Si No Fuera Un Sueño

19 Capítulo

»Cuando recuerdo, cada segundo es eterno, se vuelve un tormento que me arrastra al pasado y me deja tirado en medio de tanto dolor«
 


 

                                                   WD. Rose
 


 

»❦︎«
 


 

1. 𝕃𝕒 𝕋𝕠𝕣𝕞𝕖𝕟𝕥𝕠𝕤𝕒 𝕍𝕖𝕣𝕕𝕒𝕕
 


 

POV. Máximiliano
 

 

Lo sabía todo. Mi Emireth, mi ángel desenterró uno de los tormentos de mi vida. Y lo sacaba justo en el momento equivocado. Había sido un día difícil. No estaba con ganas de decirle mi pasado.

—Sigues sin confiar en mí. Es eso, sino me dijeras lo que tanto te afecta —parpadeó repetidas veces alejando las lágrimas.

Me sentí un maldito imbécil.

Estaba a punto de romperse y evitarlo era romperme yo mismo contándole la verdad.

*Je suis un monstre, Emireth —gruñí frotando mi frente.

Silencio.

Siguió ahí de pie, con su enorme barriga. Sus mejillas pintadas de carmesí. Sus ojos entristecidos.

—Desconozco lo que resulta terrible para tí, pero hayas tenido o no que ver en toda esa mierda que te causa dolor, no eres un monstruo, Maximiliano.

—¡No digas que no soy lo que yo sí veo cada maldita vez que me miró en el espejo! —escupí apretando los puños —. ¡No tengo que decirte nada, Emireth, lo que pasó antes de conocerte debe quedarse justo donde está!

Me miró temerosa. Atrapó el llanto en su palma y negó con la cabeza.

Joder.

—Emireth...

—No, Max. Eres un idiota, un maldito idiota que no me merece. ¡No quiero verte, ya no más!

Giró sobre su eje y empezó a subir las escaleras. Algo dentro de mi se hizo pedazos. Era un verdadero monstruo.

Ni siquiera la detuve. Estaba jodido.

Ahora la verdad parecía una bola de nieve dando vueltas y vueltas haciéndose gigantesca y nos aplastaría en cualquier momento. Me dejé caer en el sofá, soltando el aire.

Debía hacer algo antes de que fuera demasiado tarde. Solté una maldición antes de levantarme y seguirla.  Ya se había encerrado en nuestra habitación. Toqué la madera con mis nudillos.

—Emireth, cariño...

Sólo sollozos al otro lado de la puerta.

—Intenté quitarme la vida porque no soportaba la idea de seguir viviendo cuando maté a mi propio hermano.

El llanto cesó y segundos después abrió la puerta. Sus ojos estaban abarrotados de lágrimas y su boca ligeramente abierta por la consternación de mi admisión.

—¿Qué?

—Es lo que querías saber ¿No? —solté tomándome la cabeza —. No debiste husmear en mis cosas.

—Yo solo estoy harta de que no seas en realidad sincero —volvió a romperse.

Suspiré.

—No es sencillo.

—La vida no lo es y mira, aquí estamos Max —murmuró con voz rota —. Por favor... ¿No ves que nos hacemos daño?

—Soy imbécil, Emireth, pero tú no me has lastimado —intenté tomar su rostro y se alejó.

Ingresé sin dejar de mirarla, ella no dejó de retroceder hasta chocar con la pared.

—Dame una oportunidad y te contaré todo. Ya no más rodeos, Emireth. Tienes toda la razón pero prométeme que no te alejarás —supliqué acariciando su mejilla carmesí.

Asintió jadeando con los ojos cerrados. Acerqué mis labios a su cuello y dejé un beso. Se estremeció entre mis brazos.

—Por favor Emireth... —insistí baleado por los recuerdos. Me atravesaba el pecho rebobinar al pasado y tener que verlo morir, la sangre, sus ojos suplicando que no lo dejase morir y aún así sonreía, una sonrisa que se quedó grabada en mi mente.

—Debes dejarlo ir, habla conmigo, Max —me habló al oído.

Sus delgados y suaves brazos me rodearon con delicadeza. Su palma bajaba y subía en mi espalda. Inspiré hondo antes de apartarme y mirarla a los ojos.

—Ven —tomé su mano y me dirigí al sofá que daba justo al frente de la ventana. 

—Dime.

—Tuve un hermano gemelo —comencé y ya no había vuelta atrás.

»—Solo teníamos díez años. Máximo sufría de asma, era alérgico a muchas cosas. En cambio yo, podía mojarme con la lluvia, jugar con barro en el jardín y no pasaba nada. Pero él no echaba de menos hacer travesuras, creo que al final aceptó que no podía hacer lo mismo que los demás chicos. Prefería pasarse el día encerrado en su habitación pintando el paisaje, sus más deseados sueños reprimidos. Un día se me ocurrió irrumpir en su tranquilidad. Quería verlo divertirse de verdad y no sentado el día entero frente a un caballete. Lo convencí de jugar en el jardín —la miré. No mostraba sorpresa, nada. Decidí continuar —. Entonces entré en el despacho de mi padre. Lo ví un par de veces guardar su arma en uno de lo cajones que tenía. Nada malo pasaría si la devolvía después de jugar. No sabía que un estúpido juego se convertiría en una pesadilla —las lágrimas empezaron a mojar mi rostro.

—No te detengas —pidió apretando mi mano. Sus dedos se deslizaron en mi cara y barrió con cuidado el líquido salado de mis ojos.

—Mientras jugábamos, yo el policía y el ladrón, jalé el gatillo de la colt 45. La bala se clavó en el pecho de Máximo. De ser un niño sano, sin alergias y asma, él tal vez se hubiera salvado pero el disparo le provocó un paro cardíaco. Murió en mis brazos. La sangre no dejaba de salir a borbotones de su cuerpo, grité, pedí ayuda hasta que la garganta me dolió  —sollocé tragando la bilis de mi garganta. El doloroso escozor —. Antes de cerrar los ojos, sonrió y me dijo: —No te culpes, Max, sólo era un juego.

Ya no pude, bajé la cabeza y lloré como un niño, descargué el sufrimiento que bullía en mi interior como nunca antes. Quemaba, la tormentosa verdad me hacía prisionero en el presente de un remordimiento eterno. No podía escapar de lo que yo mismo causé: la muerte de mi propio gemelo.

Eso me convertía en un monstruo, quizá peor que uno.

—No me odies.

—Yo no te odio, nunca podría hacerlo,   es imposible odiar a la persona que amas —elevó mi rostro y me besó.




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