Si Vis Pacem, Parabellum

XV

NADYA

-Soy lo peor –me dije mientras me dirigía hasta el Continental-.

No solo iba a ayudar a John y a meterme en líos de nuevo, si no que lo hacía movida por el amor. 

Amor que no había dejado de sentir por él, como si de un parásito en mi corazón se tratara. Que cuanto más le ordenaba salir de mi sistema, más se aferraba.

Hacía menos de veinte minutos que había llevado a Aisha y a mis perros hasta el teatro Tarskovky, y me iba lamentando de mi decisión.

-Nadya, hija mía. Hace tiempo que no me visitabas –me dijo ella-. Por lo menos no vienes trayéndome la muerte a la puerta, como Jardani.

-Ya sabes que regento el Continental de Casablanca.

-Me parece que tu decisión te hace alejarte de esa vida, me temo.

Lo sabía. Ayudar a John hacía que me convirtiera en una proscrita más, y dejara a mi hija en una situación muy delicada. Pero sabía que La Directora podría mantenerla viva el tiempo que fuera. 

-¡Ah! Es preciosa, hija mía –dijo al ver a mi hija tras de mí, flanqueada por mis perros-. ¿Cómo se llama?

-Aisha –le dije-. ¿Quieres conocer a tu abuela?

Mi pequeña salió detrás de mí, indecisa. He de decir, que en la mayoría de las situaciones, era muy extrovertida. Pero ella notaba que algo andaba mal y no quería desengancharse de mí.

-Ven, pequeña Aisha –dijo La Directora-.

Pasito a pasito, ella fue andando hacia La Directora mientras los perros la seguían, protegiéndola.

Al llegar a su lado se dieron la mano y me miró con una sonrisa en la boca.

-Mamá vendrá a buscarte enseguida. Vale, ¿cielo?

Asintió con su pequeña cabecita, agitando sus cabellos mientras se despedía de mi.

-Aquí estará a salvo. No te preocupes, yo la cuidaré.

-Adiós –me despedí.

Cuando llegué al Continental, la refriega estaba en su punto álgido.

Disparé mi cañón varias veces mientras me adentraba en el Continental, aquello estaba lleno de aprendices de Zero y de otros hombres armados de la Alta Mesa.

-¡Maldita sea! –increpé al aire-.

Luché contra ellos desde atrás, pues no se esperaban refuerzos en este momento de la partida.

Sorprendí a varios cargando sus armas y disparando a John y a Caronte, como también los sorprendí a ellos, que desde la distancia no me reconocían.

-¡Soy Nadya! –grité, alertándolos-. 
Volví a disparar a los hombres, que ahora, separados, apenas tenían nada que hacer.

Me abrí camino hasta John, quien me saludó con un gesto de cabeza.

Seguíamos peleando sin parar.

Desde dentro, vimos como llegaban dos autobuses repletos de nuevos contrincantes y vi que John se quedaba sin munición. Corrió a través de las salas, mientras Caronte y yo lo seguíamos.

-¡Winston! –aporreó la puerta de la caja fuerte-. ¡WINSTON!

Cuando me acerqué, vi como la puerta se abría automáticamente y, dentro pude ver a Winston sentado en un sillón, y a sus pies un perro oscuro.

-Necesitamos muchas más armas –dijo al entrar-.

Winston señaló las armas que se encontraban expuestas por las paredes. Al verme, sonrió y me hizo una señal con la cabeza saludándome. Se la correspondí al instante.

Caronte, quien acababa de entrar con nosotros en la caja fuerte, se quitó la chaqueta y fue directo hacia las escopetas.

-Proyectiles fulminantes, anti-blindaje –dijo.

John y yo fuimos a coger escopetas y a llenarlas de los proyectiles que acababa de sacar Caronte de un cajón, cuando John me dijo:

-Sé que no es el momento, Nadya. ¿Aisha es mi hija?

Paré de llenar la escopeta y lo miré un momento.

Era cierto, no era el mejor momento para nada. Y menos, ante la presencia de Winston y Caronte.

-Sí, lo es. Es hija tuya.

Y seguí abasteciéndome de munición, y más armas escondidas en el cinturón, botas y cualquier sitio que se me ocurriera.

-Espero que esta información siga siendo privada –dije a Winston y a Caronte.

-No lo dudes, Popov –me aseguró Winston, seguido de un asentimiento de cabeza de Caronte.

Salimos de la caja fuerte tras armarnos hasta los dientes.

Recorrimos las salas disparando a diestro y a siniestro. Entre Caronte y yo, matamos a todos los que había hasta que dejaron de sonar disparos.

-¿John? –llamé, pero nadie contestó. 
Caronte me miró interrogativo.

-Winston –dijo y empezó a caminar rápido, y yo tras él.

Cuando llegamos a la caja fuerte y esta se abrió, Winston seguía solo con la única compañía del perro a sus pies.

-¿Dónde está John?

-Luchando por sobrevivir –me dijo. Lo vi mirando a una pantalla en la pared, que correspondía a las imágenes en directo de una de las salas de cristal de Winston.

Allí, vi a John luchando contra dos hombres que casi le igualaban en la fuerza, pero no en la inteligencia. Más de una vez, John tuvo que morder el polvo cayendo una y otra vez al suelo. Tras derrotarlos con esfuerzo, Zero apareció en escena.

-¡Qué sorpresa! Jonathan padre –dijo Winston-.

Lo miré, cansada de tanto secretismo y pose.

-A decir verdad, pensaba que tu adorable hija era fruto de tu unión con Santino. Me alegra que no sea así, de esa forma se libra de tener que sustituirlo al mando de la Camorra. 
Por supuesto que yo nunca permitiría que mi hija viviera de la misma forma que había vivido yo. Rodeada de muerte y destrucción.

-Mi hija no se va a criar en la muerte –dije.

-Ah, pero señorita Popov. Todos estamos criados en la muerte, es parte de la vida.

Dejé de contestarle y me centré en John.

-Al menos Jonathan tiene una razón para continuar vivo, y no solo para recordar a su esposa.

Ese comentario me hirió en lo más profundo. A pesar de que John y yo habíamos tenido una historia, siete años atrás decidió darla por terminada. Y dos años después, cuando yo aún no lo había superado, se retiró a vivir la vida con otra mujer.




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