Si No Fuera Un Sueño

18 Capítulo


»Su respuesta fue un silencio, un silencio que no se atrevió a romper«
 


 

                           
                                                  WD.Rose
 


 

»»❦︎««
 


 

1. 𝕋𝕚𝕔 𝕥𝕠𝕔, 𝕥𝕚𝕔 𝕥𝕠𝕔...
 


Empujó la puerta.

Max se adentró observando con sorpresa su estudio. Una amplia habitación con un escritorio y sobre este un flexo y una laptop; un juego de sofás, caballetes, pinturas, pinceles y lápices de colores. También había una estantería repleta de libros y materiales como papel, hojas blancas y cuadernos; al lado una puerta que conducía al baño.

En la pared pintada de un azul celeste, estaba colgado el dibujo que Matt hizo a los cinco. Los dos estamos de espaldas sentados en ese columpio. Sonreí al ver el otro más reciente que hizo en el colegio: nuestra familia.

—¿Qué dices, Matt? —revolvió su cabello.

Lo miró boquiabierto —¿Es todo mío?

—Todo tuyo, campeón. Si no te gusta algo...

—¡Me encanta, papá! ¡Gracias, gracias!

Saltó de la alegría.

Amaba su sonrisa, verlo feliz y emocionado me producía satisfacción. Queríamos lo mejor para nuestro niño.

Lo queríamos con locura.

—Eres increíble, Max. Gracias. —expresé cuando Matthew se alejó de nosotros.

—Ya he perdido tanto tiempo sin él que aprovecharé cada oportunidad para darle lo que me pida. Mi objetivo es hacerlo feliz, darle amor y entenderlo.

—Lo haces bien, eres un padre maravilloso, te amo.

—Y yo a tí, Emi. Tú me haces mejor cada día —me besó.

Matt se aclaró la garganta y nos apartamos.

—¿Ya terminaron de besarse? —inquirió cruzado de brazos.

Me causó un poco de risa.

—No, terminaremos después —soltó Max para molestarlo.

Matt hizo una mueca de asco.

Matt comenzó a pasarse las tardes en el estudio, después que llegaba de la escuela. Y siguió asistiendo al curso de dibujo y pintura, los viernes y sábado por la tarde.

...

Cuatro meses después y el verano refulgía con ardor.

Amanda terminó de hacer los quehaceres de la casa y se marchó. Me tumbé en el sofá. No había pensado en salir a conocer la ciudad. Si Matt no estuviera tomando su siesta, seguro estaríamos en el central Park.

Tic toc, tic toc...

Bufé apagada en el silencio, sumida en la nada.

Recordé que algunas cosas seguían en cajas guardadas en el sótano. Quizás buscaba distraerme en algo, ya que no me urgía nada de lo que estaba soterrado, pero necesitaba matar el aburrimiento. Aunque en el fondo tenía la esperanza de hallar respuestas.

Estiré mis piernas y me puse en marcha. Descendí con cuidado las escaleras. Últimamente eran repentinos los mareos. Cuando eso pasaba tardaba en recuperarme. 
 


 

Me sobresalté con el sonido de mi teléfono, lo saqué que mi bolsillo trasero y tomé la llamada sin mirar la pantalla.
 


 

—¿Sí?
 


 

Amor, lo siento no podré llegar para la cena. Me han surgido algunos inconvenientes.
 


 

No te preocupes, gracias por avisarme. ¿Estás bien?
 


 

Sí, son...problemas ligeros, que debo resolver hoy mismo. Te amo.
 


 

Y yo tí.
 


 

Torcí los labios. Su voz...sonaba como si algo le preocupaba. Pero Max no me mentiría. Batí la cabeza suponiendo que eran cosas de trabajo. 
 


 

Ahora que llegué al sótano, vacilé en caminar bajo la oscuridad. Nunca me agradó no poder ver nada. Entonces, encendí el flash de mi teléfono.
 


 

Me congelé al oír las pisadas que crujían sobre la escalera. Alguien descendía con cautela.  
 


 

—¿Mamá?
 


 

Solté el aire retenido, sólo era Matthew. Espera... ¿Matthew? Él no podía verme aquí.  Me volví con rapidez y lo encontré en el quinto peldaño. 
 


 

—Matt ¿qué haces despierto? Oh, ya tienes hambre —supuse forzando una sonrisa. 
 


 

—Pues sí, ¿por qué estás ahí? —curioseó bostezando. 
 


 

—Nada, sólo quería encontrar unos...algo que ya no importa ¿vamos al comedor? —propuse tomando su brazo. 
 


 

Una vez entramos al comedor, se sentó en el taburete. Busqué la caja de cereal y la leche. Al final terminé comiendo a su lado. 
 


 

No podía resistirme a casi nada estando embarazada. Todo se me antojaba. 
 


 

—¿Cuando nacerá mi hermanita?
 


 

Sonreí. En efecto, tendría una niña. Supongo que mi niño lo intuyó desde el principio. Ni hablar de la reacción de Max. Ese día me acompañó a la cita y se puso a llorar mientras escuchaba al doctor decir:—Es una niña, felicidades señores Cooperfields.
 


 

—Ten paciencia, cada vez falta menos.  
 


 

—¿Cuánto?
 


 

—Once semanas. Pero puede que a tu hermanita se le antoje nacer antes, incluso un poquito después. Sólo sé paciente hijo. 
 


 

Asintió llevando otra cuchara a su boca. Deslicé una sonrisa tocando mi abdomen de seis meses y una semana de gestación. Se movía por las noches, pateando con fuerza, mi pequeña no tenía delicadeza al hacer las cosas. Pero si escuchaba la voz de Max, era aún peor. 
   
—Te amo mucho bebé, y quiero que estés lo más pronto con nosotros. Oye, te voy a decir un secreto, tendrás a la mamá más hermosa del mundo y un padre guapo. También el mejor hermano del mundo. Te quiero cosita preciosa.
 


 

Y me pateó con fuerza, me quejé unos segundos. Max me miró preocupado. Tenía la cabeza apoyada en mis piernas. —¿Estás bien, amor?
 


 

—Temo que lo estaría si nuestra bebita no fuera tan brusca. Golpea como boxeador. ¿No será un niño?
 




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