Si tan solo pudiera estar contigo

Salto de libertad

4. Salto de libertad.

12 de julio del 2017

Inhala, exhala, inhala, exhala, inhala.

Se repetía una y otra vez Elainey en su mente, su vista fija en la ventana observaba la desolada calle de esa mañana, se preguntaba de nuevo si estaba preparada.

"¿Era el momento? No, no lo era"

Siempre respondía lo mismo, pero sus ansias crecían con cada respuesta negativa, quería hacerlo, lo anhelaba desde hace mucho y era consciente de que no era la única que quería hacer eso y que más personas lo habían hecho.

Escapar. Ella iba a escapar.

“No será mucho tiempo, vamos Elainey”

Era miércoles 12, hoy se reunirían todos los entrenadores y demás superiores para ver el progreso que llevan los jóvenes alumnos, incluso el Jefe iba a estar allí, es decir, los chicos tendrían que ir a entrenar sin supervisión, o eso es lo que se supone que debían hacer, pero muchos de ellos usaban ese día para salir de la rutina, muchos de ellos se escapaban y volvían por la noche a la casa antes de que los entrenadores terminaran la reunión y Elainey quería hacerlo, pero dudaba, tenía miedo, no quería otra marca en su cuerpo, sin embargo, quería sentirse libre, anhelaba sentirse libre, no importaba si era solo un día.

—Vamos —se animó —. Tú puedes... tú puedes, tú quieres, tú...

Abrió la ventana y saltó a través de esta cayendo en el tejado, la calle estaba completamente vacía, volvió a saltar directo al pasto que rodea su casa, apenas tocó el suelo empezó a correr.

Corrió lejos de su casa, de su entrenadora, de su destino, de las reglas, corrió sintiéndose libre por primera vez, corriendo a su paso mientras la brisa acariciaba su rostro, corrió sin saber a donde la llevarían sus pasos y no se detuvo hasta que un muro de piedra no muy alto obstruyo su camino. Sudada y con la respiración acelerada miró a su alrededor, estaba en el bosque y sabía perfectamente que la ciudad no tenía ningún muro que la rodeará o protegiera, la gente simplemente no podía huir porque todo lo que había alrededor eran miles de hectáreas llenas de árboles, un bosque en donde la luz del sol casi no entra.

No habían puesto ese muro allí, era un muro natural creado por rocas que se amontonaron en algún punto, era un muro pequeño, pero imposible de rodear por los árboles grandes a sus costados con centenares de ramas entrelazadas una con la otra, pasar sería tener unas cuantas heridas con las ramas y que se dieran cuenta que había salido.

Decidió saltar el muro, se ayudó de las rocas que sobresalían de él para escalar y cuando estuvo en lo alto se sentó en él, quedó paralizada, lo que había del otro lado era nada más y nada menos que un parque, un parque en medio del bosque, se notaba viejo y desgastado, pero tenía bancas, algunos juegos inservibles, una fuente con agua sucia. La naturaleza se había apoderado de él y abarcado todo con grandes árboles y flores, pero a pesar de todo era hermoso, sabía que sólo en una época los árboles crecían tan verdes, pero nunca había visto tantos, le era impresionante como cada estación cambiaba la naturaleza de una manera tan paulatina, pero que resultaba hermosa, desde el cómo las hojas de los árboles se alzaban al cielo hasta los impresionantes rayos de luz que se colaban entre estas. Para ella algo tan fantástico como esto era una señal de que algo bueno se avecinaba, algo que tal vez iluminaria un poco su triste vida.

Saltó del muro hacia el lado del parque y se sentó en la banca más cercana, había llevado su mochila con algunos libros y decidió que sería el momento y el lugar perfecto para leer sin preocuparse por nada y lo hizo, leyó durante una hora y seguiría leyendo, de no ser porque escuchó un ruido que la alarmó de inmediato, alzó su cabeza, pero no había nadie y observó todo el lugar, no había nada. Entonces pasó, el agua de la fuente empezó a crear ondas, pero no sabía que las creaba, hasta que detrás de la figura de ángel que se alzaba en la fuente salió un perro, inmediatamente botó el aire que estaba conteniendo y apareció una sonrisa en su cara, era peludo y hermoso, ella quería acercarse a él, pero tenía miedo ¿Qué hacía un perro por acá solo? en medio del bosque.

De repente apareció algo, o más bien alguien, Elainey intentó esconderse detrás de su libro, pero no pudo apartarle la miraba, él no la había visto, la fuente estaba lo suficientemente lejos, pero ella sí podía verlo, junto al perro apareció un chico que aparentaba entre los 18 y 19, de contextura media, ojos cafés, tez bronceada, cabello rubio y rizado hasta los hombros y hermosos labios más rojos que fresas en primavera, se encontraba riendo mientras jugaba con su perro, le parecía hermoso, había visto a muchos chicos, pero nadie era como él, nadie le había llamado tanto la atención, sobretodo porque parecía no ser de aquí. Sus músculos estaban relajados y llevaba un perro como mascota, los jóvenes no tenían mascotas, solo los entrenadores de estas podían tener y tampoco andaban en ropa tan colorida como la de él, pero sobretodo aseguraba que no era de aquí porque nunca lo había visto, Artemia no era un lugar pequeño, pero para todos los de su edad en cierto punto les era obligatorio conocerse y ella no lo conocía, pero vaya que quería hacerlo, había quedado encantada con él y se preguntaba:

¿Por qué no podía dejar de mirarlo? ¿Por qué de repente era más interesante que sus libros?

Miles de preguntas y ni una respuesta, pero de lo que sí estaba segura Elainey era que mientras lo miraba y después cuando él se fue ella tenía un brillo en sus ojos, como el que decían en los libros que leía, ese brillo que aparece en tus ojos cuando estás enamorado, enamorado sin saber por qué o cómo, solo enamorado de lo que estás presenciando en el presente, hubiera querido guardar ese momento para siempre, pero el chico se fue y ella también tenía que irse, ya era tarde, era hora de marcharse.




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