Si No Fuera Un Sueño

4 capítulo

                                            
»Debo aprender a sentir otra vez, tú me lo enseñaste pero con el tiempo lo olvidé«
 


 

                                              WD.Rose
 


 

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             4. 𝔸𝕌ℕ 𝕊𝕀𝔾𝕆 𝔸𝕄𝔸ℕ𝔻𝕆𝕃𝕆

5 años después...

—La señora Cooperfields ha ordenado que sirvas la cena.

—¿Qué? Eso debe hacerlo Emma, ya yo acabé mi turno.

En mi boca se formó una perfecta "O".

—Quiere que tú lo hagas —continuó sin mirarme.

Fruncí el ceño.

—¿Qué sucede Rebeka? ¿Qué, ha enfermado Emma y Ava sigue indispuesta? —quise saber rodando los ojos.

No me apetecía verle la cara a esos dos, en realidad nunca. —Emireth...

Dos toques secos en la puerta la interrumpieron.  

—Emireth ¿Estás ahí? —preguntó Emma.

Miré mal a Rebeka, aunque no tuviese la culpa de que la bruja hubiera ordenado que serviera la cena. Los últimos años me había limitado a hacer todo lo que decían, así evitaba problemas y nada en vano. Continué estando con Matthew, pero menos que antes; cuando Marie iba al tonto spad, a las tertulias con sus amigas, entonces aprovechaba de llevarlo al lago. Mi niño estaba creciendo, ya tenía diez años y me alegraba verlo feliz.

Era tan travieso a veces. Sin duda la copia de su padre.

—¡Sólo quedan veinte minutos! —le grité esa tarde.

Sonrió sumergiéndose en el lago. Lo vigilaba desde el columpio; Rebeka o Ava solían cubrirme en mi ausencia. Bueno, Ava sólo hacía lo que me tocaba y yo cuidaba de Matt, que era su trabajo. Ella era la chica recados y la niñera de mi hijo cuando los Cooperfields estaban.

¿Sigues aquí, Emireth? —agitó su mano frente a mí.

Batí la cabeza, Emma ya había entrado y me miraba con impaciencia.

—Sabes como es la señora, date prisa —apremió evitando mirarme.

¿Que sucedía con ellas?

—Bien, al menos explícame que carajos sucede. ¿Tan grave que ninguna me mira a los ojos?

—Niña, no digas esas palabrotas, y  apurate —insistió evadiendo mi pregunta y terminé saliendo con ella.

...

Entramos a la cocina, iba a comenzar con mi trabajo cuando tomó mi antebrazo.

—Emireth, ve a la habitación de Matt y pregúntale si cenará. Yo serviré y tú llevarás la comida a la mesa —explicó cambiando un poco los planes.

La miré confusa pero no objeté. De todas formas Emma podía ser una tumba cuando se lo proponía, no me diría nada.

Ascendí las escaleras, peldaño por peldaño, podía demorarme un poco si Emma adelantaba mi trabajo. Continué la marcha aferrándome al barandal barnizado de dorado, ¿Por qué algo me decía que algo ocurría esa noche?.

Un mal presagio o quizás todo estaba en mi cabeza. Y vaya que últimamente ese libro de misterio y suspeso que me leía todas las noches me estaba poniendo paranoica.

Pero... La ficción se quedó corta de la realidad, al ver su presencia plantada frente a mí, trayendo una oleada de masculinidad arrebatadora. Se me cortó la respiración, mis piernas flaquearon, y sentí turbulencias en mi ser que el corazón me bailó en su caja torácica.

No pude evitar sentir la misma atracción de antes; verlo fornido y apuesto echó por la borda mi intento de olvidarlo. Maximiliano estaba de regreso, después de tantos años volvía a mirar esos ojos azules, un mar en calma, a veces embravecido que eché de menos. También su boca que en el pasado me robó el aliento y la cordura.

De solo recordar me sonrojé hasta la médula. La luna, el lago, nosotros y los besos...

—Emi, creo que al menos merezco un abrazo —su voz grave y profunda aunque excesivamente dulce, esfumó el silencio. Pero no pudo traerme devuelta a la realidad.

Él no es real. Pensé consternada

Soñé tantas veces con su regreso que verlo allí me pareció otro de esos sueños. Tenía la mirada desorbitada y el cuerpo tenso como si había visto un fantasma.

Pero Maximiliano era real, lo supe en cuanto se acercó estrechandome entre sus brazos, cuando percibí su esencia magnética, esa extraña virilidad que me absorbió por completo. Él acarició mi cabello, aspiró con ansias el dulzor de mi aroma a flores y ví en su mirada el mismo sentimiento, el palpitar imperioso que nos arrastraba a los dos.

—Te extrañé muchísimo Emireth —confesó a mi oído profundamente conmovido.

Quise responderle, pero de mis labios sólo salió el llanto y me aferré mucho más a él temiendo perderlo otra vez.

Nunca necesité tanto de su cercanía. Jamás demasiado de sus abrazos.

—¿Por qué te fuiste si prometiste quedarte a mi lado? —solté finalmente adolecida.

Aquel invierno...

Cuando se fue en ese solsticio.

Tuve que mirarlo desde la ventana de mi antigua habitación, el subió al auto y se fue dejando en mí, la horrible sensación de abandono y tristeza. Marie no quiso que me despidiera de él porque temía que notase mi estado, ese día desgraciadamente los síntomas de mi embarazo no pasarían desapercibidos. Seguro le inventaron que estaba en cama, indispuesta y que no quería verlo.

Debía admitir que esa última semana estuve evadiendolo. Fue mi actitud distante, de la que esa mujer seguramente se aprovechó de inventar falacias.

—Lo siento, lo siento y no te imaginas cuánto me arrepiento de romper nuestra promesa. Pensé en tí todos los malditos días, quise apresurar las cosas pero surgían inconvenientes, no fue fácil.

Iba a besarme y retrocedí.

—¡Fueron díez años Max! Y tampoco fue fácil para mí, no sabes cuánto sufrí, lo que viví y sigo viviendo —bajé la cabeza observando mi vestimenta.

¿Acaso no era obvio? Entonces me miró de pies a cabeza, sin dar crédito a lo que veía.

—¿Por qué vistes así Emireth? —preguntó arrugando el entrecejo.

—Quizás porque no soy una Cooperfields, sólo una sirvienta. D-deberías preguntárselo a tus padres, Max. Apártate necesito ver a Matthew —escupí con un dolor en mi garganta.




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