Si Vis Pacem, Parabellum

IV

JOHN

Llegué hasta el teatro Tarskovky, donde se representaba una obra llamada “Historia de dos lobos”.
Golpeé la taquilla y la taquillera me dijo que estaba cerrado.

Saqué el rosario, para que lo pudiera ver bien, el cual me dio acceso al hall.

Dentro, fui recibido por una corte de guardias. Al final, en una mesa donde se hallaban dos de ellos, deposité el rosario cuidadosamente.

-Ha pasado un tiempo –me dijo uno de ellos.

Saqué una moneda de oro y uno de los pagarés que llevaba conmigo.

-Y el cinturón –me dijo otro de ellos.

Me lo quité, dejándolo sobre la mesa.

-Muéstrale el camino –le dijo el primero a uno de los guardias apostados allí.

Cogí el rosario y lo seguí hasta acceder al patio de butacas, donde pude ver a una bailarina en el escenario mientras practicaba ballet delante de la Directora.

-¡Otra vez! –gritó ésta, al ver a la bailarina caer al suelo.

La bailarina se levantó y siguió con su entrenamiento, pero volvió a fallar

La bailarina se levantó y siguió con su entrenamiento, pero volvió a fallar.

-¡Otra vez! –repitió La Directora, impasible.

Me acerqué a ella por el pasillo, y cuando llegué a ella me arrodillé bajando la cabeza y mostré el rosario.

-Jardani, ¿por qué has vuelto a casa?

Le acerqué el rosario.

-Me presentas eso como una respuesta.

-Aún dispongo de mi ticket.

-Después de todo el caos que has creado en las últimas semanas, ¿¡crees que tu ticket es válido!? ¿¡Olvidas que la Ruska Roma se debe a la Alta Mesa y que la mesa está por encima de todos!? ¡Me matarán solo por hablar contigo! John, me honras trayendo la muerte a mi puerta. Ay Jardani, ¿en qué te has convertido?

-Me llamo Jardani Jovonovich. Hijo de Bielorrusia. Te recuerdo que soy un huérfano de tu tribu. Por lo tanto tu deber es ayudarme. Estás obligada, y creo que se me debe.

Miró a la bailarina y dijo:

-Rumi, ¡ya basta! Acompáñame –me dijo, tras levantarse de su asiento-. Te equivocas. No se te debe nada, Jardani –me dijo mientras recorríamos las bambalinas del teatro-. Sabes que cuando mis alumnos llegan aquí solo desean una cosa, una vida libre de sufrimiento. Intento disuadirles de esas ideas infantiles, pero como sabes, el arte es dolor –dijo, mientras varias bailarinas descansaban entre las ropas de la actuación, arrancándose las uñas de los pies de cuajo-. La vida es sufrimiento.

Íbamos metiéndonos en el corazón de su gran casa, atravesando unas amplias escaleras.

-De algún modo has logrado salir. Pero aquí estás, de vuelta a donde empezaste. Todo eso ¿por qué? ¿Por un perrito?

-No. No era solo por un perrito. 
Entramos en la sala de lucha, donde una docena de críos peleaba para entrenarse.

-¿Te trae agradables recuerdos? –me preguntó mientras un par de niños peleaba sobre una lona-.

Continuamos nuestro recorrido por el teatro, llegando a su despacho.

-Siéntate. Verás, aunque yo quisiera, no podría ayudarte Jardani. La Alta Mesa quiere tu vida, ¿cómo se lucha contra el viento? ¿Cómo se derriban las montañas? ¿Cómo se entierra el océano? ¿Cómo escapas de la luz? Claro que puedes pasarte a la oscuridad, pero ellos ya están allí. Así que dime Jardani, ¿qué es lo que quieres?

-Un salvoconducto.

-Para ir ¿a dónde?

-A Casablanca.

-Así que vas a molestar a Nadya otra vez. No aprendes, Jardani –dijo negando con la cabeza-. El camino al cielo empieza en el  infierno. 
Volví a mostrarle el rosario.

-Que así sea. Si me entregas tu ticket, yo lo romperé si es lo que de verdad deseas.

Le entregué el rosario, y ella separó la cruz mientras yo me quitaba la chaqueta y camisa, dejando mi espalda al descubierto

Le entregué el rosario, y ella separó la cruz mientras yo me quitaba la chaqueta y camisa, dejando mi espalda al descubierto.

Uno de los esbirros calentó la cruz unida a un palo en el fuego.

-Con eso, Jardani, tu ticket está roto.

Sentí la cruz al rojo en el centro de mi espalda, resoplé y grité mientras el calor me abrasaba, pero sin defenderme. Cuando sentí como retiraba la cruz, mi cuerpo se relajó hacia delante, descansando sobre la silla en donde me sentaba.

-No podrás volver jamás a casa. Llévale al bote salvavidas.

 




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