Si me quisieras...

✔️La universidad ✔️(14)

Si me quisieras…

Capítulo 14

La universidad.

¿Cómo es posible que tantas cosas malas ocurran en un día?. De algo Olivia estaba segura, y era de su pésima suerte. Se sentía como un imán para atraer todo lo malo y lo negativo. Quería convencerse que cosas como esas le sucedían a todo el mundo.

—Te traje un café—se llevó un mechón de cabello rubia a su oreja y tomó asiento en la sala de espera del hospital junto a Olivia.

—¡Gracias Hanna!—suspiró hondo, ya no tenía más lágrimas que derramar. Ella sabía que a su madre ya no le quedaba mucho tiempo, pero tampoco pensó que la dejara cuando más la necesitaba. Miró a Hanna con el café en la mano, —Gracias, no se que hubiera hecho sin ti. Eres una buena amiga.

—Lo sé.—sonrió la rubia, acomodando su torso en la silla.

—Señoritas. Ustedes son los familiares de Fanny Alvarado.

Olivia se levantó y asintió.

El doctor sostenía una tablilla en sus manos. Su bata le llegaba hasta las rodillas. Era calvo, y con anteojos. Debía tener unos 40 años aproximadamente.

—Bien, su madre está estable. Pero.. le queda poco tiempo de vida.

Olivia se angustió, y Hanna le acarició el hombro.

—¿Cuánto doctor?.—formuló la rubia.

—Un mes, o tal vez, dos.

La muchacha cerró los ojos.

—Lo siento, no hay nada que hacer por ella. Le dejaré medicamentos para el dolor, y hoy mismo se la podrán llevar a su casa.

—Okey doctor.—respondió la rubia.

—Con su permiso.—se retiró el hombre. Hanna abrazo a Olivia y acto seguido, caminó hacía la habitación de su madre. Abrió la puerta, y ella estaba triste, con la cabeza de un lado. Su cabello estaba hecho un lío. Y sus ojos se encontraban húmedos, por más que lo quisiera ocultar.

—¡Mamá!.—la llamó.

La mujer no respondió.

La chica se sentó al borde de la cama y le tomó sus manos delgadas.

—Iremos a casa. Estarás bien.

Su madre la miró y sintió como su corazón se volvía añicos. Le dolía dejar a su hija sola. No tardó en estallar en llanto.

Olivia hizo lo mismo…

—Estoy mal, y moriré en cualquier momento. Me duele dejarte Oli, tú eres el motivo de que quiera vivir, pero ya no puedo más… Ya no puedo con  tantos medicamentos, inyecciones, tratamientos. Simplemente, no puedo más.

—Todo estará bien mamá. No pensemos en eso. Disfrutemos el tiempo que nos queda junto.

—No quiero ser más un estorbo para ti.

—No eres un estorbo mamá.—repuso Olivia, secándose las lágrimas.

Hanna estaba en la puerta, observando la escena. Era conmovedor. Una lágrima corrió por su mejilla. Recordó a su madre. Tan rubia como ella, hermosa y llena de vida. Solo le interesaba una cosa, su trabajo.

<<Solo fuiste un error, yo no quería tener hijos>>. Recordó las palabras exactas de su madre. Ese día, dolida tomó su equipaje y se marchó de su hogar. De esa fachada hermosa por fuera pero mugrienta por dentro. Sus padres no se amaban. Solo fingía delante de sus amigos, jefes y vecinos. Ante todos, eran perfectos, sin embargo, en la cálida de su hogar, si es que se podría llamar hogar la casa llena de contiendas e insultos, mentira y engaños en donde ella habitaba.

<<Hay mujeres y hombre que no merecen tener hijos>>. Pensó, derramando otras cuantas lágrimas.

Miró ese vínculo de amor entre Olivia y su madre, y por primera vez, envidió a su amiga. Ojala su madre hubiese sido así con ella. Hubiera sido la niña más feliz.

¿Qué estarás haciendo mamá?, ¿será que me extrañas?. Se preguntó a sí misma. Para eso, no tenía respuesta.

—¿Será que nos podemos ir, o se quedarán llorando todo el día?.—masculló Hanna sonriendo.

—Nos vamos.—dijo Olivia.

Rápidamente, se marcharon a su casa. Hanna acompañó a Olivia toda la noche. La chica ya había gastado un porcentaje del dinero que le había adquirido el hombre misterioso.

En la mañana se levantó, atendió a su madre y con tristeza la dejó dormida. Junto a la rubia, se detuvo en la farmacia, compró los medicamentos que le hacían falta a su madre, algo de comida y la renta junto a los servicios que se habían consumido por meses. Se detuvieron en la cafetería, y la chica contó el dinero restante y se percató que, solo le quedaba 25 mil dólares.

Ambas se bajaron del auto e ingresaron a sus puestos de trabajo. Olivia tomó el dinero restante y entró a la oficina de su jefe.

Ricardo hablaba por teléfono muy sonriente, con los pies puesto en su escritorio. Olivia, lo miró y le colocó el dinero en la mesa.

Su jefe se quedó petrificado. Miró el dinero y lo tomó, lo contó y colgó el celular.

—¡Vaya!. ¿Cómo has conseguido ese dinero?.

—Ese no es tu problema—se cruzó de brazos y sus facciones se tensaron,—Le debo solo 25 mil dólares, para marcharme de este lugar. Y créame, lo conseguiré.—enfatizó, y se marchó.




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