"𝗣𝗼𝗿 𝗽𝗿𝗶𝗺𝗲𝗿𝗮 𝘃𝗲𝘇 𝗲𝗻 𝗹𝗮𝘀 𝗺𝗶𝗹 𝘆 𝘂𝗻𝗮 𝗱𝘂𝗱𝗮𝘀, 𝘆𝗮 𝗻𝗼 𝗾𝘂𝗲𝗱𝗮 𝗻𝗶𝗻𝗴𝘂𝗻𝗮
𝗬 𝗮𝘂𝗻𝗾𝘂𝗲 𝗽𝗲𝗿𝗱í 𝗹𝗮 𝗳𝗲, 𝗹𝗮 𝗿𝗲𝗰𝘂𝗽𝗲𝗿é, 𝗽𝗲𝗿𝗼 𝗲𝘀𝘁𝗮 𝘃𝗲𝘇
𝗧ú 𝗺𝗲 𝗵𝗮𝘀 𝗱𝗲𝘃𝘂𝗲𝗹𝘁𝗼 𝗹𝗮𝘀 𝗴𝗮𝗻𝗮𝘀
𝗬𝗼 𝗾𝘂𝗶𝗲𝗿𝗼 𝘁𝗼𝗱𝗼 𝗰𝗼𝗻𝘁𝗶𝗴𝗼
𝗣𝗲𝗿𝗱𝗶𝗱𝗼𝘀 𝗲𝗻 𝘂𝗻𝗮 𝗽𝗹𝗮𝘆𝗮 𝗵𝗮𝘀𝘁𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗲𝗹 𝘀𝗼𝗹 𝘀𝗲 𝘃𝗮𝘆𝗮
𝗬 𝗹𝗮 𝗹𝘂𝗻𝗮 𝘀𝗲𝗮 𝘁𝗲𝘀𝘁𝗶𝗴𝗼."
Álvaro De Luna.
La calma invadía mi vida en todos sus aspectos. No me equivocaba al decir que era la primera vez que todo estaba en perfecto equilibrio.
La familia, los negocios y ella. Especialmente ella. Verla interactuar con mamá había terminado de confirmar todo lo que sentía. Pilar era la mujer para mi vida. No tenía dudas. Jamás las tuve, a decir verdad, pero cuando uno ve a quién ama ensamblarse naturalmente al resto de personas importantes en la vida de uno, entonces no hay nada más que decir.
Pilar era perfecta. Y no por no tener defectos, todos los tenemos y estaba seguro que nadie mejor que yo podía enumerar los suyos a la perfección. Pero en esos defectos fue que yo aprendí a amarla. Y no me refería a un amor romántico como el de las novelas. Donde solo se habla de necesidad o dependencia. Sino a un amor libre.
Los años alejado de ella me hicieron amarla en libertad. Porque aunque fui bastante necio al comienzo, el vacío que dejó Pilar en mi vida fue todo lo que necesité para darme cuenta que nada ni nadie ocuparía su lugar. Sin embargo, pude seguir adelante y vivir con su recuerdo. Y es en esto donde veo la libertad. Pude vivir sin Pilar. Pilar pudo vivir sin mí. Ninguno dependió del otro para lograrlo.
Quizás por eso mismo pudimos recomponer ahora lo que años atrás empezó. Madurez, entendimiento y la vida misma. Además de los sufrimientos. Esos que todos tenemos distintos pero a todos nos matan. Sufrir nos cambia y muchas veces nos prepara. Los dramas con mi padre me prepararon para lo que era mi vida hoy.
A pesar de no haberlo entendido, renegando una y mil veces por tenerlo como progenitor, su maldita existencia y forma de ser formó en parte la mía. Porque sí, algunas personas no lo logran y el sufrimiento les termina sobrepasando, pero otras aprenden a tomar impulso para salir adelante. No es fácil, no lo fue, pero hoy podía decir que me sentía pleno. Lleno.
Sonreí metido completamente en mis pensamientos pero con la mirada fija en la culpable de sentirme como un adolescente enamorado. Hasta verla realizar una tarea tan cotidiana como la de secar la vajilla recién lavada me resultaba atrapante viniendo de ella.
Mi ropa se ajustaba perfectamente a sus hermosas curvas, de hecho me ensuciaba bastante los pensamientos saber que aquel par de prendas eran mías. Le quedaban jodidamente sexy. Sí, un simple conjunto deportivo de andar por casa era un maldito espectáculo en su cuerpo.
De no haber estado en casa seguramente no hubiese tardado nada en ir hasta ella para hacerla mía allí mismo. Sin embargo, Juan desayunaba aún en la sala y mamá había ido a prepararse para ir a hacer algunas compras luego, pero seguía encontrándose en la casa a fin de cuentas.
Mi móvil vibró repentinamente en el bolsillo del chándal que llevaba puesto trayéndome a la realidad, lejos de mis pensamientos pecaminosos.
Descolgué la llamada sin reparar en el identificador, actuando de manera automática como cada vez que sonaba mi móvil.
— ¿Diga? — Silencio. Un silencio extraño que se me hizo demasiado raro y por alguna razón que desconocía provocó que una sensación de escalofrío recorriera mi espalda. — ¿Quién es?
Miré rápidamente la pantalla del móvil al darme cuenta que no obtendría respuesta. Quizás el número se me hacía familiar.
Para mí sorpresa no ponía un número sino que salía la palabra “desconocido”.
— Vale cortaré ya mismo. No estoy para juegos. — Amenacé como si aquello fuera a lograr que alguien se anunciara pero estaba errado.
Pilar se dio vuelta justo cuando acababa de emitir dichas palabras. Por mi tono de voz seguro notó que algo no iba bien.
Negué al ver su mirada de preocupación como quitando importancia. Al final podía solo tratarse de una broma.
Pero entonces la respiración de alguien más se sintió del otro lado del teléfono. Una respiración pesada y poco distinguible.
No soporté más la impotencia de no saber quién era y de que se estuvieran riendo de mí. Colgué la llamada y dejé caer bruscamente el móvil sobre la encimera.
— Joder con estos tíos que llaman para molestar…
— ¿Quién era? — La voz cercana de Pilar me hizo reparar en su proximidad. La tenía a un lado y por su mirada supe que algo escuchó que también la alertó.
— Nadie, solo gente molestando con ofertas.
— ¿Seguro? — Al parecer no se tragó del todo mi repentina respuesta.
— Tanto como de que muero por sacarte mi propia ropa para besar cada rincón de tu cuerpo. — Contesté desviando la atención hacia otro tema, pero siendo completamente sincero con lo que decía.
Estiré mi mano para sujetar la suya y pegarla a mí, ubicándose ella de pie entre mis piernas mientras yo me acomodaba mejor en la banqueta.
Su aroma me invadió al instante y fui consciente de lo adicto que me estaba volviendo a él.
— Ya te echaba de menos, preciosa — murmuré contra la piel de su cuello en el mismo instante que Pilar rodeó los costados del mío con sus pequeñas manos.
— Te he dicho antes que te haría esperar. Hablaba en serio. — Contestó con poca credibilidad en su hablar.
Joder me volvía loco cuando fingía estar molesta pero sabía que en realidad no lo estaba. Se ponía tan niña con sus gestos o la manera en la que fruncía exageradamente su ceño que me daban ganas de comerla a besos hasta hacerla sonreír.
— ¿Te he dicho yo que me vuelves loco de amor?
— Quizás. Pero me gusta que lo repitas. — De nuevo su fingido desinterés. Miraba hacia abajo como queriendo parecer desatenta a lo que le decía, pero sus manos seguían acariciando la piel de mi cuello.