Si me quisieras...

✔️Olivia ✔️(28)

Sí me quisieras...

Capítulo 28

Impresionado por la noticia del médico, el chico retrocedió dos pasos atrás, parecía marearse, por lo tanto, se apoyo de la pared, dio un largo suspiro y se sentó en el suelo. Se encontraba desconcertado, confundido y a la vez nervioso, ese proceso arruinaría todos sus planes en Suiza.

--Benja, debes calmarte, hablaré con tus padres--declaró el médico, con sus dos manos en frente, tratando de darle un aire de tranquilidad al muchacho que comenzó a botar lágrimas.

--¿Voy a morir? --repuso, mirando a los ojos al hombre.

--Si hacemos un buen tratamiento, estamos a tiempo de salvarte. Si decides vivir, no morirás Benjamín.

--¿Cuánto tiempo durará el tratamiento?

--Cuanto sea necesario. A veces meses, o tal vez años.

--No puedo esperar años.

--Es tu vida Benjamín, la muerte no espera a nadie.

El pelirrojo calló.

--Necesitamos iniciar en tratamiento a la brevedad posible.

El muchacho asintió.

--Llamaré a tus padres. En esta etapa, necesitas de todo su apoyo.

Volvió asentir.

--Yo les diré a mis padres. Mañana iniciaremos con todo lo que sea necesario. Creo que aún me falta asimilar la noticia--espetó, apretando sus puños.

El doctor estuvo de acuerdo, y como alma que se lleva el diablo Benjamín caminó por los pasillos, confundido, con los ojos cubiertos de lágrimas. Caminó hacía recepción y visualizo a ambas chicas sentadas. No quiso mirarlas, por lo tanto, con la cabeza irme y pasos predeterminado se propuso llegar a la salida.

--Benjamín--escuchó detrás de él. Se quedó inmóvil, tratando de ocultar aquella agua salada que corría por sus mejillas. Disimulando todo rastro de tristeza y nervios que sucumbía su cuerpo atrozmente.

Se hizo de espalda y en ningún momento giro para saber cual de las dos le hablaba, aunque a su parecer, creyó que había sido la pelinegra.

--¿Cómo te ha ido?

--Bien...--respondió con tanta frialdad que ambas muchachas quedaron atónitas. Por lo que habían conocido del pelirrojo, él era un chico extrovertido, y para Hanna le gustaba hablar mucho. Olivia no lo conocía tanto, pero la rubia se acordaba perfectamente esa estancia de vecinos, y para ella, aquel hombre no había cambiado nada, seguía siendo el mismo.

Después de unas cuantas horas más, le entregaron a su madre, se encontraba terriblemente delicada, por lo tanto, no podía recibir ningún tipo de emoción fuerte, eso le produciría un infarto inmediato. Olivia sabía que tarde o temprano su progenitora se marcharía, se iría lejos de ella para vivir las delicias de un paraíso, sin embargo, le aterraba la idea de no verla más, no sentir su voz, ni escuchar sus pasos precipitados al momento de hacer algo por si misma.

Necesitaba muchos cuidados, y eso le asustaba, interiorizaba perfectamente su rol como proveedora en el hogar. Se estremeció un poco y entrelazos sus dedos la cual se encontraban fríos totalmente. Vio a su madre que llevaban en silla de rueda y la introducían en el auto de Hanna. Sus facciones eran de casación puro y excepcional fatiga, no era un secreto para la pelinegra que su madre deseaba ya morir, no soportaba más la tortura de aquella enfermedad que la había dejado en un estado deplorable y inutilizada.

El cielo se encontraba oscuro, no había estrellas y la luna se ocultaba con unas cuantas nubes. El frío era mortal, al igual que su angustia. La rubia se dispuso a conducir en silencio, echando un vistazo de vez en cuando a su amigo quien le brotaba unas cuantas lágrimas.

No tardaron en llegar para embutirse en aquella casa que se situaba aún más fría y húmeda, nada favorable para su madre.

--Oli, porque no nos vamos a vivir a mi apartamento. Es pequeño, pero nos arreglaremos las tres--propuso, mientras que Olivia hacía un esfuerzo por cargar a su madre y acostarla en la cama, cubrirla del frío para dejarla reposando.

La chica sonrió restándole importancia a la propuesta de la rubia.

Tanto como ella y Hanna estaban exhausta, por lo tanto, no dudaron en buscar la manera para ya irse a dormir. La rubia se embutió en la ducha mientras que Olivia se comía yogurt de fresa. Sintió que tocaban la puerta, fijo su mirada en el umbral y se extrañó de quien pudiese ser. Caminó lentamente, y entreabrió la misma, dejando una abertura mínima para ojear al sujeto que estaba parado.

Frunció el ceño, y su cara más que alegría, fue de asombro total.

Terminó de abrir la puerta, y lo vio ahí, frente a ella, con un ramo de rosas en su mano derecha y su corbata un poco desarreglada.

--Azael...--pronunció lentamente, sorprendida por verlo allí después de la actitud que había tomado en la mañana.

 




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