Si tan solo pudiera estar contigo

No tengas miedo

2. No tengas miedo.

Había tenido un día horrible, uno más de todos los que se amontonaban, respiraba de manera acelerada mientras limpiaba la sangre de sus nudillos. Estaba por entrar en un ataque de rabia, sus manos ya habían empezado a temblar y su ojo incapaz de mantener la calma palpitaba sin cesar, se levantó decidida a ir al único lugar donde podía sentirse libre.

(...)

La zona de tiro estaba vacía, perfecta para desahogarse en ella.

Los ojos amarrillos de Elainey escudriñaron la zona donde había aproximadamente 12 dianas, una al lado de la otra, esperando ser usadas. Las hojas de los árboles se movían al compás del viento haciendo un ruido molesto al chocar unas con otras. Se paró recta en el césped, aseguró la flecha en el arco que tenía en sus manos y empezó a tensar la cuerda cuidadosamente, primero rápido y luego lento, fijo su mirada en el blanco, apuntó mientras tomaba unas cuantas respiraciones para luego abrir sus dedos con delicadeza soltando la flecha que en menos de cuatro segundos ya estaba clavada en el centro de la primera diana.

Sentía poco a poco como todo el estrés y rabia que tenía se iba liberando a medida que lanzaba una flecha, era como si estuviera sacando espinas de su cuerpo y este se relajara cada vez más alejando el dolor. La tarde había caído antes de siquiera poder percatarse, debía volver a su casa antes de que la entrenadora se enterase que había estado fuera, debía porque ella tenía prohibido usar el arco.

“Y porque me había escapado, pero más que todo por el arco” pensó.

Caminó hasta su casa y cuando llegó abrió la puerta de un tirón, y se deslizó al interior de la casa ya importándole poco que la escuchara o no la entrenadora. De algún modo, sin querer, se había pasado todo el camino a casa reflexionando ¿Por qué demonios tenía que hacer todo lo que la entrenadora le dijera? Le exigía y prohibía mucho más de lo que estaba estipulado, así que cuando faltaba una cuadra para llegar había tomado la definitiva decisión de empezar a hacer más cosas que a ella le gustaran y no tanto lo que le dijeran, sabiendo a la perfección que eso iba a traer graves consecuencias, pero ateniéndose a esa pequeña gota de valentía que había renacido en el camino.

—Llegaste —la voz de la entrenadora había sonado fría y fastidiada.

Elainey retorció nerviosamente un pequeño hilo de su camisa desgastada con sus dedos, sabía que no era nada bueno.

Volvió sobre sus pies y la notó de pie junto a la puerta. Las luces no habían sido encendidas así que lo único que lograba ver era la silueta oscura de la mujer y sus ojos, una mirada profunda y llena de enojo que por un momento hicieron dudar a Elainey de esas ideas tan rebeldes que cruzaban por su mente.

"No tengas miedo" Se repitió así misma una y otra vez en su mente, intentando en vano que sus piernas dejaran de temblar.

Decidida sacó toda la valentía que tenía dentro, alzó su rostro y miró de manera retadora a su entrenadora.

— ¿Dónde estuviste? —exigió observándola de arriba abajo como si pudiera leerla con tan solo un vistazo.

—Usted sabe dónde estuve —replicó Elainey acercándose —. Y no me arrepiento.

Un ápice de miedo pasó por el rostro de Elainey tan rápidamente como la entrenadora se acercó a ella.

— ¿Te crees muy inteligente? —No respondió. Sabía que no había terminado.

—No volverás a tocar en tu vida la zona de tiro—declaró.

Observó con atención como la entrenadora cruzaba sus brazos sobre su pecho mientras la miraba fijamente con la mandíbula muy apretada. Era su última palabra. Ella había decidido y no se iba a retractar.

Elainey tenía los puños apretados a los costados de su cuerpo. La entrenadora no era la única que no iba dar vuelta atrás.

—No deberías prohibirme hacerlo —protestó, se encontraba tan cerca de la entrenadora que estaban por chocar sus rostros —. ¡Es lo que am...!

No llegó a terminar la frase. En ese momento la entrenadora alzó su mano y la golpeó en la cara tan fuertemente que el sonido del golpe resonó por toda la casa formando un eco.

Elainey aún no creía que la hubiera golpeado, su mano subió inconscientemente allí donde su cachete ardía. Permaneció quieta sin decir palabra alguna, con la cabeza gacha mirando al piso.

Había diez principales cosas que tenían prohibido los entrenadores y una de ellas la suya ya la había roto.

1. Bajo ninguna circunstancia el acudiente entrenador podrá agredir a su alumno físicamente. Esta rotundamente prohibido tocar, arañar, golpear, pasmar, impactar, patear, cachetear, pegar, percutir, sacudir, cascar, apalear o atizar contra un joven alumnado a menos que este esté agrediendo contra su entrenador.

No se dio cuenta que la entrenadora se acercaba a ella por detrás, ni cuando jalaba su mochila decidida sin que ella pudiera replicar. Pensó que se quedaría con ella, pero en vez de eso abrió su mochila bruscamente y la volteó tirando todas sus pertenencias al piso.

—Te lo advertí — Le dijo la entrenadora y comenzó a pisar todo lo que estaba en el piso sin piedad —. Pero tú no hiciste caso.

Elainey solo veía como rompía sin convicción cada cosa, sus flechas, el arco, sus libros y cualquier otro objeto que a ella no le gustara era pateado, arrastrado, rasgado y finalmente dañado. Sus ojos empezaron a nublarse por las lágrimas que amenazaban con salir. Hizo lo que creyó más correcto. Corrió a su cuarto y se dejó caer sobre su cama, al tiempo que las lágrimas empezaban a salir de sus ojos sintió como si algo se le rompiera por dentro.




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