Si Me Dejas Amarte

Capítulo 42 - Pilar


"Mas allá del sol
Mas allá del mar
Mas allá del tiempo
Se que hay un lugar

 

Donde quiero ir
Donde quiero estar
Hoy la fantasía
Se hace realidad."


Alejandro Lerner.

 

Había escuchado en alguna oportunidad aquello del túnel blanco cuando uno está a punto de cruzar la línea entre esta vida y lo que sea que exista del otro lado. De hecho había intentado buscar dicho túnel aquel día en el río, cuando casi muero ahogada, sin embargo, no lo había conseguido. 

Desesperación, ansiedad, pánico y miedo, mucho miedo. Solo aquellos sentimientos fueron protagonistas hasta el instante mismo en el que abrí los ojos y vi al joven encargado de salvar mi vida. Me llevó años y mucho dolor de por medio aceptar que ese día había terminado siendo una bendición. Porque a pesar del tiempo que luego pasamos separados, ese día conocí al amor de mi vida.

Pero se sintió distinto esta vez. Mi mente no estuvo en ningún sitio oscuro. Al contrario, había claridad, demasiada claridad. Mucho blanco y mucha paz. No podía describirlo con palabras en detalle, porque ni yo misma entendía lo que me estaba pasando. 

Si así se sentía morir entonces no resultaba tan terrible como siempre se espera. Intentamos huir de la muerte a diario, nos da miedo hasta siquiera pensar en ella. Cuando al final es lo único seguro que tenemos en esta vida. Todos vamos a morir. 

Quizás la duda de lo qué vendrá. Quizás la angustia de sentir que nos vamos a separar de los nuestros para siempre. No podía entenderlo aún. Pero elegía creer que algo más había. Siempre lo sentí, mucho más cuando perdí a papá. Prefería sostenerme de esa mínima esperanza de volverle a ver, antes que resignarme a una separación eterna donde todo quedara en la nada.

La vida me había puesto a prueba cientos de veces. Y una vez más sentía que esto solo se trataba de una nueva prueba que atravesar. 

No era un túnel entonces, esa era la primera seguridad. Era un camino sin techo infinito de paz que me daba ganas de seguir transitando y no detenerme. 

De pronto cientos de olores, aromas y sonidos familiares comenzaron a inundar ese camino. Me recordaron a mi infancia, aquella Pilar intrépida y audaz que siempre buscaba ir más allá. Algunos decían que era una niña curiosa, a lo mejor sí. Pero si de algo estaba agradecida era de recordar mi vida llena de cosas bonitas y felices.

Cuanto más caminaba, más escenas de mis primeros años venían a la memoria. Sucedía todo muy rápido, pero al mismo tiempo se sentía tan real que me causaba escalofríos. 

La voz dulce de mamá al despertarme cada mañana. Mis hermanas gritando a causa de alguna de sus tantas riñas que acababan con todos riendo fuerte por sus ocurrencias. Gael levantándome del césped luego de aquella caída del caballo que me costó mi primer hueso roto. Y sus caricias. Estaba en completa seguridad de que sentí sus manos como si estuvieran tocando mi rostro nuevamente…las manos de papá.

Definitivamente entendí que estaría muy cerca de morir porque, de lo contrario, todas esas sensaciones familiares eran incapaces de sentirse ni en sueños. No era tan malo morir. Quería seguir caminando y no mirar atrás. 

Seguí unos cuantos pasos más. Quién sabe cuántos. Solo me concentré en seguir la sensación de sus manos y de todos los recuerdos que volvían a mi memoria sin parar. Cuanto más caminaba más palpables eran. Quería correr para llegar más rápido pero algo me lo impedía. 

De pronto ya no sentí tanta paz. La frustración por avanzar más rápido y no poder comenzó a tomar protagonismo también, debatiéndose ambas en acaparar mi corazón. ¿Paz o frustración? ¿Por qué de pronto ante tanta seguridad y tanto deseo por avanzar, comenzaba ahora a sentir que algo estaba dejando atrás…?

Sentí mi corazón latir fuerte, la claridad se volvió gris y la desesperación se volvió insoportable. ¿Dónde estaba? ¿Por qué ya no me sentía en paz? ¿Dónde están sus manos ahora? Necesitaba seguir sintiendo su cercanía. Necesitaba correr hasta él y hasta esos recuerdos que me habían hecho completamente feliz.

Tucutu, tucutu, tucutu. El corazón. Mi corazón. No estaba muriendo. O al menos no aún. Pero no estaba donde siempre. Me senté y abracé mis propias piernas, acurrucándome a mí misma, igual que hacía de pequeña cuando tenía mucho miedo. 

— Hija. — Su voz serena y rasposa era imposible de confundir.

《 No podía ser real 》

— ¿Papá? — Murmuré levantando la mirada.

— Aquí estoy, princesa. 

No estaba soñando. Era real. No estaba muriendo. O sí. De hecho sí,  estaba llegando al otro lado de la vida. Entonces no estaba errada, había algo más. Y por fin, por fin después de tanto podía verle y sentirle de nuevo. Por fin volvía a encontrarme con él después de tantas noches de angustia.

— ¡¡Papá, por fin!! Te he echado muchísimo de menos… — afirmé poniéndome de pie para estar a su altura y poderle abrazar.

Olía a él. Sentía sus músculos, sus brazos rodear mi cuerpo, sin embargo, no lograba sentir los latidos de su corazón al igual que los míos.

— Mi niña, mi preciosa hija, aquí estoy, aquí estoy, Pili.

— No puedo creer que seas tú. ¿Dónde estamos? 

— Eso no te lo puedo decir. Tú misma debes entenderlo. — Su voz provocaba un extraño eco en el ambiente.

— ¿Entender qué? 

— Ya verás… Estás tan hermosa, ha sido duro verte desde aquí tan triste. — Sobó mis mejillas con sus pulgares ásperos. Recuerdo decirle de niña que aquello me hacía daño, siempre tan exagerada…

— No te haces una idea de lo que duele la vida sin ti.

— Es solo el camino para la recompensa, mi niña. Tú solo no bajes los brazos.

— Ya no, papá. Estás aquí. Estás conmigo y no quiero volverme a separar de ti.

— Pilar, debes volver.

— ¿Qué? ¿A dónde? — La angustia amenazó nuevamente con invadirme como aquel día.




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