Lo vi marcharse, su figura perdiéndose entre las sombras de la noche. El frío se coló en mi piel, pero no tenía nada que ver con el viento; era la ausencia de su calidez, la certeza de que, al menos por ahora, nuestros caminos estaban destinados a separarse. Me quedé allí, sola, con el eco de sus palabras resonando en mi mente y el dolor de lo que acabábamos de perder grabado en mi pecho.
Dejé escapar un suspiro y vi como Jimin volvía a cercarse. Agradecí que nos haya dado espacio. Pero hubiera preferido que no viera eso.
Jimin se detuvo a unos pasos de mí, su rostro reflejando una mezcla de preocupación y duda. Por un momento, ninguno de los dos dijo nada, el silencio pesando entre nosotros como una manta de nieve. Finalmente, él rompió la quietud con un tono suave, casi vacilante.
—¿Estás bien, Rosie?
Negué ligeramente con la cabeza, incapaz de encontrar las palabras. Mi garganta se sentía cerrada, como si todo lo que acababa de suceder me hubiera dejado vacía. Jimin se acercó un poco más, pero mantuvo cierta distancia, respetando el espacio que claramente necesitaba.
—No es fácil verlo así, ¿verdad? —murmuró, con una empatía que parecía sincera.
Lo miré, tratando de descifrar si lo que decía llevaba algún juicio escondido, pero su expresión solo mostraba comprensión. Asentí ligeramente, cruzándome de brazos como si eso pudiera contener el dolor que sentía en ese momento.
—No quiero hablar de eso ahora, Jimin —dije finalmente, mi voz débil pero firme.
Él asintió, sin intentar presionarme.
—Está bien. Solo quería asegurarme de que estás bien, o al menos… tan bien como puedes estar después de algo así.
Suspiré, llevándome una mano al rostro para limpiar cualquier rastro de lágrimas.
—Gracias —respondí, intentando esbozar una pequeña sonrisa que no llegaba del todo a mis ojos—. Pero necesito estar sola por un rato.
Jimin pareció dudar por un momento, como si quisiera decir algo más, pero finalmente asintió.
—Entiendo. Pero si necesitas hablar o… cualquier cosa, sabes dónde encontrarme.
Asentí en silencio, agradeciendo su presencia, aunque no pudiera aliviar el peso que llevaba en el pecho. Lo vi alejarse, y cuando me quedé sola de nuevo, el frío de la noche pareció hacerse más intenso.
Me abracé a mí misma, respirando hondo y dejando que el aire helado llenara mis pulmones. Miré hacia el cielo, gris donde las nubes empezaban a liberar pequeñas gotitas de agua, indiferentes a todo lo que estaba pasando en mi interior.
—¿Qué estoy haciendo? —murmuré para mí misma, sintiendo cómo una nueva oleada de lágrimas amenazaba con caer.
En ese momento, entendí que había llegado al punto en el que debía enfrentarme a mis propios miedos, a mis dudas y a las decisiones que había estado postergando. No podía seguir huyendo, no podía seguir atrapada en un ciclo de "quizás".
Con el corazón roto, pero determinado, di media vuelta y caminé hacia mi casa, sabiendo que, aunque el camino sería difícil, era hora de empezar a descubrir qué quería realmente.
*
El paso de las semanas se sintió como un arrastre interminable, donde cada día parecía durar una eternidad. Aunque Yeji había insistido en que hablara con Yoongi, ya no tenía fuerzas para intentarlo. Había seguido su consejo, sí, pero hablar con él no había llevado a ninguna resolución, solo a más distancia.
Me limité a escuchar las palabras de los demás, pero participar ya no era algo que me naciera. Mis amigas lo notaron de inmediato. Si antes era reservada, ahora me había convertido en una sombra de lo que solía ser.
Las semanas se llenaron de proyectos y trabajos finales. La única interacción que tenía con los demás era limitada a lo necesario para cumplir con las exposiciones y las entregas. La rutina académica era mi refugio, un lugar donde podía ocultarme sin tener que enfrentar el caos en mi mente. Sin embargo, eso no pasaba desapercibido para nadie.
Cuando finalmente llegó la última exposición y entregamos el trabajo final, el descanso de invierno se sentía como un alivio y una condena al mismo tiempo. Era lo que más anhelaba: un respiro de todo lo que me rodeaba, de las miradas preocupadas de mis amigas y, especialmente, de Yoongi.
Él había dejado claro que necesitábamos tiempo por separado. Y aunque esas palabras seguían pesando en mi pecho, parecía que él las había tomado con más ligereza de lo que yo esperaba. A menudo lo veía, aunque intentaba no buscarlo, riendo junto a su compañera de equipo. Sus interacciones eran naturales, cómodas, como si yo no hubiera dejado ninguna huella. Cada vez que los veía juntos, sentía cómo algo en mi interior se rompía un poco más.
Mientras él parecía avanzar con facilidad, yo me encontraba atrapada en el mismo lugar, intentando entender cómo encajar las piezas de lo que había quedado de nosotros. Era como si cada uno hubiera tomado un camino distinto, pero mientras él avanzaba con paso firme, yo seguía mirando hacia atrás, incapaz de moverme.
El inicio del descanso marcó una pausa en todo. Las aulas quedaron vacías, los pasillos en silencio, y las responsabilidades escolares finalmente cesaron. Sin embargo, el vacío que había esperado llenar con esa pausa no desapareció. Ahora tenía más tiempo para pensar, para sentir, y eso no era algo que deseaba.
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Editado: 22.02.2025