Si No Fuera Un Sueño

13 capítulo


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13. 𝕄𝕠𝕞𝕖𝕟𝕥𝕠𝕤, 𝕒𝕧𝕒𝕟𝕔𝕖𝕤 𝕪 𝕣𝕖𝕥𝕣𝕠𝕔𝕖𝕤𝕠𝕤
 


—Mangata —susurró a mi oído y di un respingo.

—¿Qué?

—Así se le llama a ese camino de luz que deja la luna al reflejarse en el agua —explicó reflexivo.

Estaba a mi lado, sin embargo embotado en el pasado.

Me acomodé entre sus brazos. Necesitaba de su calor en una noche que cada vez se tornaba más fría. De inmediato me recibió y comenzó a masajear mi cabeza.

—Pase lo que pase siempre será nuestro lugar favorito —prometí intentando sacarlo del ligero ensimismamiento.

Me miró pícaro.

—Y nuestro lugar de travesuras —añadió sensualmente a mi oído.  Mordió el lóbulo de mi oreja y me apretó más contra su pecho.

Sentí la sangre calentar mis mejillas.

—Max —reñí ocultando el rostro.

Rió haciéndome vibrar.

—Eres un caso Emireth, no se te olvide que ya he recorrido cada parte de tu piel, centímetros por centímetro, ángel mío —comentó pellizcando la punta de mi nariz.

—Pues no debes recordarlo —apreté sus mejillas.

—Me gusta verte toda sonrojada —admitió subiendome sobre él a horcajadas.

—Max...

Rodeé su cuello.

—¿Qué Emireth?

—No te hagas.

—Yo no me hago el tonto, en todo caso tú me atontas —rozó nuestros labios.

Rodé los ojos.

—Por eso te amo —lo besé.

Pretendía que solo fuera un beso casto, sin embargo él se encargó de volverlo apasionado. Su lengua danzó junto a la mía, en un baile agresivo y voraz. Mordió mi labio inferior y gemí.

Dirigió su tortura a mi cuello. Sabía que era uno de mis puntos débiles.

—Hueles bien, sabes bien, umm me encantas Emireth —ronroneó juguetón.

Me derretí.

—Alguien nos puede ver ¿No crees?

—Nadie nos vas a ver, pero igual no debería importarnos. Eres mía y ellos lo saben, el mundo lo sabe —repitió besándome con más intensidad.

Correspondí enredando los dedos en su pelo.

...

Volvimos para comer. La cena transcurrió serena; no hubo mucha plática entre Max y André. Pero Matt disipó el incómodo silencio con sus comentarios.

Después de eso, salí a tomar el frescor de la noche. Recorrí el jardín y me detuve a pensar. Últimamente se había vuelto una costumbre, y a veces el pase seguro a recordar malos ratos.

No estuve tanto rato a solas. La calidez de sus fornidos brazos me abrazaron por la cintura. Suspiré dándome la vuelta.

—Amor ¿Estás bien?

—Sí.

—Fue un error traerlos aquí ¿No es así?

—Estoy bien, Max. Solo un poco aturdida y es normal ¿No? —admití.

—Nada de lo que nos ha pasado podría considerarse normal —acunó mi barbilla —. Mamá cometió muchos errores, Emi. Crees que todo comenzó después de tu llegada, pero la verdad es que mamá no fue la misma después de...

—¿Por qué te cuesta decir su nombre?

—Porque no tienes ni idea de lo que pasó ese día.

—Máximo fue muy importante en tu vida —susurré con pesadez.

Jamás me lo contaría. Nunca sería el tiempo idóneo para decirme su pasado.

—Era todo para mí.

—¿Algún día me lo dirás —inquirí esperanzada.

—Te lo diré en su momento, Emireth —contestó nostálgico y asentí abrazándolo. 
...

Todos dormían.

Me levanté evitando hacer el mínimo ruido posible. La frialdad de la cerámica me estremeció de pies a cabeza. Le eché una mirada fugaz a Max, al ver que seguía durmiendo plácido, salí de la habitación.

No estaba segura de la hora, pero a juzgar por la oscuridad, apenas comenzaba la madrugada.

Mis pasos ahogaron el sepulcral silencio a través del pasillo. En medio del trayecto me topé con la puerta que conducía a la habitación de los castigos. Allí Marie me lastimó, en ese lugar hizo de mi vida una mierda. Nunca se lo dije a nadie, porque ella pasaba desapercibida, podía ser la mejor mamá delante de todos. Era una buena actriz.

Una mentirosa.

Apreté los párpados y dejé escapar un respiro. Luego empujé la puerta y me adentré.

La misma habitación deteriorada por el tiempo. El viejo azul abandonaba su intensidad. Los muebles y las puertas que conducía al balcón, desgastados. Recordé que nunca había abierto las puertas corredizas hacía el balcón.

Por primera vez me atreví a caminar hacia ese lugar. Encontré pinceles, pinturas y un caballete delante de un banco pequeño.

Tragué grueso, segura de que todo eso perteneció al difunto hermano de Max. Entonces caí en cuenta de que las tantas veces que ví a Marie hablando sola, se trataba de alucinaciones. Ella seguía atada a su hijo, a lo que un día fue. 

Los Cooperfields quisieron llenar el vacío que dejó Máximo, así que me adoptaron.

Ahora la pregunta era ¿Por qué murió Máximo? O... ¿Quién mató a Máximo?

¿Tendría la culpa de lo que pasó, Marie?

—Te lo diré en su momento, Emireth.

Las palabras de Max resonaron en mi cabeza.

Bufé y abandoné con rapidez la recámara en penumbras. No creí que encontraría a André parado en el marco de la puerta de enfrente.

—Emireth ¿Qué hacías allí?. Ni siquiera la servidumbre puede entrar. Deberías dejar de ser tan curiosa.

Me quedé de piedra unos segundos antes de poder emitir una contesta.

—Yo... André, lo siento. No quise hacerlo. Espero que puedas disculparme.

Su azulada mirada no dejó de atravesarme.

Bajé la cabeza, apenada.

—Vuelve a la cama, Emireth.

Asentí apresurando el paso, casi despavorida.

Mi corazón latía desbocado por el susto. Como si no hubiera sido suficiente, me encontré a Max temblando, balbuceando incoherencias en lo que parecía ser una pesadilla.

—Vuelve, por favor vuelve... ¡No me dejes! N-no no quise hacerlo.

Intenté despertarlo, lo zarandeé un poco.

Una capa de sudor cubría su rostro, todo su cuerpo. El rictus de sus labios temblorosos; él se retorcía desesperado por escapar del mal sueño.

Sollozó en el desvarío mental.




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