JOHN
Caminé.
Caminé durante horas.
Caminé durante lo que me parecieron años.
El sol quemaba la piel.
Sudé.
Sudé mucho.
Se hizo de noche y seguí caminando.
Las estrellas eran las únicas compañeras de mi viaje.
Volvió a amanecer mientras caminaba.
Caí sobre la arena, cansado e intentando levantarme para seguir caminando.
Caí desmayado, resbalando por entre las dunas.
Cuando abrí los ojos me encontré en una haima, decorada con las telas más coloridas que había visto nunca.
-Bebe –me dijo él-.
Busqué torpemente mi arma y me dijo:
-La pistola sigue en su sitio. Bebe ahora.
Tenía un vaso frente a mí que desbordaba agua, y lo cogí.
-Hijo mío, ¿cómo has llegado a estar tan perdido?
-No lo estoy, lo estaba buscando.
Y tragué el agua, que me supo a gloria después de la deshidratación que había experimentado.
-Piensas que hablo de tu ubicación. Nunca vi a un hombre pelear tanto para volver al lugar de donde empezó.
Dejé el vaso sobre el suelo y vi que el caminaba hacia mí, envuelto en su túnica blanca impoluta. Yo, por el contrario, vestía el mismo traje desde hace días.
-Así que dime, Jonathan –dijo acuclillándose a mi lado-, ¿para qué deseas vivir?
-Por mi esposa, Helen. Para recordarla. Para recordarnos.
Aunque también pensé en Aisha. Seguro que Nadya estaba jugando al despiste conmigo. Algo me decía que Aisha era hija mía.
-¿Buscas vivir por la memoria del amor?
-Al menos busco merecerlo.
-Puedo darte una oportunidad para ganarte una vida, pero quizás no sea la vida que tú deseas. Completa una tarea para nosotros y revertiremos tu excomulgación. Se cerrará el contrato abierto y se te permitirá continuar viviendo. Pero no fuera de la orden, si no atado a ella. Haciendo lo mejor que sabes hacer por el resto de tu vida. La elección es tuya. Muere aquí y ahora o, sigue vivo y recordando hasta tu muerte.
-¿Y qué debe hacerse?
-El coste de tu vida será la muerte de otros. La primera será la del hombre llamado Winston.
-¿Qué?
-Él ha olvidado su fidelidad. El contrato no va a cerrarse ni se revertirá la excomulgación hasta que completes la tarea. Así que si deseas recordar, si deseas seguir viviendo, debes tomar una decisión.
Me arrodillé una vez más en estos días.
-Yo he servido y serviré.
-Muy bien, hijo mío. Deja a un lado tu debilidad y reafirma tu fidelidad a la Alta Mesa.
Ante mí, dos de los hombres de Elder dejaron una pequeña mesa con un cincel y un martillo.
-Señor John Wick, quiero verlo. Muéstramelo.
Puse mi mano izquierda sobre la mesa, extendiendo los dedos de la mano. Miré el dedo anular y el anillo de casado y me enfrenté a la mirada de Elder.
Agarré el cincel con la mano derecha y con un grito, clavé el cincel en mi mano, cortando mi dedo anular más abajo del anillo, desmembrándome la mano.
Cogí el dedo cortado y saqué el anillo mientras la sangre caía de la herida. Le ofrecí el anillo a Elder.
-Gracias. Acepto esta ofrenda y su fidelidad.
Uno de sus lacayos se acercó a mí con un sello al rojo vivo, al cual pegué mi herida dando otro grito, cauterizándola.
Vi como Elder guardaba mi anillo de casado en un bolsillo de su túnica.
-Le deseo buena suerte en su camino. Sahir ayudará a preparar su partida –me dijo, mientras me levantaba del suelo-. Y señor Wick, regrese de vuelta.
El lacayo me llevó a una estancia cerrada, donde había una bañera lista para mí y un nuevo traje.
****
Cuando bajé del metro, un grupo de asesinos se paró ante mí. Otra vez, pensé. Y me preparé para luchar.
De entre la multitud, otro grupo se acercó. Se encargó de los primeros asesinos y me hicieron un gesto con la mano para que los acompañara. No tuve más remedio que hacerlo.
Al subir a la sala principal del edificio vi a Zero. Nos miramos esgrimiendo un cuchillo en la mano, y cuando estábamos a menos de dos metros, una profesora de colegio, seguida de sus alumnos enganchados a una cuerda, pasó entre los dos.
-No se separen niños, tómense de la cuerda…-decía la profesora al pasar-.
-¿Ves? Por eso eres especial, John Wick. Yo no hubiera parado –los niños seguían desfilando ante nosotros-. Qué bueno que estés de vuelta –dijo Zero, mientras uno de sus aprendices se colocaba a su lado-. ¿Cómo estuvo tu viaje ¿Te diriges al Continental?
Entonces vi que el otro aprendiz se situaba tras de mí.
Le rajé el cuello, acuchillé su vientre y perforé su oído en cuestión de segundos. Sosteniéndolo en mis manos, y antes de dejarle caer al suelo dije:
-¿Está contigo?
-Estaba –me contestó-.
Aproveché que un grupo de personas cruzaba entre nosotros y desaparecí.
Afuera, en la calle, me esperaban dos motoristas. Los tiré de las motos y maté, haciéndome con una de ellas y escapando de allí a toda pastilla.
Nueva York era la ciudad que siempre había sido. No cambiaba por nadie, y mucho menos por mí.
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Editado: 29.09.2021