“Sentada aquí en mi alma, en mis ojos y en mi puerta
Dirigiendo mis motivos, mis victorias y mis guerras
Sentada aquí en mis ojos, viva en cada parpadeo
Dirigiéndome a quererte mucho más que mis deseos.”
Chayanne.
Los días pueden ser eternos cuando uno está triste, vaya que sí…
Llevaba 14 largos días sumergido en una tristeza tan profunda que no era capaz de hilar dos ideas coherentes. No era capaz de proyectar, ya no desde que me faltaba ella. La mujer con la que quería proyectar cada maldito día de mi vida.
Catorce días en los que aprendí tanto sobre la tristeza que era capaz de dar un máster sobre cómo se siente, cómo intentar persuadirla y hasta cómo respirar aún cuando podía sentir que me dolía el alma y el cuerpo entero.
Porque sí, aprendí que estar triste duele físicamente también y cualquiera que se atreviera a decir lo contrario entonces no estuvo realmente triste nunca.
Poco se habla de lo difícil que es vivir sintiéndose así. Viendo como el mundo sigue su ritmo. La gente sigue sonriendo. Las personas se siguen enamorando. Los niños siguen naciendo. La vida continúa…
Lo veía en las calles ruidosas que tanto me costaba transitar día a día. Quizás de lo más difícil que me tocaba enfrentar desde que no tenía su compañía; ser cordial, entender que la otra persona no conoce el sufrimiento que estoy atravesando, y luchar por no morir en el intento.
La vida me pedía a gritos que siguiera adelante. Me lo repetían las personas que me querían. Y joder, entendía muy bien que lo hacían por mi bien, pero ya me resultaba odioso escuchar todo el tiempo que debía continuar por ella, que tenía que ser fuerte y pensar en el futuro.
Y qué fácil es decir todas esas palabras a modo de consejo cuando no eres tú quien está pasando lo que me tocaba aceptar todos los días a mí al despertar. Cada nuevo día se volvía una tortura y estoy seguro que podía sonar egoísta pensar solo en mi dolor, porque era consciente que todos sentíamos su falta, pero mi dolor era tan intenso que veía imposible pensar en el otro.
Me levanté de la cama de la habitación del hotel y fui a vestirme rápido con lo primero que encontré en el armario. Apenas lograba ducharme cada noche antes de dormir, o mejor dicho, intentar hacerlo…
Las pesadillas en bucle repitiendo los acontecimientos de ese día no cesaban. Lejos de mejorar con el paso del tiempo, se intensificaban y cada vez las soportaba menos.
Despertaba empapado en sudor, gritando su nombre y con el corazón amenazando con salirse del pecho, impidiendo que me vuelva a dormir. Era realmente horrible vivir así.
Miré la hora en el reloj del móvil, aún estaba a tiempo y el hotel estaba cerca. Me fastidiaba llegar tarde. Pensé durante unos minutos si pasar por la habitación donde estaban Mamá y Juan, pero preferí no hacerlo hasta regresar. Ellos también estaban bastante agotados de estar a mi lado y acompañarme así que creí bueno dejarles la mañana libre.
Desde lo ocurrido con Pilar, decidí que lo mejor era regresar a pasar las noches al hotel. Necesitaba espacio para permitirme soltar lo que durante todo el día contenía. Gael había insistido demasiadas veces para que me quedara con ellos, pero yo no sentía correcto estar ahí sin ella. De la misma manera que tampoco fue una opción quedarme en la casa, en esa casa que sería la nuestra y donde quería pasar los mejores días a su lado. La misma casa donde el único recuerdo que tenía era el más triste de mi vida.
A pesar de que en la habitación que dormía tenía los mayores recuerdos con ella, donde tantas veces la había amado hasta el amanecer. Donde por primera vez admití para mí mismo que la quería y necesitaba. Y ahora se sentía tan vacía la cama sin ella que sentía que algún día acabaría loco por lo mucho que la extrañaba.
Mamá y Juan habían viajado sin dudarlo al enterarse de todo y debía de admitir que fueron mi principal sostén durante estos catorce días. Gael y Lina también se mantuvieron pendientes de todo, pero también atravesaban su dolor. A pesar de que notaba en ellos algo distinto, un dejo de esperanza diría, que se me hacía ilógico, pero al mismo tiempo llegaba a envidiarlo.
Recuerdo cuando solo llevaba tres días sin ella, Lina se acercó a mí cuando intentaba tomar aire fuera, luego de cenar todos juntos en su casa. Mamá, Juan y Gael recogían la mesa y vigilaban a los niños, que aunque preguntaban por ella, seguían en su mundo de colores. Eso también lo envidiaba.
— ¿Puedo? — Preguntó saliendo al exterior por la puerta trasera de la cocina. Yo estaba sentado en el escalón del porche, observando la noche, pensando en ella…
— Claro. — Respondí afirmativamente queriendo sonar amable aunque por dentro quería escapar de aquella charla. No podía hablar de Pilar sin desarmarme.
— No voy a decirte de nuevo que debes ser fuerte. Es estúpido.
— Por fin alguien me entiende.
— Todos lo hacemos, Isaías, créeme.
— ¿Entonces por qué todos hablan como si no lo hicieran? — Cuestioné ya notando como comenzaba a formarse ese nudo de angustia en mi garganta.
— Porque tenemos fe, tenemos fe de que vamos a volver a estar con ella, Isaías.
— ¿Pues qué quieres que diga? Para mí eso es imposible.
— No lo es. Nada es imposible para Dios. Y aunque ahora quizás no puedas verlo claro, todo pasa por algo.
— Pues te lo agradezco de todo corazón — dije con total honestidad pero ahogado en las lágrimas que no dejaba salir — pero yo no puedo verlo de esa manera.
— Te queremos, Isaías…y…y estamos juntos en esto. — Noté su tono seguro, lo valoraba, de verdad que sí, pero no era suficiente para sentirme mejor. No por el momento.
Y al final no estaba tan errado, once días más pasaron desde esa charla y nada había cambiado. El dolor seguía en aumento, su ausencia cada vez era peor, lejos de acostumbrarme.