»Hay momentos especiales, pero solo algunos se vuelven eternos«
WD.Rose
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6. ℂ𝕦𝕒𝕟𝕕𝕠 𝕟𝕠 𝕟𝕠𝕤 𝕧𝕖𝕟
La voracidad de un verano cómplice de risas y correteos volvía a acompañarnos. El calor que emana el astro ardiente estaba de regreso, mucho más que antes, dueño del solsticio. Valía la pena cada segundo; resultaba fascinante observar los rayos que atravesaban las nubes, imponiendo con su resplandeciente luz.
El año y medio había transcurrido como si se tratase de segundos. Ya tenía ocho años recién cumplidos y mis padres prometieron llevarme a la playa.
La playa....
Jamás había ido a ese mágico lugar. Cerraba los ojos e imaginaba estar allí, escuchando el tronar de las olas, sintiendo la brisa maritima en mi rostro, la salinidad del mar adhiriendose a mi pelo y mis pies hundiéndose en la arena.
Nada me puso más emocionada, que ponerme el lindo bañador violeta que mamá me compró. Moría por nadar en el mar; desde que Max me enseñó en la piscina, ya me era divertido y emocionante lanzarme al agua. Ya no temía ahogarme.
—¡Max! —grité desde la habitación.
Necesitaba ayuda con mi mochila, no podía cargar con ese peso a cuestas. Además, él era mi hermano y tenía más fuerza que yo.
—Emi —resopló recargado en el marco de la puerta.
Lo miré con una sonrisita inocente. —No te enfades, es que en verdad llevo todo lo que necesito.
—Pues yo creo que en realidad no necesitas mucho para pasarla bien —refutó acercándose para luego quitarme la mochila y colgarla en su espalda.
—Gracias —di saltitos de la emoción. Todavía no me creía estar a poco de conocer el mar.
Me alcé de puntitas y besé su mejilla, entonces salí corriendo dejandolo atrás y ansiosa me subí al auto. Sí, era la primera en ocupar mi puesto.
Papá fue el segundo en subir; tocó el claxon un par de veces hasta conseguir que mamá y Max salieran de casa.
Minutos después nos pusimos en marcha.
Estuve todo el tiempo mirando por la ventanilla. Miré a Max, pero él estaba escuchando música en su iPad; estaba perdiéndose de todo el camino y no parecía importarle.
¿No le gustaba el mar como decía y por eso estaba callado e inexpresivo?.
—Emireth, cariño ya casi llegamos —avisó mamá.
—¡Si! ¡Si! —celebré contenta.
...
Hay momentos especiales, pero solo algunos se vuelven eternos. El mío estaba justo al frente: sol, arena, mar y una familia. Creo que no podía exigirle más a la vida.
—Max aplícale bloqueador solar a tu hermana y luego tú a él Emi —nos dijo antes de irse con nuestro padre a nadar.
—¿Estás molesto?
—No.
—Pero yo creo que sí, ¿Es por cargar mi mochila?
—Ya te dije que no, date la vuelta si no quieres quedar como una tostada quemada.
Obedecí sentándome en la tumbona. De inmediato sentí sus dedos en mi espalda.
Suspiró varias veces.
—No estoy molesto, solo que este lugar me trae recuerdos, pero olvídalo. Hemos venido a divertirnos y eso haremos ¿Verdad? —explicó contrariado.
—Sí, Max.
—Ahora gira —lo hice y él aplicó el bloqueador en mis brazos. Sonreí en el acto y logré que él lo hiciera también.
—Luego será tu turno —recordó.
—Lo sé —le saqué la lengua.
Fue una de esas veces que su tacto no quemó, que su roce no chisporroteó, que no generó tanto al punto que colapsaría mi interior o que una explosión de emociones invadiendome, desafiara la cordura. Simplemente hubo inocencia y así debió ser siempre.
...
Cuando cumplí doce y Max obtuvo su licencia de conducir, papá y mamá permitieron que él me llevara a la playa. No fue fácil convencerlos, solo accedieron porque tendrían que pasar el día entero en la empresa y me lo habían prometido semanas atrás:
—Claro que sí hija, iremos a la playa. Sé que te encanta y a mi me da gusto hacerte feliz, daría todo por esa sonrisita que tienes —prometió ayudándome con mis lecciones de francés y me colgué a su cuello.
—¡Gracias! ¡Gracias!
Y aquí nos encontrábamos. El sol de verano me quemaba la piel, la brisa revolviendo mi cabello y la infinita arena masajeandome los pies. Max adosó nuestras manos, agarre férreo y dulce también.
¿Por qué se sentía bien lo que es malo?
Desde lo que pasó, vivía en una burbuja que en cualquier momento podría ser pinchada por la verdad, y la mentira sería lo único que quedaría; sin contar lo que nuestra relación furtiva, desataría.
—¿Max?
—Dime, mi ángel —detuvo el andar, sostuvo mis manos y me besó la frente —. Sabes que puedes decirme lo que sea.
—Solo iba a decirte que estoy feliz de vivir este día contigo, uno más a tu lado.
—El sentimiento es mutuo, Emi —emitió con dulzura y juntó nuestros labios.
Después continuamos caminando. La playa estaba prácticamente desolada; otro punto a nuestro favor. No tardamos en sumergirnos en el mar y nadar hasta que nuestros brazos ya no pudieron más.
Cuando la tarde ya caía, nos quedamos mirando el atardecer, esos últimos rayos presumiendo su despido.
Me acurruqué en su pecho, en su calor me refugié. Alcé la vista y no supe si el mar de sus ojos tendría comparación. ¿Cómo podía existir tanta perfección en una persona?
—Eres lindo Max, ¿Seguro que no eres perfecto? —se me ocurrió preguntar.
Su risa me hizo vibrar, ¿Acaso se burlaba?
—Pero que cosas dices, mi ángel. Deberías verte en un espejo ¿Segura que lo has hecho? Eres un desborde de perfección, hermosa, la chica más linda sobre la faz de la tierra. Yo, el chico imperfecto que tiene la suerte de tenerte.
Editado: 07.08.2020