Estaba tentada a dejar todo a la suerte, porque me daba miedo confundirme de nuevo, volver a repetir la misma historia. Esa en la que eligen a alguien más, y yo me quedo ahí, en el silencio. No quiero ser yo quien esté en ese punto de nuevo, donde soy la única que se enamora. Me cansé de ser quien sufre, de sonreír cuando por dentro me quiebro en pedazos. La primera vez me derrumbó, y tuve que aparentar que nada había pasado. No quiero enfrentar una segunda vez.
—T/N —la voz de mi madre me sacó de mis pensamientos. Estaba de pie a mi lado, mirándome mientras preparábamos la cena juntas—. ¿Estás bien? —preguntó, su tono suave, pero cargado de preocupación.
Levanté la vista, un poco sorprendida, tratando de poner una sonrisa en mi rostro.
—Sí, mamá, ¿por qué lo preguntas? —respondí, intentando sonar más tranquila de lo que me sentía.
—Porque llevas un buen rato pelando esa papa… y la necesito para terminar el puré —dijo con una leve sonrisa, aunque sus ojos seguían analizando mi expresión.
Bajé la mirada y me di cuenta de que, efectivamente, estaba sumida en mis pensamientos, con una papa a medio pelar en la mano. Abrí los ojos de golpe, tratando de volver al presente.
—Lo siento —murmuré, apresurándome a terminar mi tarea—. Me distraje.
—No te preocupes, cariño —dijo mi madre, tomando el tazón con las papas ya peladas—. Todos tenemos momentos así.
Me sentí un poco culpable. Mi madre siempre sabía cuando algo andaba mal, incluso cuando yo misma intentaba disimularlo. Era como si pudiera leerme con solo una mirada. Me pregunté si debía decirle lo que me pasaba, lo que estaba sintiendo… pero no sabía por dónde empezar. Ni siquiera yo entendía bien lo que estaba pasando dentro de mí.
—¿Segura que todo está bien, T/N? —insistió, esta vez más suave, mientras empezaba a machacar las papas en el tazón.
Asentí, aunque sabía que no era del todo cierto. Pero no tenía las palabras, no en ese momento.
—Sí, solo… mucho en qué pensar —respondí, esperando que eso bastara.
Mi madre me miró de reojo, pero no dijo nada más. Sabía que no presionaría. Siempre me daba espacio para pensar, para sentir, para procesar las cosas a mi propio ritmo.
Volví a la tarea en silencio, aunque mi mente seguía divagando. ¿Por qué no podía dejar de pensar en él? Cada vez que intentaba apartarlo de mi mente, regresaba con más fuerza, como si su presencia hubiera dejado una marca en mí. Y lo peor de todo es que ni siquiera sabía si él sentía lo mismo. Tal vez solo había sido amable, tal vez solo era una conversación más para él. Pero para mí… se estaba convirtiendo en algo más, algo que no podía controlar.
Después de la cena, me encerré en mi habitación, buscando un poco de paz en mi pequeño refugio. Me senté en el borde de la cama, con mi teléfono en la mano. Quería enviarle un mensaje a Yeji, contarle todo lo que estaba sintiendo, pero las palabras no me salían. Parecía tan fácil para ella hablar de sentimientos, pero para mí… era como caminar sobre una cuerda floja.
Suspiré, dejándome caer sobre la cama. La realidad era que estaba aterrada. Tenía miedo de enamorarme de nuevo. Miedo de que esta vez también terminara siendo solo una espectadora de mi propio amor.
Me quedé mirando el techo, intentando convencerme de que lo mejor era seguir con mi vida, ignorar esos sentimientos que comenzaban a crecer. Pero en el fondo, sabía que estaba mintiendo.
Y ahí estaba de nuevo, dándole vueltas al asunto, como si me hubiese subido en un carrusel, por ese motivo no quería que llegaran los cuestionamientos. Esas preguntas que hacen que mi mente me confunda todo el tiempo.
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Había logrado mantener mi mente ocupada. Las cuatro estábamos en la biblioteca, terminando de unir la presentación que debíamos entregar el martes por la mañana. Habíamos trabajado sin parar, cada una revisando su parte y asegurándonos de que todo estuviera en orden. El plan era simple: después de terminar, iríamos a un café o algún lugar tranquilo donde pudiéramos comer algo y repasar los apuntes para el examen del lunes.
—Estoy agotada —suspiró Yeji, dejándose caer en su silla—. Ya llevamos casi tres horas seguidas con esto.
—Tranquila, si ya terminaste tu parte, Sujin y yo nos encargamos de los últimos detalles —le respondí, intentando mantener el ánimo alto mientras sonreía. Eché un vistazo a la mesa frente a mí, llena de libros, cuadernos y laptops, en un caos que a su manera se había vuelto familiar para nosotras—. Por cierto, ¿hasta qué hora tienen permiso para quedarse a estudiar?
—Hasta las 7 como mucho —dijo Yumi, estirándose en su silla—. Creo que podemos dejarlo hasta ahí. Si nos falta algo, lo hacemos mañana temprano.
Asentimos ante su propuesta, sabiendo que lo mejor sería no sobrecargarnos. De alguna manera, siempre conseguíamos cumplir con los plazos, aunque fuese con los minutos contados.
—Podemos vernos mañana si alguna necesita repasar juntas —propuso Yeji—. Aunque si prefieren hacerlo cada quien por su cuenta, tampoco hay problema.
—Yo puedo mañana en la tarde —dijo Sujin, mientras guardaba su laptop en la mochila—. Pero hoy definitivamente necesito descansar un poco.
Finalmente, cerca de las tres de la tarde, salimos de la biblioteca. Caminábamos por las calles, rumbo a la misma plaza donde solíamos refugiarnos después de días agotadores como este. Las conversaciones y las bromas fluían entre nosotras, intentando despejar nuestras mentes del estrés mientras una suave brisa de otoño nos acompañaba. El sol se colaba entre las hojas que aún quedaban en los árboles, creando pequeños destellos de luz en nuestro camino.