Si me quisieras...

✔️Todo comenzó ...✔️ (01)

       ¡Rink, rin!. Con toda fatiga se quitó la sabana de la cabeza, estiró su brazo izquierdo para apagar la estúpida alarma que siempre interrumpía sus sueños. Con un ojo entre abierto, cogió el reloj y le echó un vistazo.

—6 am… 5 minutos más…—configuró el reloj, y se llevó nuevamente las sabanas hacia su cabeza.

El calor se hizo potente. De repente, el sol inició una iluminada en toda la habitación. Como si su subconsciente estuviera despierto, se despertó de golpe.

—¡Oh dios!, esta soleado.—gruñó, buscando el reloj en la mesa de noche ubicado al lado de su cama.

—¡Mierda, 7:30!.—se levantó corriendo, a toda carrera se metió en la ducha, se lavó los dientes y se colocó su uniforme. Una camisa manga larga, con unos vaqueros azules y unos conversen blancos. Se hizo una coleta a su cabellera negra que le llegaba hacia sus pechos pequeños. Se brotó un poco de protector solar en su rostro pálido. Un brillo labial rojo iluminó sus labios y una chispa de rubor maquillo toda su mejilla.

Salió de su habitación, se metió en la cocina lo más rápido que pudo. Entre los cajones del mesón buscó una píldora junto a un vaso con agua. Para a toda prisa llevársela a su madre que descansaba en la alcoba de al lado.

—¡Buenos días mamá!—entró, colocando la píldora y el vaso en la mesita de noche, —¿Cómo te sientes?.—preguntó, abriendo las cortinas, dejando que el sol penetrara la habitación.

—Bien… un poco mejor.—resopló su madre, con su rostro pálido, su cabello negro despeinado y sus ojos cansados. Las ojeras revelaban que había pasado una pésima noche. Además, estaba muy delgada, era debido al cáncer que, poco a poco la consumía lentamente.

Olivia, la miró con nostalgia, llevó sus manos a la frente de su madre y se percató que esta tenia un poco de fiebre.

—Por dios mamá, está hirviendo.

—Estoy bien Olivia, no tienes que preocuparte por mí.

—¿Cómo no quieres que me preocupe?. Eres lo único que me queda mamá.

—Prefiero morirme que ser una carga para ti.

Su madre abrumada cogió la píldora, se la llevó a la boca y se bebió todo el contenido del vaso.

Olivia solo la miraba, llena de tristeza, o tal vez nostalgia. Se inclinó y se sentó al borde de la cama. Besó la frente de su madre y le otorgó una sonrisa. Una de esas que conforta a pesar de no sentirte bien por dentro.

—No eres una carga para mí.

—Por dios Olivia. Claro que lo soy. Eres la única que sustenta esta casa. La renta, la comida, los medicamentos, el hospital, los tratamientos, los servicios, el auto, y la universidad. No puedes tú sola con todo eso.

En el fondo, su madre tenía razón, ella no podía con todos esos gastos. Eran demasiados. Solo un sueldo de una cafetería no abarcaba ni la mitad de la lista que ella nombraba.

Las deudas le llegaban hasta el cuello. 5 meses de renta atrasada, 3 meses de servicios sin cancelar. Una gran deuda de 50 mil dólares a su jefe de la cafetería. La miseria de sueldo de 2,500 dólares al mes, no alcanzaba para nada más, solo para lo básico. Y eso, ahorrando, sin gastarse ni un centavo en bebida, o unos zapatos o vaqueros que a ella le gustase, era imposible.

Sus ojos se aguaron, y quiso llorar, sin embargo, fingió una sonrisa y trató de mejorar su semblante, —¡Dios proveerá mamá!.

—Es la única manera hija.

—Todo estará bien. Debo irme, si no llegaré retrasada.—le dio un beso ennla frente a su mamá, y a toda prisa salió de la casa, se sumergió en su auto y suspiró hondo. Se sentía aturdida con todas las responsabilidades que le correspondía, era demasiado para una joven de 18 años que apenas comenzaba a vivir la vida.

Sin darse cuenta, las lágrimas habían salido, por más que se las limpiaba, súbitamente volvían a empapar su rostro. Rápidamente condujo, al casi morirse de un infarto cuando faltaban 10 para las 8.

No tardó ni 5 minutos al llegar. Corriendo, se bajó del auto, entró a la cafetería, se colocó su delantar y se metió a la cocina.

—Casi, casi…—se burló Hanna, su amiga.

—Me quedé dormida.

—Olivia, debes de organizarte, deja de ser tan dormilona.

—¡Lo siento!.

—Tienes suerte, Ricardo no ha llegado.

—¡Woo!, qué suerte la mía. —sonrió, llevándose las bandeja cerca de la máquina de café.

Hanna, era una buena compañera, era mayor que ella, pero siempre la comprendía y entendía. Más que compañera eran amigas desde hace 3 años. Olivia la admiraba, no era un secreto que Hanna era sumamente hermosa. Rubia, delgada, alta, con una piel bronceada, y un espíritu alegre. Siempre la hacía reír, así se estuviera desmoronando por dentro.

—Olivia…—llamó la rubia.

—Sí.

—Llegó el chico de la guitarra, atiéndelo.

Olivia rodó sus ojos de un lado a otro, y sonrió,—Tú sabes que él no pide nada hasta que no llegue el hombre del café.

Hanna se mordió los labios y se llevó sus dos manos al corazón,—Es tan sexy, aunque el de la guitarra tampoco esta tan mal.




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