Si te hubiera dicho que sí

Capítulo 48

Dormir un par de horas nunca se había sentido tan pesado como esta noche, lo único bueno era que ya no tenía que ir a clases, puesto que el descanso de invierno ya había iniciado.

—Sienna, cariño, iremos a casa de la abuela —habló mi madre entrando a mi habitación por la mañana, abriendo las cortinas. Haciendo que me despertara.

—¿Otra vez? —murmuré, cubriéndome la cara con la almohada mientras trataba de evitar la luz que entraba por la ventana.

—No seas gruñona, Rosie. A tu abuela le encanta verte, y además, necesitas salir un poco de esta habitación. —El tono de mi madre era ligero, pero había un matiz de preocupación que no podía ignorar.

—¿Qué hora es? —pregunté adormilada.

—Casi las diez, te dormiste tarde, ¿verdad? —dijo acercándose a mí pasando una mano por mi cabello.

Me incorporé lentamente, restregándome los ojos para despejarme un poco. Mi madre me miraba con esa mezcla de ternura y preocupación que siempre lograba desarmarme.

—Sí, me quedé leyendo un poco… y luego simplemente no podía dormir —mentí, desviando la mirada hacia la ventana. Afuera, el cielo estaba despejado, pero el aire frío del invierno era evidente.

—Cariño, estás agotada. Este descanso debería servirte para desconectarte un poco —dijo, colocando una taza de té en mi mesita de noche. —Vístete, iremos a ver a tu abuela y pasar el día con la familia. Te hará bien.

Asentí, aunque no estaba segura de tener las fuerzas para enfrentar un día lleno de conversaciones y risas ajenas a mi estado emocional. Aun así, sabía que negarme solo levantaría más preguntas, así que decidí hacer el esfuerzo.

Cuando mi madre salió de la habitación, me levanté lentamente y caminé hacia el espejo. Mi reflejo mostraba los estragos de las últimas semanas: ojeras marcadas y una expresión cansada que no podía disimular.

Tomé un suéter grueso y un pantalón cómodo, sin esforzarme demasiado en mi apariencia. Mientras me preparaba, mi teléfono vibró en la mesita. Por un instante, mi corazón se aceleró, pensando que podría ser Yoongi.

Pero cuando revisé la pantalla, era un mensaje del grupo familiar.

Tía Yang: "¡El almuerzo estará listo a la 1! No se atrasen."

Dejé escapar un suspiro, decepcionada conmigo misma por haber esperado algo diferente. Guardé el teléfono en mi bolsillo y terminé de alistarme, recordándome una vez más que debía enfocarme en el presente.

—¿Lista? —preguntó mi madre cuando bajé al comedor.

—Sí, lista —respondí, intentando esbozar una sonrisa.

Ella me observó por un momento, como si intentara leer mis pensamientos, pero no dijo nada más. Tomé mi abrigo y salimos juntas hacia el auto.

El camino a casa de mi abuela estuvo lleno de las conversaciones habituales de mi madre, escucharla era mejor, me agradaba esa calma y paz que me transmitía en este momento. Y sin esperar demasiado, fui desconectándome de esos pensamientos que no me dejaban tranquila. Conversaba animadamente con mi madre después de tanto tiempo.

Mi madre parecía notar la ligera mejora en mi estado de ánimo, porque su sonrisa se volvió más cálida con cada respuesta mía. Mientras hablábamos de cosas triviales, como recetas que quería probar o los planes para las festividades de invierno, sentí que por primera vez en días mi mente se apartaba del peso de mis pensamientos.

—Me alegra que estés más tranquila —dijo ella en un momento, mientras detenía el auto frente a una señal de alto—. No puedo evitar preocuparme cuando te veo tan callada.

—Lo sé, mamá. Pero estoy bien, de verdad —respondí, y aunque no era completamente cierto, parte de mí quería creerlo.

Ella asintió, como si aceptara mi respuesta sin cuestionarla más.

Al llegar a casa de mi abuela, las voces de mis primos y tíos llenaron el aire incluso antes de que entráramos. La calidez de la casa, combinada con el olor a comida casera, me envolvió como un abrazo. Era reconfortante estar ahí, rodeada de todo aquello que había formado parte de mi vida desde siempre.

Cuando llegamos, mi abuela estaba en la puerta, esperándonos con una sonrisa cálida y los brazos abiertos. Su abrazo siempre tenía la capacidad de hacerme sentir un poco más ligera, como si todo el peso que cargaba desapareciera por un momento.

—Rosie, ¿cómo estás, cariño? —preguntó mientras me miraba con sus ojos llenos de cariño.

—Estoy bien, abuela. —Le devolví una sonrisa, sincera esta vez.

El resto de la familia ya estaba reunido en el comedor, el ambiente lleno de risas y el sonido de platos siendo colocados en la mesa. Me uní a ellos, dejando que la calidez de mi familia envolviera mi corazón herido, aunque fuera solo por un rato.

—¡Rosie! Pensé que no ibas a venir —dijo, fingiendo indignación, sentándose a mi lado.

—¿Cómo no iba a venir si sé que tú estarías aquí con tus galletas? —bromeé, tratando de igualar su energía.

—Entonces toma una antes de que desaparezcan —dijo, ofreciéndome una y guiñándome un ojo—. Además, Ha-Na y yo queremos hablar contigo más tarde.

—¿Sobre qué? —pregunté con curiosidad.




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