Si Me Dejas Amarte

Capítulo 37 - Pilar


"Basta ver el reflejo de tus ojos en los míos
Como se lleva el frío
Para entender
Que el corazón no miente
Que afortunadamente
Me haces bien. "

Jorge Drexler.


Abrí los ojos y por una milésima de segundos me creí en casa. En cambio, caí en cuenta rápido de en dónde me encontraba y quise volverme a dormir para no tener que enfrentar la realidad.

Seguramente Lina me diría que soy una dramática exagerada, pero honestamente jamás había sentido tantos nervios en mi vida. 

Conocía a la mamá de Isaías únicamente de lejos. Durante mis primeros dieciséis años, siendo algo así como vecinos, muchas veces pasaba por la puerta de su casa para ir de salida hacia la ciudad. La veía de lejos, nunca nada formal. 

Pero habían pasado muchos años. Diez años exactamente y convengamos que en tanto tiempo las cosas pueden volverse muy diferentes. 

Y si las circunstancias cambian, cuánto más se puede cambiar físicamente. Tanto que quizás si me cruzara a Gloria en la vía pública hoy en día, no podría reconocerla. 


Con la mirada fija en el techo tantee el lado que ocupaba el hombre que me había invitado a pasar la noche en dicha habitación. Vacío. Un incómodo e inesperado vacío. Mi mano siguió en la inútil búsqueda de aquel cuerpo masculino y muy en mi interior lo supe. 

El maldito se había levantado antes, dejándome dormida en su cama. Sola.


De pronto una sensación de ansiedad me invadió. No sabía exactamente qué hacer.  Quise asesinar a Isaías, volver a dormir y que sea él quien venga a buscarme. O mejor aún, quedarme levantada pero sin salir de la habitación, lista para caerle encima cuando se dignara a venir por mí. 


Giré sobre mi cuerpo para fijar la vista en la ventana. Más bien se trataba de un ventanal que ocupaba casi toda la pared de aquel lado de la habitación. 

Se veía el cielo en su totalidad ya que la noche anterior debido a lo intenso que fue todo para Isaías al entrar a su habitación, lo menos que tuvo en cuenta fue de cerrar las cortinas automáticas  para evitar que la luz del día nos despertara. 


Ya de por sí se me hacían difíciles las mañanas. Mucho más me fastidiaba el humor matutino el tener que pensar y decidir a tan temprana hora. 

Todo hubiese sido más sencillo si Isaías hubiese tenido la brillante idea de despertarme, bajar juntos y así sí, enfrentar la situación de a dos. Como se supone que uno debería hacer cuando invita a alguien por primera vez a su casa.


Volví a maldecir mentalmente a Isaías. Muy en mi interior estaba segura de que estaría disfrutando de la situación si pudiera verme o saber lo que estaba pensando ahora mismo.

 

— Qué tonta soy. Soy una mujer, una mujer grande. Una mujer grande que puede enfrentar situaciones tensas de forma madura y salir airosa de eso. — 

Como si hablar en voz alta mirando un punto fijo en la pared fuera a solucionar mis indecisiones del día. 

Ahí estaba, hablando sola e intentando convencerme a mí misma de que podía actuar sin miedos. 


Sin más rodeos me levanté de la cama. Fui directo al vestidor de quién había osado abandonarme en plena mañana. 


En primer lugar hice un rápido paneo de aquel ambiente. Camisas blancas perfectamente ordenadas por orden de vaya uno a saber qué, todas en finas perchas negras al igual que otro gran grupo de trajes y pantalones de vestir colgados impolutos, ordenados estos sí, por tonalidad. 


Podía jurar que era uno más parecido al otro. Sin embargo sabía que en algún detalle ínfimo aquellas prendas eran distintas. 

Estaba saliendo con un jodido maniático obseso del control. Parecía mentira que después de tanto años aun me quedaran cosas por conocer de Isaías.


Por un lapso corto de tiempo volví  a mis años de adolescencia, donde me escondía detrás de la ventana de mi habitación para verle pasar. Sonriendo como tonta enamoradiza cuando le enganchaba sin camiseta y sus largos mechones marrones cayendo por su rostro. 


Muchas veces pasaba a pie, perdido en su mundo sin percatarse de que le espiaba. Otras tantas a caballo, que si bien eran más fugaces, verlo galopar en las condiciones antes mencionadas eran un espectáculo para la vista. 


¿Aún había rastro de aquel chico trabajador, que pasaba más sucio que limpio y vivía en una humilde casa al costado de nuestro campo?

La respuesta vino ante mis ojos como por obra del destino. Un par de botas altas, campestres y con notorio desgaste en su aspecto aparecieron bajo mi radar. 

Estaban más apartadas de todo lo demás y parecían una reliquia, como si hubiese buscado que tuvieran una ubicación especial. 

Supe al instante que sí. Pudo cambiar su vida, la ciudad y su trabajo, pero la esencia del Isaias de 18 años seguía intacta. De pronto aquel recuerdo no sólo hizo que mi enojo por su abandono mañanero se esfumara, sino también que las ganas de verle cuanto antes se hicieran casi imposibles de controlar.


Sin más ganas de alargar la espera seguí con la búsqueda viendo demasiado difícil encontrar en semejante orden algo cómodo que ponerme. 

A las cansadas di con un par de prendas deportivas aptas para usar. 

Terminé de prepararme entonces en el baño en suite que tenía la habitación y ya lista tomé coraje para salir de ahí. 


Caminé por el pasillo que en ese momento me resultó eterno, pensativa, sintiendo de pronto que los nervios iban en aumento. Pero como decía papá siempre que quería hacer referencia a que algo no tenía vuelta atrás: “ya estaba todo el pescado vendido”. 


Y es que efectivamente no había marcha atrás. Estaba en casa de Isaías, bajando por las escaleras y en mi interior sabía bien la escena que me esperaba al cruzar el umbral de la cocina. 


No había puerta, solo la entrada, que si bien estaba separada de la sala de estar, se podía ver al interior de la cocina. 




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