Si Vis Pacem, Parabellum

X

JOHN 
Cuando llegamos al hogar de Berrada, dos hombres en chilaba nos chequearon por posibles armas. Miré a Nadya, pues sabía que uno de dos perros que nos acompañaban, llevaba un arma. Pero ella disimuló, y pasamos el control.

-Nadya, siempre es un placer verte. Y a los perros, claro. ¡Maravilloso! ¿Puedo acariciarlos?

¡Maravilloso! ¿Puedo acariciarlos?        

-Por supuesto.

-Fantástico. Jonathan Wick, oí que habías llegado a nuestras costas. Vengan adentro, tenemos mucho de qué hablar.

Mientras atravesábamos varios pasillos, Berrada dijo:

-Debo admitir que siento curiosidad, ¿qué le trae a mis dominios? Dígame, ¿ha venido a matarme?

-No.

Los pasillos terminaban en una sala al aire libre, con paredes de ladrillo y fuego como iluminación.

-Señor Wick, ¿sabe de dónde proviene la palabra asesino? Unos dicen que asesino, assassin, seguidores de hasaní, comedores de hachís -dijo ofreciéndonos una copa a Nadya y a mí-.

-No gracias –respondió esta.

-Pero otros dicen –siguió Berrada-, que proviene de assasseiun, hombres que son fieles y que obedecen sus creencias. ¿Ve esa moneda? La primera moneda acuñada en esta fundición. Junto a ella, la primera ficha. No fue fácil encontrarla, créame. Esa moneda por supuesto no presenta un valor monetario, representa el comercio de relaciones, un contrato social en el que acepta participar. Orden y reglas. Usted rompió las reglas. La Alta Mesa ahora busca su muerte, ¿por qué iba a permitirle seguir vivo cuando usted mismo con sus propias acciones se lo ha buscado?

Me arrodillé ante él y le dije:

-Quiero hacer enmiendas, pagar por lo que he hecho. Quiero reunirme con quien está por encima de la mesa.

Se acercó a uno de los perros de Nadya y lo acarició de nuevo.

-Dime, ¿suelta mucho pelo?

-En ocasiones –contestó Nadya, sorprendida-.

-Cuando me vaya puede decirle al regente que iré –intenté reconducir la conversación- , y si me quiere muerto…

-Entonces él se encargará que tus huesos se sequen al sol. Y seré yo quien le proporcionó la opción.

Sacó un puro de una caja de madera blanca y se lo encendió.

-Cuanto lo siento, señor Wick. No puedo decirle donde buscar al regente. Parece no entender que usted no encontrará al regente, el decidirá si lo usted lo encuentra. Quiere hablar con él, vaya hasta el desierto y mire hacia arriba. Canis minor, el perro que siguió a Orión a través del cielo. Siga a la estrella más brillante, continúe hasta casi morir. Luego, siga caminando. Cuando dé su último aliento, él lo encontrará. O quizá no.

-Se lo agradezco mucho –dejé la copa sobre la mesa más cercana.

-Gracias señor –se despidió Nadya-.

Pero cuando nos estábamos girando para salir de allí, Berrada dijo:

-Tal vez no me escuchaste bien antes. El contrato social, el comercio de relaciones. Has recibido un gran obsequio, yo recibí a tu amigo –dijo, mirando a Nadya-, ¿tú que me ofreces a cambio?

Volvió a acariciar al perro con afecto.

-Tan suave y a la vez tan fiero. Me encanta este perro. Me lo quedaré.

-¿Cómo dice? –la voz de Nadya pareció romperse al preguntar.

-Este será mi obsequio, así me demostrarás tu fidelidad.

-No.

-Es lo menos que  puedes hacer.

-No, no puedes quedarte a mi perro.

-Muy bien, muy bien.

De la caja de puros sacó un arma.

-Entonces lo mataré.

Disparó al perro y éste cayó al suelo en un aullido, Nadya se arrodilló junto a él. Por suerte, llevaba chaleco anti balas, lo único que tendría que sentir, sería el dolor del impacto de la bala.

La escuché con voz triste llamar al perro mientras lo abrazaba en el suelo.

-Lo siento, Nadya. Yo quise darte una lección.

Vi como Nadya palpaba al perro, tal vez con la intención de sacar el arma, me dije. Me miró.

-No lo hagas –le dije.

Pero ella la sacó y le apuntó con el arma con rabia, mientras le disparaba.

El caos se apodero de la situación. Nadya luchaba como no la había visto luchar antes. Me uní a ella mientras nos librábamos de los secuaces. El perro sano se tiró hacia la entrepierna de Berrada, quien indefenso, gritaba de dolor.

Nadya, los perros y yo acabamos con todos mientras Berrada gritaba.

Nadya se dirigió hacia él con un arma y le apuntó a la cabeza.

-Nadya, no –la frené.

Le disparó en la rodilla y volvió a gritar más fuerte.

-Le disparó a mi perro –me dijo, y sintonicé con sus sentimientos pensando en Daisy-.

-Entiendo.

-Debemos irnos, ahora.

La salida de allí fue más complicada que la entrada, pues el resto de los esbirros de Berrada nos esperaban armados. La lucha fue encarnizada y vi como Nadya mataba uno a uno a sus contrincantes, unida a sus dos perros. Por primera vez sentí que en una batalla, no tendría que estar ocupándome de su bienestar pues ella sola lo estaba consiguiendo.

Salimos por la puerta principal y un coche lleno de secuaces se paró ante nosotros, disparamos a discreción mientras  los perros nos ayudaban a defendernos. Subimos al coche, Nadya llamó a los perros y nos marchamos de allí.

Nadya conducía rápido, pero segura. Aparcó en la puerta del Continental mientras jadeábamos de cansancio al mismo compás que los perros.

-John, esto ha sido una locura.

-Lo sé. Siento haberte pedido esto.

 




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