El viernes llegó más rápido de lo planeado, nos encontrábamos en casa de Yumi, esperando a que llegaran Taemi y Juni al igual que mis primas. Mientras esperábamos, el ambiente en la casa de Yumi era acogedor, con luces cálidas adornando el espacio y el sonido de música navideña de fondo. La risa de mis amigas llenaba la sala mientras terminaban de acomodar la mesa con bocadillos y tazas de chocolate caliente.
—Bueno, Rosie, ¿y qué planes tienes para Navidad? —preguntó Sujin con una sonrisa cómplice, acomodándose en el sofá junto a mí.
—Pasaré la cena con mi familia, como siempre —respondí, tomando una galleta—. Pero antes de eso… veré a Yoongi.
Yeji se inclinó hacia adelante con una mirada curiosa. —¡¿En serio?! ¿Van a intercambiar regalos? ¿Tendrán una cita navideña?
Reí suavemente ante su entusiasmo. —No sé exactamente qué haremos. Solo sé que quiere que nos veamos un rato antes de la cena.
—Bueno, después de todo por lo que pasaron, supongo que pasar juntos en Navidad es algo especial —comentó Yumi, mirándome con una sonrisa comprensiva.
Asentí, sintiendo una calidez especial en el pecho. Era la primera Navidad en la que realmente me emocionaba ver a alguien fuera de mi familia.
Justo en ese momento, el timbre sonó y Taemi y Juni entraron, seguidas de mis primas, quienes llegaron con pequeños regalos envueltos.
—¡Ya estamos todas! —exclamó Ha-Na, dejando los paquetes en la mesa—. Ahora sí, que comience la celebración.
Las horas pasaron entre conversaciones, juegos y recuerdos. Estar rodeada de ellas me hacía sentir segura, feliz. Por un momento, dejé de pensar en el pasado y me concentré en disfrutar el presente.
Más tarde, cuando la noche avanzaba, mi teléfono vibró en mi bolsillo. Lo saqué y mi corazón dio un pequeño salto al ver el mensaje en la pantalla.
Yoongi: Estoy afuera.
Sonreí para mí misma y guardé el teléfono, sintiendo una oleada de emoción recorrerme.
—Chicas, me tengo que ir —anuncié, poniéndome de pie.
—¡Oooh!, tu novio ha llegado a buscarte? —bromeó Yeji, guiñándome un ojo.
Rodé los ojos con una sonrisa y, tras despedirme de todas, salí de la casa sintiendo cómo el aire frío de diciembre me envolvía.
Y ahí estaba él. De pie al lado de su auto, con las manos en los bolsillos y una bufanda oscura alrededor de su cuello. Cuando me vio, sonrió, y yo también, acercándome a él.
—Gracias por venir por mí, aunque te dije que mi mamá vendría —dije abrazándolo ligeramente.
Yoongi dejó escapar una suave risa contra mi cabello mientras me envolvía con sus brazos, su calidez contrastando con el frío de la noche.
—Lo sé —murmuró—, pero quería verte.
Me separé lo justo para mirarlo a los ojos. La luz tenue de las farolas hacía brillar su mirada con un resplandor especial, y por un instante, me perdí en la tranquilidad que me transmitía.
—Bueno, en ese caso, gracias —respondí con una sonrisa.
Él sacó una de sus manos del bolsillo y tomó la mía, guiándome hacia el auto.
—Ven, quiero mostrarte algo antes de llevarte a casa.
Asentí sin preguntar más, porque con Yoongi, sabía que no necesitaba respuestas inmediatas. Me subí al auto y me acomodé mientras él arrancaba, sintiendo cómo el calor del interior nos envolvía.
Conducimos en silencio por un rato, con la radio sonando suavemente de fondo, alguna melodía instrumental que se perdía en mis pensamientos. Miré de reojo su perfil, notando la forma en que sus labios se curvaban ligeramente en una sonrisa serena.
—¿Estás nerviosa? —preguntó de repente, sin apartar la vista del camino.
—No… —mentí, aunque la forma en que me miró de reojo me hizo reír—. Tal vez un poco.
—No tienes que estarlo —dijo, dándome un leve apretón en la mano—. Es solo un pequeño momento.
Eso me intrigó aún más, pero en lugar de preguntar, me quedé en silencio, disfrutando del simple hecho de estar con él. Minutos después, el auto se detuvo en una calle cubierta de luces, la misma cerca de esa cafetería bonita que parecía estar escondida, donde nos habíamos visto hace tiempo. Pero ahora, con las decoraciones de la temporada, se veía completamente distinta.
—Ven —dijo Yoongi, saliendo y rodeando el auto para abrir mi puerta.
Bajé con cuidado, sintiendo cómo el aire frío se colaba entre mi abrigo. Él entrelazó nuestros dedos y comenzó a caminar conmigo por la calle iluminada, donde los árboles estaban adornados con luces cálidas y suaves destellos dorados.
—¿Recuerdas cuando vinimos aquí la primera vez? —preguntó de repente.
Sonreí al recordarlo.
—Sí… estaba tan nerviosa esa vez.
—Yo también —admitió con una leve risa—. Pero en ese entonces, no imaginé que hoy estaríamos aquí, de esta manera.
Me detuve y lo miré, sintiendo mi corazón latir con más fuerza.
—¿Y cómo estamos ahora?
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Editado: 21.02.2025