Si me quisieras...

✔️Perdonar es sanar ✔️(39)

 

Si me quisieras...

Capítulo 

Perdonar es sanar

Desde ese día que se encontró con Benjamín, Hanna no había vuelto a ver a su padre. Revivió aquel momento la cual su primogenitor se enfrentó a ella y le pidió que volviera, y eso le dolió, aún no se consideraba lista para regresar y formar convivencia con su núcleo, sin embargo, ese mismo día, desveló sus sentimientos y se confrontó muy dentro de sí, dándose cuenta de lo mucho que echaba de menos restaurar la relación perdida.

Su padre, un hombre emprendedor, viejo de unos 60 años de edad, canoso, alto, delgado, con unos ojos azules, llenos de amaneceres y revistas de la vida, le miró con compasión y le suplicó a su unigénita una oportunidad, un intento para su vejez. En ese día, la rubia quedó atónita cuando escuchó al hombre reconocer lo severo y mal padre que fue, al admitir que había invertido mucho más tiempo en otras cosas que en su propia hija. Esas acotaciones le rompieron el corazón a la muchacha que, a pesar de los errores, su centro seguía siendo su familia.

Despavorida y aturdida, regresó a la casa de Olivia, envuelta en una ola de lágrimas que sucumbía su cuerpo. Su pelo estaba pegado a su rostro y sus labios resecos de tanto sollozar por todo el camino.

Sus emociones era todo un torbellino, buscando lugar para el perdón y la restauración. Por más que su mente le gritaba todos aquellos errores, su corazón le susurraba <<un intento más>>, fue así, como Hanna perdonó en su corazón a su padre, y sintió un alivio en lo más profundo de su ser al quitarse una carga que le atormentaba su existencia.

Ese mismo día, quiso contarle a Olivia, pero no lo hizo, ya que su amiga se encontraba sumergida en sus propios problemas de amores con el chico misterioso y Azael. De hecho, la rubia prestó su oído y la atención para escuchar parlotear a la pelinegra que poco a poco se daba cuenta de los grandes cambios de la vida. Eso Hanna lo entendía a la perfección; por lo cual no dudó en responder.

——Uno cambia un amor por otro amor. No toda ilusión es amor.

Dándole a entender a la muchacha que su amor por Azael no era real, solo un espejismo que fue realidad, sin embargo, a medida que la relación avanzaba, Olivia se percataba que todos esos años suspiró por alguien que no era compatible con ella.

¿Cómo el amor puede cambiar de la noche a la mañana?, al menos que no sea amor si no un ensueño que es parecido al amor, más no es amor.

Esa verdad le dolió a Olivia, y su primera reacción fue estar a la defensiva con su única amiga. En ese momento, descubrió que sus sentimientos por Azael no eran los mismo de hace dos años atrás. Desde que tuvo ese encuentro sexual con aquel chico se dio cuenta de que no se puede hincar una intimidad si mezclar los sentimientos, era casi imposible, por más que se obligaba a las emociones, siempre terminaban involucradas en las caricias, los besos, y en el lecho de amor.

Desde ahí, Olivia supo que Azael solo fue una ilusión del pasado, tal vez un buen amigo, pero no el chico correcto para formalizar una relación.

El chico del café no era más que eso, un amigo, una compañía, o quizás, el hermano que nunca tuvo, asimismo, consideraba a Axel, aunque a veces al mirarlo sentía como pequeñas partículas de su ser se revolvían súbitamente; más no halló respuesta a las sensaciones que frecuentaba cuando estaba junto a Axel, aunque lo asimiló y lo comparó con seguridad, confianza, y quizás cariño, sin embargo, esas virtudes de su percepción no simbolizaba amor, ni nada semejante.

Aunque Axel lo sentía todo por ella. La idealizaba, la amaba, y la quería para él. No sólo su cuerpo, si no su amor, su ternura y cariño, siempre se negaba desde muy dentro de sí, de aquellas migajas que solo Olivia le proporcionaba, mantenía la esperanza de un amor completo, entregado en cuerpo y alma.

Por otro lado, esa mañana, mientras Hanna meditaba un poco las palabras de su padre, no contó que ambos primogenitores le llamaran a la puerta.

Sin esperarse semejante sorpresa, la rubia abrió la puertezuela y se quedó perpleja al ver a sus dos familiares frente a ella, cara a cara. Tantas veces se lo imaginó, más no pensó que fuera tan pronto.

Los ojos azules del papá revelaron lágrimas que se asomaban por aquel rostro arrugado, su traje de lino y su corbata estaban un poco fuera de sí, y por primera vez, Hanna no reconoció esa actitud de su padre. En cambio, su madre se mostraba rígida, firme, y segura, evitaba mirar a los ojos a su hija, aunque por dentro sufría y temía al rechazo de la misma, sin embargo, mantuvo la misma coraza de siempre.

El traje rojo elegante de su madre, con los anillos de oro que llevaba en sus dedos, con reloj y una pulsera que hacía juego con un collar refinado de perla le demostraba a Hanna que su mamá seguía siendo la misma mujer vanidosa y superficial que siempre conoció.

——¿Qué hacen aquí? ——inquirió a la defensiva la muchacha, después de tragar grueso.

——Queremos conversar contigo Hanna ——respondió de inmediato del hombre, con un tono apacible, e inclusive amoroso ——. ¿Podemos pasar?

Hanna se echó a un lado del umbral, y ambos distinguidos entraron. La primera impresión para los dos fue terrible, el lugar donde su hija residenciaba no era el apropiado, al igual que la casa, sus paredes manchadas reflejaban la humedad tan espantosa que pulverizaba y amenazaba severamente la salud de los que habitaban allí. Fue inevitable para Hanna darse cuenta de aquella observación mal intencionada del uno al otro.

——No necesito de sus criticas ——alegó la muchacha de mala gana, aturdida por la visita no deseada.

——Este ambiente no es el apropiado para una niña como tú, está casa es deprimente ——comentó su madre, estudiando la casa con asco.

——¡Ya basta!, no vinimos a eso ——regañó el hombre, levantándole la voz a su luminosa esposa.

——¿A que vinieron entonces? ——interrogó la rubia, cruzándose de brazos.




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