Si Vis Pacem, Parabellum

XIV

WINSTON

Me encontraba en mi sala de cristal. Las luces mezcladas con el sutil color del cristal, llenaba la estancia de misticismo.

-Ándate con cuidado Jonathan -le vi admirando mis obras de arte, rodeadas de cristal y más cristal-. Solo usamos esta sala en ocasiones especiales, cuando tenemos que ver lo que el oponente tiene debajo de la mesa. ¿Cómo estuvo tu viaje, interesante?

-Sí.

-Por supuesto. Mandaron a hombres a matarte y ahora a ti a matarme a mí. ¿No es por eso que estas aquí?

-He servido y seguiré sirviendo.

-Pero estas dudando. Solo no cometas el error de fingir que esto es personal. Si crees que es necesario, dispárame al corazón -dije mostrándole un arma-. La alta Mesa me ha pedido que dimita.

-¿La hora?

-La hora –respondí, afirmativamente-.

-Debiste matarme en el Continental.

-Tal vez debí hacerlo.

-Reglas y consecuencias.

-Creo que todos están sufriendo las consecuencias de sus acciones.

-Y tú no piensas dimitir –dijo, afirmando lo que ya se temía-.

-No. Creo que no lo haré.

-¿Es la guerra? ¿Irás a la guerra contra la Alta Mesa?

-Una trifulca, más bien. A menos que decidas matarme. Pero prefiero morir a manos de un amigo que de un enemigo. Ya he tomado mi decisión, ahora tú debes tomar la tuya.

-¿Que decisión?

-Si me matas, vendes tu alma.

-Pero estaré vivo, y siempre la recordaré.

-Hasta que mueras como sirviente de la Alta Mesa. John, hiciste lo imposible, paraste, saliste. Solo volviste porque te arrebataron a tu esposa. La pregunta es, ¿cómo quién quieres morir? ¿El Baba Yaga, lo último que ven algunos hombres o, como un hombre que amó y fue amado por su esposa? -Estaba a un paso de él y volví a ofrecerle la pistola-. ¿Cual será tu elección, Jonathan?

Cogió el arma de mi mano y miró su mano izquierda, donde le faltaba uno de sus dedos.

A su espalda, vi bajando por las escaleras a la adjudicadora, la cual se acercó a nosotros paso a paso y con el porte regio. Como si todo aquello no fuera con ella.

-John Wick, un placer conocerlo. Soy una adjudicadora –y mirándome a mí, dijo-. ¿Ha decidido dejar su posición? -me interrogó-.

-Creo que no.

-Y usted, ¿piensa darle un tiro en la sien?

-No, creo que no lo haré.

John me devolvió la pistola que acababa de cogerme, enfatizando su decisión.

-Muy bien –la oí decir-.

La adjudicadora dio unos pasos alejándose de nosotros y cogió su teléfono.

-Quisiera cambiar una designación. Adjudicación. Uno, cero, uno, uno, nueve, siete, nueve. Hotel Continental, Nueva York. Desconsagrado.

Colgó su teléfono y volvió hacia nosotros.

-Caballeros, ésta es la situación. El hotel ha sido desconsagrado. Pueden efectuarse transacciones en terrenos del hotel. Ya que usted se rehúsa a dimitir y usted se niega a obedecer una orden directa –nos dijo-, sus vidas serán eliminadas. Emisarios de la Alta Mesa se presentarán para retirar sus almas de la propiedad. Buenas noches, caballeros.

Se marchó tal y como había venido. Si no supiera que ese tipo de tecnología no era viable en esta época, hubiera jurado que ella era alguna especie de robot humanoide.

-Este santuario ya no es seguro –dije-.

-Ya no tengo acceso a ninguno de los servicios –me dijo John-.

-Bajo las circunstancias actuales, tus privilegios quedan restaurados de inmediato. ¿Qué necesitas?

-Armas, muchas armas.

 




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