Los días pasaron más rápido que cuando prendes un foco, no los vi pasar frente a mi, estaba tan metida en mis pensamientos, que se fueron como agua entre mis dedos.
Una vez más tenía consulta, debía ir a regañadientes sino madre me llevaría de las greñas.
En algo Mason tenía razón, bueno no en algo, sino en todo, resultaba tenerla todo el tiempo, siendo siempre así no entiendo como nunca me cachó en la mentira.
Yo no iba a las consultas por mi, era más que cierto, iba por los demás, para dejarlos tranquilos porque nunca funcionaba un nuevo tratamiento, pero el el fondo siempre cargaba una esperanza en una cestita ahí recluida en algún rincón, esperando el momento para tomarla y sacarla a la luz llenándome de ella.
Por eso y mil cosas más terminaba yo tumbada en mi cuarto sin querer ver el mundo nunca más, porque quería ser una persona llena de esperanza por seguir viendo el mundo hasta que mi vida lo abandonara, pero terminaba siendo cobarde, lo que me llenaba de rabia e impotencia, que no servían de nada, solo me hundían más
El último regalo que me dio descansaba en mi mesa de noche resplandeciendo de hermoso mostrando tan lindos recuerdos, lo que me recordaba los últimos días con él como una pareja oficial.
Definitivamente hermoso, cuando se lo dije a mi madre enloqueció, mi hermano no puso buena cara pero al final me sonrió al saber lo feliz que me encontraba y lo que él me hacía.
Y ni hablar de las chicas, con ellas no omití detalles de cómo ocurrió todo, lo que hizo que mi amiga soltara un grito de indignación al saber que la susodicha llevaba su nombre.
—Que mancha a mi bello nombre, yo seré una zorra en todo el sentido de la palabra, pero en lo que me dices la califica como arpía, y eso que no has dicho casi nada —se cruzó de brazos indignada.
—Nisiquiera la conoces Laila —defendió Esme.
—¿De qué lado estás? —se cruzó de brazos y Esme no le quedó de otra que levantar los brazos en defensa.
Por otro lado estábamos Abi y yo riendo como focas por su reacción.
Lo que me recuerda que a lo largo de esos días estuve jalandole las orejas a mi hermano porque aún no se atrevía a hablar con mi amiga. Ella necesitaba de esa charla para estar en paz y en parte eso le ayudaba a él a tomar una decisión razonable, conocía a mi amiga y sabía perfectamente que ella le haría ver mejor las cosas si el dejaba de ser tan terco y comenzaba a escucharla con el corazón y no con el miedo que albergaba su cabeza.
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Ya me encontraba de camino a la clínica con mamá, iba callada y sin ánimos. Pero como siempre ella quería hablar.
—¿Que te pasa hija? —dijo apenas mirándome.
—Nada mamá —fui breve.
—Todos estos días has estado muy animada, ¿Por qué de repente tu ánimo ha caído? —una de sus manos se posa en mi hombro.
—No es nada mamá, no te preocupes —asiente dejándome tranquila.
—Pero te tengo una sorpresa —le frunzo el ceño.
—¿Qué clase de sorpresa?
—La única que te ha mantenido con ánimos todos estos días.
—Mason —dije bajito sabiendo de inmediato su sorpresa, y sonriendo porque me era inevitable.
—Exacto —me regala una enorme sonrisa y sigue conduciendo.
En cuanto llegamos nos informan que el doctor mantenía una consulta en ese momento y que debíamos esperar, así que nos adentramos de inmediato en los pasillos ya conocidos, para esperar por mi turno en mi consulta habitual con mi adorado doctor.
Para cuando llegamos a los asientos fuera del consultorio Mason yacía sentado en uno de ellos con su cara metida en su celular y el ceño fruncido.
—Hola —mi madre se me adelanta muy animada.
Cuando levanta la mirada y la cruza conmigo su sonrisa se ensancha y me derrito nada más con ver eso, se para y saluda a mi madre con un beso en la mejilla y luego se dirige a mi.
—Hola —lo dijo de una forma tan linda, y con una mirada tan bella que fue inevitable que los ojos no me brillaran de la felicidad que su presencia me daba.
—Hola —le respondo bajando un poco la mirada más sonrojada de lo que debía.
—Mi padre aún permanece con una de sus pacientes, debemos esperar un rato —se voltea hablándole a mi madre y toma mi mano sin ninguna pena o miedo, seguro de sí.
—Nos informaron en recepción —le responde mi madre —Iré un momento por unos cafés y ya vuelvo, si salen antes que vuelvan ni me esperen.
—Está bien —respondo tranquila yéndome a sentar.
—¿Cómo te encuentras?
—¿Por qué todo el mundo pregunta eso hoy? —rodé los ojos y los fijo en nuestras manos aún unidas.
—No se los demás, pero yo sé que no te da mucho ánimo venir a las consultas —me toma la barbilla y me encara —Pero creo que ésta vez te gustará —torcí mi cabeza un poco confundida.
—¿Por qué dices eso? —Tuerzo un poco el gesto queriendo sonreír.
—Ya lo verás —me regaló una cálida sonrisa.
En cuanto comenzaron a salir los pacientes que permanecían con el doctor Spencer me puse de pie como un resorte.
—Nos vemos en una próxima consulta —le hablaba a su paciente —No olvides lo que te dije, solo se paciente —se despidió y se fueron por el largo pasillo que desembocaba a la salida.
Me paré a saludarle como siempre, en tanto mi madre llegaba justo a tiempo.
—No se tiene el placer de verle la cara si no es en consulta señorita —Se queja mi doctor haciéndome reír un poco.
Tenía razón, no lo visitaba a menos que fuera en consulta, antes por lo menos iba de vez en cuando a saludar cuando toda mi vida no se había vuelto un caos, y yo no había perdido completamente mi esperanza por algún día un tratamiento fuera lo suficientemente fuerte para no le darle a pie a una ceguera inminente.
—He sido una muy mala paciente lo sé —le beso una vez más la mejilla para entrar al consultorio.
—Paciente no, una muy mala hija —dice cerrando la puerta tras él.
Para nadie era un secreto que yo le consideraba como un padre que nunca tuve y él como a una hija que no era de su sangre y que adoraba con el alma al término de soportar mis ánimos, altas y bajas de esta enfermedad que solo traía problemas.
Editado: 29.12.2020