El ruido de las cazuelas y los vasos de vidrio se alcanzaba a escuchar desde el piso de abajo hasta el cuarto de Azul, quien se preparaba para ir nuevamente a la universidad mientras escuchaba música a un volumen bajo para no molestar a su abuela, quien desde temprano ya preparaba el desayuno para sus nietos y esposo.
Desde que la madre de Azul falleció cuando tenía siete años su rutina consistía en despertar de esta manera todos los días, con un olor suave en el aire por los panqueques que preparaba su abuela, con el ruido de trastes moviéndose por toda la cocina, su hermano menor bajando las escaleras a toda velocidad para tomar el desayuno y el esposo de su abuela, en el balcón fumando el primer cigarrillo del día.
Tomó su bolsa y los materiales que le faltaban para terminar su primer proyecto del semestre, acomodó su larga cabellera pelirroja en una coleta alta y con la mano intentó acomodarse los cabellos que le quedan desordenados alrededor de su cara. Sonrío frente al espejo y con un gran suspiro se animó a bajar por las escaleras hasta el comedor donde su hermano menor, Aron, ya devoraba sin piedad alguna el desayuno.
—¿A qué hora llegarás hoy? — preguntó su abuela en cuanto la vio pasar por la puerta que dividía la sala del pequeño comedor de cuatro sillas.
—Mi última clase es a las tres de la tarde.
Frente a ella se encontraba la silla vacía que suele tomar el esposo de su abuela, Matías, él y su abuela, Blanca, llevan ya quince años casados, se conocieron en la escuela y años después, por cosas del destino, se reencontraron y ahora viven juntos.
—No quiero que llegues tarde, ya sabes que no me gusta que estés por la calle tú sola.
Aunque no lo quería admitir, tenía toque de queda, todos los días era el mismo discurso sobre cómo el mundo exterior estaba podrido y que una chica como Azul no podía estar en contacto con esa clase de malicia.
—Yo llegaré tarde hoy, quizás a las once de la noche. — mencionó su hermano.
—Está bien, cariño. Me avisas cualquier cosa.
Aunque Aron fuera tres años menor que Azul, en esa casa él era mayor ante los ojos de su abuela, la confianza que le depositaba a su hermano jamás sería para ella.
—¿Y mi plato? — dijo Matías entrando por el umbral y sentándose frente a Azul. Este la observo como solía hacerlo todas las mañanas desde que ella tenía memoria, apartó la vista cuando el destello de siempre se depositó en los ojos de él, a Azul le daba miedo averiguar qué significaba ese brillo en los ojos de Matías que siempre salía a la luz cuando la veía. — ¿Te irás a la escuela así? ¿Vas a la universidad o a un motel?
Azul sabía que le hablaba a ella, pero siguió fijando su mirada en su plato, picoteando la comida sin ingerirla, su apetito se había esfumado una vez más. Y aunque ella quería responderle, sabía que era mejor callar antes de empeorar las cosas, no era la primera vez que le hacía ese tipo de comentarios sobre su apariencia, casi siempre eran sobre su forma infantil de vestirse o la forma en la que su cabello era un desastre naranja.
—Yo…
Una bocina hizo acto de presencia afuera de su casa, salvándola de la mejor manera. Tomó sus cosas y con una seña le dijo a su hermanito que se levantara porque habían llegado por ellos, Matías no dudó en soltar un bufido de disgusto, mismo que soltaba cada mañana cuando llegaban por ambos chicos.
—Ese mocoso y su maldito claxon.
—Me saludas a Teo— dijo su abuela cuando los vio partir, y antes de que Azul saliera por completo de la casa le gritó: ¡No te quiero tarde!
Con un suspiro y con un “está bien” de su parte, continuó su camino hacia la camioneta vieja de su mejor amigo, Teo. La frase de “amigos desde la cuna” aplicaba de manera literal para ellos dos, las madres de ambos eran mejores amigas en la universidad y aunque él es más grande que Azul por dos años, ambos crecieron juntos. Cuando ella nació, su madre se mudó cerca de la casa de quien era su mejor amiga, la mamá de Teo, luego nació su hermano y tiempo después, cuando ella murió, su abuela materna y su actual esposo se mudaron a la casa en la que ya vivían, por lo que la amistad entre Teo y Azul solo creció y creció con el paso del tiempo, creció tanto que, con el tiempo, Azul comenzó a sentir cosas no amistosas por su amigo de toda la vida, claro que era algo que ella jamás le diría.
Pudo sobrellevar sus sentimientos por él y guardarlos para proteger su amistad, que era lo único que la mantenía con vida. Se aferró tanto a él que terminó eligiendo una carrera en su mismo centro universitario, aunque en el fondo ella hubiera preferido irse por el lado de la ciencia, terminó eligiendo artes plásticas y aunque no era su primera opción, resulta que es bastante buena en lo que hace y en como lo expresa. Teo por su parte, entró primero a la universidad y está por la mitad de la carrera de Arquitectura; él siguió los pasos de sus abuelos quienes son grandes arquitectos reconocidos en la ciudad.
—¿Qué tal dormiste? — preguntó Teo una vez que habían dejado a Aron en su escuela. Pudo observar a Azul viendo fijamente el camino.
—Bien, ¿Qué hay de ti? — dijo la pelirroja con una voz apagada y robotizada.
—¿Segura? Te ves cansada y no te lo quería decir, pero tienes unas ojeras muy marcadas debajo de tus lindos ojitos.