CAPÍTULO 11
Aquel callejón apartado, escondido de la vista de cualquier transeúnte o vehículo que circulara por las calles principales, era uno de los tantos puntos de reunión de ese tipo de personas; humanos y alienígenas que la mayoría prefería no saber siquiera que existían. Los indigentes, los pobres, los huérfanos, y todo aquel que no encajaba por completo en la pulcra y prospera imagen que las publicidades y reportajes intentaban pintar de Newtech City.
La ciudad tenía bastante a su favor, siendo la meca de la integración alienígena en la Tierra, sede la embajada oficial de diferentes planetas aliados, y por supuesto de la S.P.D. en la Tierra. La tecnología de punta se asomaba en cada esquina, en sus transportes, en sus hogares y oficinas. Era la ciudad del futuro y de las oportunidades, en un planeta que ya de por sí representaba la gran esperanza de muchos en el universo.
Pero también tenía sus lados no tan brillantes. Ya que, como suele ocurrir, donde existe mucha riqueza y prosperidad, tienda a existir también mucha pobreza y decadencia. La única diferencia era que aprendían a esconderla mejor, en espacios como el de ese callejón sucio y oculto, poblado por una gran cantidad de individuos de ropajes gastados y viejos, algunos enfermos o con hambre, que intentaban calentarse y alimentarse con lo que pudieran tener a la mano.
Pero no siempre eran ignorados por todo el mundo, pues en ocasiones había personas que estaban más que dispuestas a tenderles una mano amiga cuando les era posible. Y dos de esas personas, muy conocidas y respetadas en aquella comunidad, eran Jack y Z.
Nadie sabía mucho de ellos, sólo que eran dos jóvenes humanos recién iniciados en sus veintes, que habían llegado a la ciudad hacía cinco y pico de años. Los dos eran muy hábiles peleadores y atletas, muy inteligentes y astutos, además de poseer habilidades meta humanas muy inusuales. Pero, por encima de todo eso, eran conocidos por su gran corazón. Cada cierto tiempo se paraban en ese callejón, y en otros parecidos, para repartir comida y ropa para los necesitados. En cuanto los veían llegar en su camioneta cargada, la gente lo sabía, y se acercaban para ver qué era lo que compartirían ese día. Y nunca los decepcionaban.
Ese día, traían un poco de todo: ropa de invierno, principalmente chamarras y abrigos; y comida para repartir, en especial pan, jamón y queso. La gente se congregó entorno a su vehículo, mientras los dos jóvenes repartían lo más equitativamente los víveres.
Y claro, aunque nadie lo dijera en voz alta, por supuesto muchos se preguntaban lo mismo: ¿de dónde sacaban estos dos jóvenes todo lo que les regalaban? Algunos tenían sus sospechas, que de hecho rozaban bastante cerca de una certeza. Pero igualmente, nadie lo decía directamente. Preferían no confirmarlo, y de todas formas no les importaba. La necesidad que tenían podía más que una pequeñez como la procedencia legal de aquella ropa y la comida.
Pero sin importar qué acto estuvieran cometiendo, aun así la gente quería y respetaba a Jack y Z por lo que hacían. Eran parte de ellos, de los proscritos de esa sociedad moderna. Y entre todos se debían cuidar.
A media tarde, los dos chicos ya estaban terminando su repartición de ese día.
—Gracias, jovencito —pronunció profundamente agradecido un alienígena anciano de piel azulada y largos bigotes grises, luego de que Jack le entregara una caja con unos gruesos zapatos; mucho mejores que los agujerados que el hombre traía puestos.
—No hay de qué —le respondió Jack, esbozando una sonrisa—. Cuídense, por favor.
El hombre asintió, y se alejó renqueando por el callejón.
—Muchas gracias —pronunció una niña de rostro ovalado y piel rosada, luego de que Z le entregara un emparedado y una gaseosa. Sus facciones no eran del todo claras, pero pareció de alguna forma sonreír, por lo que Z le sonrió de regreso con gentileza.
La niña se alejó corriendo por el callejón con su merienda bien aferrada en sus manos. Ella fue la última, y ya todos se habían esparcido dejando a los dos chicos solos. Y menos mal, pues ya no les quedaba más.
—Eso fue lo último —pronunció Jack con entusiasmo, revisando las cajas vacías atrás de la camioneta—. Qué suerte, ¿verdad? Todos recibieron algo, nadie se…
Al girarse a ver a su compañera, la miró con los brazos cruzados, apoyada contra un lado de la puerta de la camioneta. Y, a diferencia de él, su expresión no parecía tan optimista y alegre. Y, de hecho, tenía una mirada severa bien fija en él como dos cuchillos.
—Por favor, no me mires otra vez así —exclamó Jack con ligera molestia, mientras cerraba las puertas de la camioneta.
—¿Así como? —cuestionó Z, un tanto perpleja.
—Así, con esa mirada de: “Jack, ¿en serio quieres seguir haciendo esto toda tu vida?”
—Yo nunca he dicho eso —replicó Z, defensiva. Aguardó unos segundos, su pie se movió un poco inquieto contra el suelo, y luego lo dijo al fin—: Pero Jack, ¿en serio quieres seguir haciendo esto toda tu vida?
—¿Lo ves? —exclamó el chico, señalándola con expresión de acusación.
Jack terminó de cerrar la camioneta, e instintivamente dio un paso intentando alejarse de su amiga, posiblemente rehuyendo por reflejo de un enfrentamiento con ella. Pero Z tenía otros planes.