“Es que me gusta tu cara, me gusta tu pelo
Soñar con tu voz, cuando dices: "te quiero"
Me gusta abrazarte, perderme en tu aroma
Poder encontrar en tus ojos el cielo
Me gusta tu risa, me gusta tu boca
Me gusta creer que por mí, tú estás loca
Como quiero que sientas conmigo la calma
Y cuando llegue la noche, cuidarte el alma.”
Chayanne.
Repasé las hojas una vez más para asegurarme que no se me había quedado nada por completar. La ansiedad por salir de allí por fin me consumía por dentro y eso se podía apreciar en el temblequeo de mi mano.
Los datos estaban bien, algunos en los que tuve duda los aseguré preguntándole por mensaje de texto a Pilar que me esperaba en la habitación. Entonces eso era todo.
— Creo que estaría todo. — Me dirigí a la enfermera del otro lado del mostrador.
— Vale, cariño. El alta la ha firmado el médico de la niña y ya está cargado en su ficha todo el historial clínico de estos 20 días de internación. Ah…que ya me olvidaba, estoy hecha una vieja olvidadiza — dejó delante de mí un manojo de recetas médicas y tomó los papeles que había completado antes — las órdenes para retirar la medicación recetada. Tiene para el dolor, vitaminas para fortalecer músculos y suplementos de calcio y hierro. Más dos tipos de antibióticos para contrarrestar la infección urinaria que le dio hace unos días.
— Estoy comenzando a sentir que sería mejor dejarla internada… — Admití en voz alta algo agobiado por tanta indicación. De pronto me sentí en una masterclass rápida de enfermería.
— Es más sencillo de lo que parece. Cualquier duda nos llamas. Créeme que no los olvidaremos tan fácil.
— De verdad muchas gracias… — apreté mis labios en una línea algo nervioso. Después de tanto, decir adiós a los rostros ya familiares que nos habían acompañado este tiempo se sentía raro.
— Gracias a ustedes por enseñarnos que aún existen historias de amor bonitas que ayudan a salir adelante — mencionó con notoria emoción en sus palabras — prométeme que vendrán a visitarnos cuando la niña deje la silla de ruedas.
— Lo prometo en nombre de los dos, Carmen — tomé su mano entre las mías y rompí la distancia para saludarla en cada mejilla — por favor dejale un beso al resto. Nos pasaremos pronto, estoy seguro.
Tantos días y tantas horas en aquel piso, sentado en la espera del pasillo que llevaba a cuidados intensivos, tanto tiempo en soledad y de pensamientos oscuros… estaba seguro que de no haber sido por la vocación y la dedicación del personal de aquel piso, todo hubiera sido aún más difícil.
Parece increíble pero el personal médico se termina volviendo una segunda familia. Y sin dudas Carmen, nuestra enfermera favorita, se llevaría un lugar en nuestro corazón para siempre.
*
Por fin nos íbamos a casa. Estaba ansioso y a la vez muerto de miedo. Pero Pilar estaba fuera de peligro y no veía la hora de ser felices sin piedras en el camino de una vez.
Caminé la distancia que restaba hasta la puerta de la habitación de ella y luego de un par de toques me escabullí dentro.
La imagen que se presentó delante de mis ojos me hizo sonreír. Pilar llevaba ropa de deporte o de entre casa como decía ella, porque hacía menos deporte que la abuela de caperucita roja. Y verla con otras ropas que no fueran las típicas de estar internada, me demostraba otra vez lo cerca que estábamos de que todos aquellos días quedaran atrás como una maldita pesadilla.
— Estás preciosa con mi ropa puesta, ¿te he dicho lo bien que la llevas, verdad?
— Estoy agobiada, Isa… — Su tono de voz lo demostraba y me puse en alerta al instante.
— ¿Qué sucede, cariño? — Me acerqué hasta ella que se encontraba sentada en la silla de ruedas con la vista perdida por la ventana.
— No logro recogerme el pelo de una manera decente para salir con buena cara de aquí… — sus morros formaron un puchero digno de besar.
Así que sin más, me incliné hasta sus labios y con cuidado, dejé un tierno beso en ellos, tomándola por las mejillas para dirigir el ritmo.
— No te haces una idea de lo tierna que te ves con tu rostro frustrado por ir despeinada. — Reí sin poder evitarlo pero el ceño de la rubia se frunció aún más.
— No es gracioso. Me siento inútil.
— Oye, nada de eso. Llevas veinte días en una cama, de los cuales catorce estuviste inconsciente. No puedes solo pretender estar en perfectas condiciones. Ahora nos queda una larga pero segura recuperación juntos, con mucha paciencia y muchos mimos. — Mis palabras no lograron convencer a la chica de ojos bonitos que aún seguía con mala cara.
— Es que no tengo paciencia.
— Eso lo tengo muy claro. Por eso mismo me tendrás 24/7 a tu lado. Recordándote cada día, cada hora y a cada minuto si hace falta que tú puedes y que yo estoy contigo.
— Joder, macho… — refunfuñó negando y acto seguido escondió el rostro entre sus manos y comenzó a sollozar.
— Preciosa… — murmuré pero le di el espacio para que largara toda esa emoción. No era fácil volver a enfrentar la vida con todos los cambios que su cuerpo había sufrido.
No dije nada. Rodeé la silla dejándola mejor ubicada en la ventana para que no se perdiera de la hermosa mañana que hacía y me posicioné detrás de ella. Observé con atención su larga melena rubia suelta y tomando aire con valentía, comencé a separar en tres grandes mechones todo el volumen de pelo.
— ¿Qué haces? — Cuestionó confundida y autoritaria queriendo zafarse del agarre.
— Shhh, déjate cuidar sin tantas quejas. Te dejaré aún más hermosa para salir de este hospital tal y como deseas.
— Eres más bueno…te quiero, Isaías.
— Y yo a ti, preciosa.
Sentí su cuerpo aflojarse y rendirse a mi voluntad. Así que como si supiera lo que hacía e intentando denotar confianza, comencé a trenzar su cabello. Me tomé mi tiempo para hacerlo bien, pero también para hacerle sentir querida y mimada. No perdería la oportunidad de demostrarle a Pilar, con estos detalles también, cuánto la amaba. Cada día, cada hora y cada minuto si era necesario.