Dejé que el tiempo transcurriera con una tranquilidad que dolía más de lo que aliviaba. Día tras día, observaba los mensajes que habíamos compartido, los que seguían sin respuesta y los que guardaban las palabras que alguna vez nos acercaron. En algún momento, la esperanza de que contestara se había desvanecido, y con ella, una parte de mí.
La bufanda que me había prestado, aquel símbolo de su calidez y atención, ya no colgaba del respaldo de mi silla. Después de un tiempo, había decidido lavarla, como si de alguna forma quisiera purgarla de los recuerdos que seguían aferrados a mi corazón. Ahora estaba guardada en el fondo de mi armario, como un secreto que prefería no enfrentar.
Me olvidé de esperar su respuesta, pero no me olvidé olvidarlo a él. Era un hábito imposible de abandonar, como una melodía que se repetía en mi mente. Algunos días me sorprendía a mí misma revisando nuestras conversaciones, buscando señales de dónde había empezado todo a desmoronarse. Otros días, simplemente cerraba los ojos y dejaba que el dolor fluyera en silencio.
Había intentado acercarme, enviando mensajes que eran más tímidos con cada intento. Pequeños recordatorios de que aún estaba ahí, de que aún me importaba. Pero nunca llegaron a él, o tal vez sí lo hicieron, y su silencio era la respuesta. Así que escribí una última vez.
Yo: “Tal vez esto era lo mejor, no sé de tiempos ni certezas, pero… creo que se puede llegar tarde a lo que está bien, a lo que de verdad esperabas y yo te esperaba a ti.
Lamento todo lo que pasó, lamento no haber dejado los miedos y la incertidumbre. Lamento haber sido una cobarde, y no darle la oportunidad a lo nuestro. Lamento habernos llevado a esto, esperaba no dejarle todo al tiempo, pero al final… no pude”.
Me quedé mirando el mensaje en la pantalla, sintiendo cómo el peso de cada palabra se hundía más en mi pecho. Sabía que ese mensaje era mi despedida silenciosa, el cierre que necesitaba aunque no fuera el que quería. Lo releí varias veces, asegurándome de que decía todo lo que no había podido expresar en su momento, todo lo que me había callado por miedo, por orgullo, por no saber cómo.
Con un suspiro tembloroso, presioné "enviar" y dejé el teléfono sobre la mesa, como si alejarlo pudiera aliviar el dolor que sentía. Pero el vacío solo creció, como si las palabras que había soltado hubieran dejado un espacio aún más grande en mi interior.
Caminé hacia la ventana, mirando cómo el cielo se teñía de tonos anaranjados y rosados mientras el sol comenzaba a ponerse. Era un atardecer hermoso, uno que Yoongi habría apreciado, recordándome sus palabras sobre disfrutar los pequeños momentos.
No sabía si él leería el mensaje, si respondería, o si simplemente lo dejaría ahí, flotando en el vacío que ahora nos separaba. Pero había algo liberador en saber que, al menos, había dicho lo que sentía. Que, aunque tarde, había intentado darle un cierre a nuestra historia.
Me abracé a mí misma, sintiendo cómo el aire frío comenzaba a colarse por la ventana entreabierta. Una lágrima rodó por mi mejilla, pero esta vez no intenté detenerla. Dejé que cayera, como un recordatorio de que, aunque doliera, estaba avanzando.
Quizá nunca obtendría una respuesta. Quizá lo nuestro realmente había llegado tarde. Pero al menos, ya no quedaban palabras sin decir. Y eso, por ahora, era suficiente. La pantalla del teléfono brillaba frente a mí, mostrando la publicación que acababa de compartir. Era breve, sencilla, pero cargada de todo lo que no podía poner en palabras directamente. Miré la foto del atardecer, con sus tonos cálidos que contrastaban con el frío que sentía en mi interior.
“Tú eres lo mejor que he perdido”
Se leía en la descripción, el fragmento de una canción, y por primera vez en semanas, sentí que había hecho algo por mí, algo que me permitiera soltar un poco del peso que llevaba encima. Apagué el teléfono y lo dejé sobre la mesa de nuevo, alejándolo como si eso pudiera también alejar las emociones que lo acompañaban. Me dejé caer sobre la cama, abrazando la almohada mientras miraba al techo, recordando todas las veces que Yoongi y yo habíamos hablado de nuestros sueños, de nuestras dudas. El sonido de una notificación me sacó de mis pensamientos. Mi corazón dio un vuelco, pero me negué a mirar de inmediato. "Déjalo, no importa", me dije a mí misma. Pero la curiosidad era más fuerte que mi determinación.
Cuando finalmente tomé el teléfono, vi el pequeño corazón que indicaba que alguien había reaccionado a mi publicación. Y ahí estaba, su nombre. Yoongi había dado "me gusta". Mi respiración se detuvo por un instante, mis dedos temblaron al sostener el dispositivo.
No había mensaje, ni comentario, solo ese pequeño gesto. Pero significaba algo, o tal vez nada. No sabía si era un cierre, una señal, o simplemente una manera de decir que él también estaba pensando en lo que habíamos sido.
Dejé escapar un suspiro profundo, volviendo a dejar el teléfono en su lugar. Quizá nunca habría respuestas claras. Quizá esta era nuestra historia, un montón de "quizás" y de momentos que nunca llegaron a concretarse.
*
—Sienna, ¿vienes? —La voz de mi madre me sacó de mis pensamientos. Estaba en la sala, esperando que bajara para ir juntas al supermercado.
—Sí, ya voy —respondí, dejando el libro que estaba leyendo a un lado.
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Editado: 21.02.2025