Si tan solo me hubieras querido

Cap. 37. No debiste hacerlo.

Katerin estaba felizmente, su empresa iba de lo mejor, además de que su relación con Michael iba floreciendo con gran esplendor. Por fin, estaba teniendo la vida que siempre había soñado.

Por otra parte, los niños se encontraban más feliz que nunca, los fines de semana viajaban a visitar a su padre. El cual contento los llevaba a los lugares que ellos querían. Él se esforzaba con tan arduo entusiasmo por verlos felices, además de recompensar los por el tiempo perdido. Por no haber podido estar cuando dieron sus primeras palabras, sus primeros pasos, ni cuando les salió su primer diente ni siquiera pudo estar cuando ellos lo habían necesitado.

Todo ese tiempo perdido, le parecía muy injusto.

«¿Por qué fui tan estúpido? No puedo creer que todo este tiempo había tenido la felicidad y que la dejé ir, solo porque no le quise dar una oportunidad» Pensaba para sí mismo.

— Papá, se que mi madre me ha dicho, sin embargo, quiero escucharlo de ti. Ella me ha dicho que ya no le pregunté por eso, que ya es pasado. Pero, yo quiero saber.
Dijo Sandy con mucha curiosidad.
— Y, ¿qué es lo que quieres saber?
— ¿Por qué ustedes rompieron?
— Bueno, hija. La vida a veces no es como lo piensas. Puede que quieras algo pero eso que quieres no es lo que verdaderamente necesitas, si tú insistes mucho en eso y la vida te dice que te equivocas, sin embargo, tú sigues insistiendo en eso, hasta que lo logras, después te das cuenta que en verdad no lo necesitabas.

Sandy lo miro con una total confusión, ella no entendía aquellas palabras. Su ceño se frunció y se cruzo de brazos.

— Oyes, papá. Si no me querías decir mejor me lo hubieras dicho, no sé porque tienes que decirme tantas cosas que no comprendo.
Exclamó totalmente enojada.
— Lo siento hija, sé que no lo has entendido, aún falta tiempo para que lo hagas. Ten paciencia, solo recuerda mis palabras. No vayas por lo que quieres, si no por lo que en verdad necesitas. Ahora, a dormir, que el viaje será largo.
— De acuerdo, pero, esa respuesta queda pendiente, no creas que... Lo olvidaré.
Dijo mientras bostezaba, se acurrucó más a su cama y finalmente se durmió.

Alejandro miró con mucha fascinación a la pequeña, esta que robaba su corazón cada vez que sonreía. Además, de que tenía un enorme parecido con Katerin. La mujer de la que seguía completamente enamorado. ¡Que irónica es la vida! ¿Quién diría que al último se enamoraría de aquella muchacha que tanto desprecio?

Alejandro le dio un beso en la frente, apago la luz y luego se dirigió al cuarto de Samuel.

— Papá, ¿tú sabes por qué las chicas son muy raras?
Preguntó con una gran frustración. 
— ¿Por qué lo dices?
Preguntó desconcertado.

Seguramente Samuel estaba de esa manera por una niña, ya estaba en edad de preguntarse por el gran misterio que guardan ellas. Algo que ni Alejandro ha descubierto, ni él ni los demás hombres. Sin embargo, entendía algunas situaciones.

— Bueno, es que en la escuela, una niña me sonrió y me beso la mejilla, solo por haberle ayudado a recoger un lápiz. ¿No crees que eso es raro?

Alejandro no pudo evitar reír por aquella confesión, además de la cara de desconcierto que tenía su hijo.

— No, eso es totalmente normal. Bueno, para ti no, ni para todos los chicos de tu edad no lo son. Sin embargo, para las chicas es normal. 
— Oh, y ¿tú sabes que significa eso? 
— Claro. Significa que le agradas a la niña. 
— Ajá, y ¿qué con eso? 
Preguntó desconcertado aún más.

Alejandro no podía dejar de sonreír, sin dudas su hijo no comprendía aún. Y ni lo haría, faltaba tiempo para que lo comprendiera.

— Bueno, hijo. Te aconsejo que seas amable con ella. No preguntes, solo hazlo, ya verás que después me lo agradecerás. 
— De acuerdo. 
Respondió mirándolo raro.

Él no lo comprendería, claro que no. Por ahora no lo sabía, aunque, eso no significaba que no lo haría, solo faltaba tiempo.

— Bueno, campeón. Es hora de dormir. 
— Está bien, buenas noches. 
Dijo acomodándose en su cama.

Después de un rato, se durmió. Alejandro lo acobijo bien, beso su frente y salió.

Al llegar a su habitación, observó detenidamente el techo. En eso, su mente comenzó a divagar, aquello que le habían preguntado sus hijos, le trajeron un recuerdo.

Las clases habían comenzado, Alejandro era un completo desastre, le gustaba estar haciendo alboroto en el salón, hacía de todo menos prestar atención a la clase. Sin embargo, hoy se había propuesto ser mejor alumno, ya que su padre le había dicho que si no mejoraba, iba a tomar medidas drásticas.

El maestro había llegado y estaba escribiendo en el pizarrón. Alejandro busco con desesperación en su mochila, sin embargo, no encontró su lapicero. Por lo que, todo indicaba que tendría que pedir prestado uno.

Miró a su alrededor, todos estaban concentrados tomando apuntes. Les llamó a sus amigos, los cuales le dijeron que no tenían más. No le quedó más remedio que pedirle prestado a la chica lista del salón. Aquella que todos los maestros la estimaban y que sus compañeros no la querían. ¿Qué tan malo podía ser que le hablará? Si en verdad quería mejorar, debería hacer sacrificios y este lo era.

— Disculpa, ¿me podrías prestar un lapicero? 
— Claro. 
Afirmó ella con una gran sonrisa.

Sacó un bonito bolígrafo azul y se lo tendió en la mano.

— Gracias. 
— De nada. 
Luego, volvió a su vista y siguió tomando sus apuntes.

Desde aquel momento, algo había surgido entre ellos. Aunque, él se había estado negando. Todo hubiera ido bien, si él no hubiera ido en contra del destino y de la vida misma. Ahora estaba viviendo las consecuencias de sus propias decisiones, las cuales habían sido terribles.

— Aún la amo, no la puedo perder. No, sin antes haber peleado por su amor. 
Se dijo a sí mismo.

Luego de llevar a los niños de vuelta a casa, en todo el transcurso de la semana se las ideó para ver a Katerin.




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