer, metiéndome en la cama de incontables mujeres a las que con sinceridad les planteaba para lo que estaba dispuesto. Y para lo que no…
Fueron infinitos despertares solos, en esa misma cama donde ahora Pilar dormía serena. Suspiré al ver cómo su cuerpo, enfundado por una camiseta mía, descansaba sobre las sábanas blancas de mi cama.
La noche anterior me había vuelto demasiado loco la situación de tenerla allí. Así que lejos de cualquier deseo sexual, necesité abrazarla y sentir su corazón latiendo junto al mío.
Noches atrás comprobé eso mismo, que en momentos donde nos quedábamos juntos, en silencio, nuestros corazones latían al unísono. Había escuchado por ahí que eso sucedía cuando dos personas estaban enamoradas…
A pesar de su compañía no logré pegar un ojo en toda la noche. La luz de la luna fue reemplazada por los primeros rayos del sol del amanecer en un abrir y cerrar de ojos.
Me debatí entre quedarme con ella en la cama hasta que decidiera despertar o aprovechar mi insomnio para poder charlar con mamá y ponerla a tiro con todo.
Y aunque lo primero fue demasiado tentador, me decanté por lo segundo. No quería que el primer encuentro entre aquellas dos mujeres fuera incómodo, así que me puse de pie con cuidado de no despertar a la bella durmiente y cubrí su menudo cuerpo nuevamente con la sábana.
— ¿Por qué eres tan hermosa? — Susurré más para mí mismo que otra cosa.
Me detuve en su larga melena rubia y en lo perfectas que descansaban sus ondas sobre la almohada. Los restos del escaso maquillaje que llevaba anoche aún estaban presentes en su increíble rostro y sus finas manos con las uñas pintadas le daban un toque demasiado provocador como para dejarla sola en semejante cama. Pero si mis planes no fallaban, ya tendría tiempo de sobra de amarla como tanto extrañaba.
Me puse ropa cómoda, un chándal blanco y una sudadera deportiva gris. Había tenido suficiente de trajes y camisas por un par de días. No era usual en mí el tipo de prendas elegidas, pero necesitaba comenzar el domingo sin exigencias.
La miré por última vez antes de salir de la habitación. Intentando capturar aquella imagen en mi memoria para no olvidarla nunca. Pilar en mi cama…madre mía. Me sentía un maldito afortunado.
La vida nos sorprende, muchas veces de maneras que no son nada agradables. Pero otras tantas lo hace para bien, como si de alguna forma nos quisiera dar una recompensa luego de tanta pelea. Un premio, o quién sabe. Yo sentía que después de tantos años de lucha, Pilar era mi premio. Y cuando uno gana un premio solo quiere compartirlo con las personas que ama. O al menos eso me estaba pasando a mí.
Los nervios y la ansiedad comenzaron a invadirme. Me sentía un crío por hablar con mamá de algo que me tenía tan ilusionado.
Caminé por el pasillo pensando cómo decirle que Pilar estaba en casa.
No sabía si ir al grano, si darle un poco de contexto a toda la situación o en el peor de los casos esperar a que se diera cuenta sola.
No, definitivamente lo último no entraba como opción. Al menos no si no quería que Pilar me cortara las bolas luego.
Sonreí al imaginarme un hipotético caso en donde mamá y Pilar se encontraran en la casa sin estar yo presente. Madre mía… Mamá es demasiado correcta, jamás diría algo que le hiciera sentir incómoda, ni tampoco intentaría ahondar en ella con preguntas curiosas. Pero Pilar de cualquier forma hiperventilaría. Solo bastaba con recordar cómo se había puesto la noche anterior con la sola idea de saberse durmiendo en casa.
Tal y como había imaginado la señora que me dio la vida ya estaba levantada. El aroma a café recién hecho no tardó en colarse en mi sistema ni bien empecé a bajar las escaleras. El mismo aroma que me despertaba cada mañana desde que tenía uso de razón. El café era aroma a mamá, junto a cualquier flor fresca que siempre intentaba conseguir o comprar para adornar diferentes rincones de nuestra casa. Amaba eso de ella porque con pequeños detalles lograba que todo se sintiera único y especial.
— Buenos días, preciosa mujer. — Saludé al cruzar el umbral de la cocina, provocando que la susodicha levantara la mirada del sartén en el cual revolvía unos huevos.
— Buenos días, hijo. Te hacía durmiendo aún.
Sonreí y besé su mejilla con ternura una vez estuve a su lado. Piqué con los dedos un par de trozos de unas fresas ubicadas sobre un plato perfectamente ordenadas y las metí en mi boca con rapidez antes de que mamá tuviera tiempo de evitarlo.